/ Denise Dresser /
“N” de neoliberal. “N” de negacionista del cambio. “N” de noqueador del pueblo. La letra favorita del presidente López Obrador que utiliza para etiquetar, desacreditar y demeritar a cualquiera que ose emitir una crítica a su proyecto transformador. La letra con la cual estigmatiza toda institución o movimiento que no se alinee al pensamiento único dictado desde Palacio Nacional. Esa persona o esa organización será señalada en la mañanera con un dedo flamígero y marcada para siempre, como la protagonista de La letra escarlata. Ahí, sobre la frente, la evidencia de la traición, el símbolo del antipatriotismo. La electricidad neoliberal. La ciencia neoliberal. El feminismo neoliberal. La clase media neoliberal. La sociedad civil neoliberal. La filantropía neoliberal. El Banco de México neoliberal. La UNAM neoliberal. El epíteto “neoliberal” vaciado de todo contenido analítico o especificidad histórica, activado para generar animadversión, y después justificar una intervención.
El objetivo del lopezobradorismo no es sacudir para mejorar. Debatir para corregir. Intervenir para enmendar. No, la meta es otra y mucho menos loable. Como argumenta Raúl Zepeda Gil, el término “neoliberal” es utilizado para todo lo que contradiga al gobierno. Punto. Es un mecanismo de disciplina política para definir quiénes apoyan o no, y así asignar castigos con un mecanismo sencillo. Paso 1: se califica algo como “neoliberal” porque no se alinea. Paso 2: se moviliza a los seguidores para justificar esa descalificación. Paso 3: se castiga a la organización o a la institución indisciplinada por la vía presupuestal o a través de la austeridad o mediante reformas legales. Se usa el púlpito presidencial y la legitimidad del gobierno para vindicar acciones políticas que tienen poco que ver con un debate democrático y plural sobre el desempeño de los grupos o las instituciones cuestionadas. Con el pretexto de “tiene defectos, es perfectible y se debe debatir”, se abre el camino al desmantelamiento, la destrucción o la colonización.
La amenaza de “sacudir” a la UNAM no es la primera ni será la última: es parte de un patrón comprobable, repetido a lo largo de los últimos tres años. Mauricio Dussauge-Laguna del CIDE lo ha bautizado como “populismo del doble discurso”, que está transformando a la administración pública y la relación Estado-sociedad de manera alarmante. AMLO recurre a la retórica populista tradicional -élites corruptas versus pueblo bueno- para disfrazar sus verdaderas intenciones. Lo negativo se vende como positivo, lo derechista se empaqueta como progresista, lo autoritario como democrático y muchos caen en el juego. Como Claudia Sheinbaum, afirmando que es Puma, pero “no podemos olvidar que los recursos para tener una universidad de la nación son públicos”. Sugiriendo así que la UNAM despilfarra dinero, no lleva a cabo investigación que le sirva al pueblo, se ha deslizado a la derecha y es necesario discutir su papel y su financiamiento. Sheinbaum se suma al doble discurso presidencial con una retórica que esconde el significado y las consecuencias de lo que el lopezobradorismo querría hacer con la UNAM. Y no es precisamente desatar una discusión razonable, intelectualmente honesta y detallada sobre la educación superior en México. No es promover el ahorro o fomentar la transparencia, porque esas metas se incumplen a diario con proyectos opacos y caros como Santa Lucía, el Tren Maya y Dos Bocas. Más bien se busca controlar. Se busca disciplinar. Se busca alinear.
El objetivo de la andanada anti-UNAMita, como en tantos otros casos, es minar la autonomía de instituciones que obstaculizan la agenda política del Presidente. A esas se les estrangula presupuestalmente, o se les presiona públicamente, o se les imponen órdenes directas desde Palacio Nacional, o se les modifican las reglas de operación para que cambien su labor fundacional, o se les deja sin personal calificado para llevarla a cabo. La Cofece, la CNDH, el Coneval, la CRE, el INE, las organizaciones de la sociedad civil, el Banco de México, la Suprema Corte, el CIDE, y ahora la UNAM en la mira permanente del Presidente. Pero frente al amago presupuestal y de control político a la piedra angular de la educación pública superior en México, nos corresponde responder con otra palabra que comienza con la letra “N”. Y esa palabra es “no”.