La joven de Amajac y el sospechosismo

Sara Sefchovich

De repente, cuando el poder la necesitaba, apareció una escultura que cumple con todas las características de la ideología de moda: es una mujer, es indígena (aunque Yasnaya Elena Gil, dice que no lo es) y es de la época anterior a la malvada conquista de México. ¡Un milagro!

Según la leyenda que nos han vendido, la encontraron en Veracruz, en un terreno en el que se cultivan cítricos. No deja de resultar muy raro que esa enorme figura (“de roca caliza, que mide 60 centímetros en su parte ancha, 25 de grosor y dos metros de altura”, dice el director del INAH), que estaba bastante a flor de tierra (pues con apenas “unas cintas planas con las que la rodearon, amarraron las tiras a un tractor y este, tirando en dirección contraria, la levantó”, dice una periodista), les hubiera pasado desapercibida a los propietarios, siendo que llevaba allí siglos (“desde el Posclásico Tardío (1450-1521 DC”, dice la arqueóloga encargada). O el terreno en cuestión mide miles de hectáreas como para que no se percataran de su existencia, o los dueños no son muy observadores, pero el hecho es que nunca hicieron por sacar esa piedra que seguramente les estorbaba para sus siembras y sus máquinas.

Pero cuando ya por fin se decidieron a hacerlo (y “por casualidad” disponían de las herramientas necesarias para desenterrarla y que saliera de su milenario escondite sin un solo raspón), inmediatamente se percataron (como si fueran arqueólogos alemanes) de que era cosa valiosa, así que dieron aviso del hallazgo al municipio, donde a su vez lo comunicaron a la autoridad competente (el Instituto Nacional de Antropología e Historia), y de esa institución también a toda velocidad mandaron a una experta a corroborar el asunto. En este país de lentitud burocrática proverbial, a tan solo tres días del hallazgo, se apareció en el sitio la arqueóloga que autentificó la piedra y a tan solo unos meses, ya se habían concluido los estudios pertinentes sobre la figura de la cultura Huasteca.

Y entonces, pues la dicha mujer pudo convertirse en la figura que el gobierno de la CDMX andaba buscando para poner en el sitio del que bajaron al almirante Cristóbal Colón, solo que replicada en un tamaño de seis metros.

Como ciudadana me emocionó la casualidad de que apareciera exactamente lo que la Jefa de gobierno andaba buscando. Y también me emocionó que el país que he conocido toda mi vida, haya cambiado tanto, que ahora los burócratas escuchan a los ciudadanos y les creen y actúan y lo hacen con rapidez y eficiencia y sabiendo el camino que hay que seguir. ¡Eso sí que es el mayor milagro!

A todo esto se suma una casualidad más: que si bien esa mujer que encontraron no es pueblo, no es de esas que supuestamente querían representar en la escultura sobre la avenida Reforma, para celebrar que “durante siglos opusieron resistencia”, sino que era parte de las élites, sin embargo hizo algo único y excepcional: gobernó en un mundo en el que solo gobernaban hombres.

A esa excepcionalidad, la Jefa de gobierno le va a ofrecer el pedestal ¿en espera tal vez de que se repita el milagrito de que una mujer, que no es pueblo sino pertenece a la élite, pueda gobernar el país al que solo han gobernado hombres?

Perdonen ustedes por mi sospechosismo, por no creer en “casualidades” que justamente suceden dónde, cuándo y cómo las necesita el poder.

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