EL SANTO OFICIO
JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S
El cartujo se atranca en su celda, escucha la inesperada lluvia de febrero mientras trata de olvidar la escena del pasado lunes en Palacio Nacional, cuando el Presidente intervino para resguardar al fiscal Alejandro Gertz Manero de preguntas incómodas sobre su propuesta en torno al feminicidio, tan controvertida como —afirma él— mal entendida. No plantea desaparecer este delito, sino homologarlo para “facilitar la investigación” y “proteger a las víctimas”, explicó en una mañana de pronto enfadosa por los insistentes cuestionamientos sobre el tema. Había ido a entregar un cheque por 2 mil millones de pesos para la rifa del avión presidencial, esa comedia de enredos perpetrada por un incompetente dramaturgo, no a pasar un rato amargo con periodistas “mal portados”, como diría el prócer de la 4T.
El fiscal se notaba molesto, tal vez cansado, a cierta edad las desmañanadas pesan y él cumplió 80 años el 31 de octubre. Por eso seguramente, compasivo, el primer mandatario entró al quite diciendo: “Miren, no quiero que el tema sea nada más lo del feminicidio, ya está muy claro. Se ha manipulado mucho sobre este asunto en los medios, no en todos desde luego, los que no nos ven con buenos ojos aprovechan cualquier circunstancia para generar campañas de difamación, así de claro, de distorsión, información falsa. Este es el caso”.
Hacia el final de su intervención, pretendió matizar: “Entonces —dijo—, la verdad, ofrezco disculpas por decir… Sí es importante lo del feminicidio, o sea, pero ya estoy viendo cómo esa va a ser la nota, el feminicidio. Y no, porque fue una manipulación”.
El día anterior había ocurrido el asesinato de Ingrid Escamilla, de 25 años, tan atroz como para levantar una gran ola de indignación en México y el extranjero, sobre todo por la filtración de las fotos de su cuerpo mancillado, publicadas en algunos medios. Diecisiete días antes, el 25 de enero, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública había dado a conocer la cifra de feminicidios en 2019, primer año del nuevo régimen. Pero la prioridad esa mañana en Palacio Nacional era la rifa del avión sobre el cual se han dicho tantas mentiras (de parte de Andrés Manuel López Obrador), no la violencia contra las mujeres, en lacerante aumento de acuerdo con datos oficiales. En feminicidios, por ejemplo, en 2015 se cometieron 411; en 2016, 602; en 2017, 741; en 2018, 891… Y en 2019, 976. La situación es dramática, todos deberíamos entenderlo, sobre todo quien prometió devolvernos la paz y seguridad a los habitantes de este país.
El espectáculo de la muerte
El asesinato de Ingrid Escamilla resultó estremecedor; las imágenes de su cuerpo en algunos medios desataron el justificado furor de grupos feministas y la condena de las agencias de la ONU en México a quienes hacen de la muerte un espectáculo y un negocio, algo sobre lo cual ha reflexionado desde hace muchos años la antropóloga argentina Rita Segato, autora de libros como La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez (Tinta Limón, 2013), quien en una entrevista con Mariana Carbajal, realizada en 2018 para Página 12, habla precisamente de la violencia machista como un espectáculo. Dice: “Lo que hemos aprendido de feminicidios y escándalos sexuales (…) es que aunque los medios muestren la monstruosidad del agresor, ese monstruo para otros hombres resulta una figura tentadora, porque el monstruo es potente. (…) Hoy en día existir bajo el lente mediático parece ser para muchas personas la única forma de existir. Es un fenómeno de nuestro tiempo”.
Para Segato, es importante informar sobre estos temas, pero no de cualquier manera, sino con seriedad y respeto, con la participación de especialistas. Es también necesario —dice— destacar cómo en la actualidad las mujeres se ayudan unas a otras, cómo se solidarizan y protestan cuando se agrede a una de ellas, como sucede con el asesinato de Ingrid Escamilla. “La mano salvadora viene de nuestra amistad y alianza”, advierte. Pero los medios la ponen en segundo plano para enfatizar el sufrimiento de la víctima, describiendo su agresión o narrando ruidosamente su muerte, difundiendo imágenes morbosas.
“Cada feminicidio —afirma Segato— es un ataque a toda la sociedad, un dolor de todos”. Estaría bien recordárselo a López Obrador. El problema, dice la especialista argentina, es político, no moral. No se resuelve —piensa el monje— con más demagogia ni con ridículos decálogos, sino con acciones efectivas en materia de seguridad, esa asignatura pendiente de las anteriores pero también de la actual administración federal.
Ojalá López Obrador haya escuchado las protestas de las mujeres reunidas a las afueras de Palacio Nacional esta semana; mujeres furiosas, indignadas. Sus gritos —dicen algunos periodistas— se oyeron hasta el Salón de Tesorería, donde se llevan a cabo las conferencias matutinas. Gritaban “Justicia sí, rifa no”, tal vez aún con la esperanza de vivir en un país donde puedan vestir, actuar, divertirse como se les pegue la gana y vivir para contarlo. Sí, señor Presidente, como dice usted con cierto desgano: “Sí es importante lo del feminicidio”.
Queridos cinco lectores, en la soledad de su celda, con el decálogo presidencial en su temblorosa mano, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.