La maternidad en el tiempo.

**Alguien como tú.

/ Gladys de L. Pérez Maldonado /

Hace 35 mil años, en el Paleolítico, comienzan a estructurarse las primeras civilizaciones agrupadas en clanes: hombres y mujeres vislumbran la finitud de la vida y conciben una esperanza de continuidad después de la muerte, y empiezan a establecerse unos principios de espiritualidad.

En las formas de religión primitiva pueden observarse símbolos femeninos ocupando un rol protagonista. Las imágenes femeninas se ubicaban en una posición central y la masculina en una posición secundaria.

Se asociaba a la mujer con el acto de dar y mantener la vida. El milagro del nacimiento estaba encarnado en el cuerpo de la mujer, razón por la cual entendían su simbología como central.

En el Neolítico, hace 12 mil años, la era del cobre y del bronce se caracterizan por una mirada de prestigio hacia la feminidad. Las esculturas y representaciones femeninas son consideradas de naturaleza divina.

Es la mujer, asociada con la fertilidad, la que hace crecer los productos de la tierra.

El valor de la vida es más importante que la preocupación por la muerte, y la madre se convierte en el centro de las sociedades neolíticas. Las Diosas-madres, en esculturas de distintas formas y tamaños, simbolizan la unidad del universo.

No se asociaba al varón con la gestación de los hijos; suponían que la maternidad era producto de un soplo divino. Creían que esta divinidad moraba en los bosques, y las mujeres quedaban embarazadas debido al poder de sus fuerzas.

Creta fue la última civilización conocida donde la adoración de la Diosa sobrevivió a los tiempos históricos. En 1980 el arqueólogo Nicolás Platón descubrió palacios de varios pisos, puertos, redes viables, cementerios planificados. El arte muestra deportes en grupos y juegos taurinos practicados por ambos sexos. Creta cayó hace 3200 años.

El caos hizo estragos entre el 1500 y el 1100 a.C. debido a la invasión de nómadas, ocasionando choques culturales y desplazamientos de pueblos.

Los hititas y midianos de la Fértil Media Luna, los arios de la India, los kurgos de Europa Oriental, los luvianos de Asia Menor, los aqueos y más tarde los dorios en Grecia, llegaron con poderosos guerreros y sacerdotes e impusieron sus Dioses masculinos de la guerra y sus modos de vida a los pueblos que conquistaron.

El sistema social de estos clanes se caracterizaba por el dominio masculino, la violencia y una estructura social jerárquica y autoritaria.

La forma de dominar a las antiguas culturas era matando a hombres y niños y apoderándose de las mujeres para favorecer el mestizaje.

Con este cambio en la estructura cultural, la figura del hombre se hace preponderante, desembocando en un sistema patriarcal en el que las mujeres dejan de tener protagonismo.

La mujer ocupa, en general, en el mundo antiguo, un lugar humillante.

En China el patriarcado rebaja a la mujer a la categoría de objeto; en Caldea y Asiria el Código de Hammurabi la trata como esclava de su marido. En la tierra de Israel, la Palestina Antigua, el destino de la mujer era casarse y pasar de propiedad del padre a la del marido y tenía incapacidad jurídica. Era considerada impura durante el ciclo menstrual o al parir un hijo y debía realizar ritos de purificación para poder compartir nuevamente el lecho conyugal.

En Grecia, las Leyes de Solón (640-560 a.C.) recluye a las mujeres en el gineceo (sala, habitación o estancia que poseían las grandes casas, para uso exclusivo de las mujeres de la casa: esposa, hijas, sirvientes).

Egipto y Esparta son dos excepciones; en la primera hubo faraonas y diosas y en Esparta, entre los S XII y VII a.C., el legislador Licurgo repartió las tierras entre mujeres y hombres y distribuyó sus tareas. A las mujeres les dio la capacidad de pensar, administrar y dirigir a los esclavos; y a los hombres, las tareas militares y de estado.

En Roma las mujeres quedaron bajo la autoridad patriarcal y la sumisión al hombre era total. El mundo romano era absolutamente misógino y la mujer estaba destinada a la reproducción. Las mujeres de la clase alta estaban sujetadas a la continencia sexual, una vez que habían dado a luz tres hijos, debían ignorar su cuerpo y su propio placer. El Pater familias, era el dueño de los integrantes de la familia; hasta podía decidir de la vida de sus integrantes. La mujer no tenía derechos.

En el siglo I, el cristianismo surge con fuerza y es la mujer la que va a apoyar la nueva fe, ya que ve en ella una fuente de ayuda a su condición. Con el cristianismo, las mujeres de todas clases sociales obtuvieron el derecho a heredar bienes inmuebles sin autorización del padre o del marido.

En la época de Constantino, en el siglo IV, el papel de la mujer es de suma importancia: hay mujeres sacerdotisas, profetisas y guerreras. Hasta el siglo VII existieron monasterios cristianos mixtos, en donde la superior común era una Abadesa. A finales del siglo VIII, Carlomagno prohibió la educación de varones en los conventos de religiosas, por ello educaron sólo a niñas y las mujeres acabaron siendo más instruidas que sus maridos.

A finales del siglo XII, la revolución gregoriana impuso el celibato y prohibió a las mujeres su participación en los actos religiosos, e incluso participar en  cantos religiosos.

Así, poco a poco se le va prohibiendo a la mujer su participación en la  vida pública, la mujer resistió como pudo ante una Iglesia y burguesía que se unieron para normalizar una rígida ideología, que amparada por la Inquisición mataba a muchas más mujeres que varones, culpándolas de hechiceras.

En el siglo XIV la mujer ya es una muerta civil y una nueva legislación familiar hace de ella una incapacitada jurídica. Una situación que se mantiene en los siglos XV y XVI. En estos años la mujer casada era una incapaz y todos sus actos debían ser autorizados por su marido o la justicia, excluyéndolas de toda función pública, solo le permitían trabajar en la industria textil.

En el S XVIII, en 1792, Mary Wollstonecraft, una de las primeras feministas de la historia, escribió un ensayo sobre los derechos de la mujer. Las mujeres apoyaron la Revolución Francesa, pero después de utilizar todos sus esfuerzos, el Código Napoleónico las sometió nuevamente a la voluntad del marido y se volvió a decretar su muerte política.

En el siglo XX, con la Primera Guerra Mundial, se facilitó el trabajo de la mujer en las fábricas, se crearon guarderías para sus hijos, porque era necesario disponer de mano de obra. Después de la guerra parecía que se había conseguido la igualdad entre los hombres y las mujeres alcanzando el tan ansiado “a igual trabajo, igual salario”, pero en la realidad no se cumplió.

Con la Segunda Guerra Mundial, se volvió a movilizar a las mujeres y pasaron a formar parte de una importante fuerza de trabajo: 18 millones en 1944. Cuando terminó la guerra los hombres desmovilizados recuperaron sus cargos y todas las ventajas conseguidas para las mujeres desaparecieron. Nuevamente hace su aparición el mito mujer-madre.

No obstante, la mujer de clase media, con formación universitaria, no se resignó a volver al limitado rol de madre, esposa y consumidora que se le quería imponer.

Fue en ese momento que surge Simone de Beauvoir, en su libro El Segundo Sexo publicado en los 40’s, quien da la voz de alerta diciendo que no era la naturaleza la que limitaba los roles de la mujer sino un conjunto de costumbres, leyes y prejuicios. Y que de ello las mujeres éramos cómplices, más o menos inconscientes. Se hizo un llamado a la dignidad, para dejar de desempeñar los papeles asignados y luchar para poder ocupar los mismos lugares económicos, políticos y profesionales que los varones.

En el mundo, en los últimos años, ha habido avance en el número de mujeres presentes en la economía, en la Justicia, en la política. Sin embargo, de una u otra forma, aún perdura la discriminación de la mujer.

A propósito de Día de las Madres es interesante mencionar algunos datos duros relacionados con la maternidad mexicana.

Según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), de acuerdo al Censo de Población y Vivienda y del Censo Nacional de Gobierno, Seguridad Pública y Sistema Penitenciario Estatales, ambos realizados en el 2020, en el país residían 48.6 millones de mujeres de 15 años y más, de las cuales 72.4% tenían al menos un hijo nacido vivo, es decir, son madres 35.2 millones. De este total 7.1% son hablantes de lengua indígena 2.5 millones. Cabe resaltar que 12 mil 103 mujeres con al menos un hijo nacido vivo no especificaron su condición de habla de lengua indígena.

De acuerdo a la tasa global de fecundidad (TGF) que es un indicador que refiere el número de hijos que en promedio tendrá una mujer al final de su vida productiva, las cifras muestran que las mujeres cada vez tienen menos hijos. En 1999 la TGF fue de 2.86 y se redujo a 1.88 hijos por cada mujer en 2019.

El 47% de las mujeres de 15 años y más con al menos un hijo nacido vivo están casadas. En el caso de quienes hablan lengua indígena, 28% se encuentran en unión libre y 14 % son viudas; esta estructura es similar en las madres que no hablan lengua indígena, pero con un porcentaje menor, 22% viven en unión libre y 10% son viudas.

En cuanto al nivel de escolaridad, el rezago educativo en las madres que hablan lengua indígena es evidente, según datos del Censo de población y vivienda 2020 el 20 % de las mujeres de 15 años y más, hablantes de lengua indígena con hijos nacidos vivos no tienen escolaridad; 62% tienen instrucción básica (preescolar, primaria o secundaria), 8 % tiene algún grado aprobado en el nivel medio superior y 4% cuenta con estudios a nivel superior. Estos dos últimos porcentajes son 21% y 17% entre las mujeres que no hablan lengua indígena y tienen al menos un hijo nacido vivo.

En 2020 la tasa de participación económica de las mujeres hablantes de lengua indígena con hijos nacidos vivos es de 28%, mientras que en el grupo de mujeres que no hablan lengua indígena es de 42%. Es importante mencionar que la baja participación económica del primer grupo de mujeres tiene varias determinaciones sociales, sin embargo, la crianza de los hijos se combina con múltiples actividades que son parte de una economía de autoconsumo, como la cría de animales o el cultivo de productos, como se advierte del Examen al cabo de 20 años de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing y el futuro: un marco para promover las cuestiones relacionadas con las mujeres indígenas (ONU 2015).

Al cierre del 2019, en los centros penitenciarios estatales se encontraban 415 mujeres privadas de la libertad que tuvieron con ellas a sus hijos menores de 6 años, las cuales representan 4.4% del total de mujeres privadas de su libertad. El mayor número se encontraba en el Estado de México, Ciudad de México y Veracruz, que en conjunto concentraron 36.9% de las mujeres privadas de la libertad que vivían con sus hijos menores de 6 años.

“La Madre” es una mujer y la sociedad lo ha olvidado, de ahí la importancia de conocer su historia y las estadísticas sobre ella. Hombres y mujeres sin desdén lastiman a las mujeres los 364 días del año restantes, cuanta incongruencia existe en este siglo XXI, cuanto dolor se profesa a las madres con el desprecio y olvido de los hijos y las hijas que solo las recuerdan cada Día de las Madres, cuanto dolor se ejerce sobre aquella madre que aunque no es propia convive en nuestro entorno laboral y social, cuanta violencia recibe la madre de sus parejas y en ocasiones hasta de sus propios hijos e hijas.

No debemos olvidar que la mujer tiene el don divino de ser madre y que aunque no lo sea, debemos respetarla, valorarla y tratarla con la dignidad que un Ser Humano merece, pues sin ellas no estaríamos aquí y será entonces cuando el Día de las Madres cobre la relevancia debida de su celebración