*Mis Proyecciones en el Espejo.
/ Por Paula Roca /
Ayer, frente a mi espejo, escribí esta proyección como un regalo de cumpleaños para mí. Me quedé fijamente observando mi semblante, dejando que los recuerdos de este año desfilaran como escenas de una película. Les confieso que ha sido un año difícil, marcado por daños que no busqué, pero que de alguna manera me encontraron, intoxicando mi alma.
No puedo negar que me atraganté con ese veneno y caí en una espiral que parecía no tener fin. Pero, desde lo alto, algo o alguien vio mi descalabro y me envió una medicina especial.
Hoy puedo decir que estoy en ese proceso, reconectando con lo que más amo: bailar, escribir, pintar, y permitiendo que la vida vuelva a sorprenderme. Estoy aprendiendo a cuidar mi energía, a aplicar los antídotos que solo las personas que te aman de verdad –esas almas que saben escuchar tus gritos silenciosos– pueden ofrecer.
No es algo que receta el doctor, pero es la que verdaderamente sana las heridas del alma. Esa medicina no se mide ni se pesa, pero se siente en el abrazo oportuno, en las palabras calladas de alguien que te sostiene cuando parece que todo se derrumba. Es un apoyo que no siempre se entiende, pero que llega cuando más lo necesitas, para reconfortar, para detenerte antes de que caigas por completo.
Es la medicina de los momentos inesperados, de los sucesos que te recuerdan que incluso en el desplome, puedes encontrarte contigo mismo. Cuando parece que el alma quiere salir del cuerpo, la vida coloca algo o alguien para sostenerte. Esa medicina no se explica, pero su impacto te levanta, te da impulso y, poco a poco, te devuelve las ganas de volar.
A veces, esas alas que te llevan no son tuyas; son prestadas. Sin embargo, son suficientes para impulsarte hacia un renacer. Es entonces cuando empiezas a entender: la vida no siempre trae respuestas, pero sí enseñanzas. Todo llega por algo y se va cuando debe hacerlo. Y en ese proceso, la gratitud es lo que nos transforma.
La paciencia se vuelve clave. Fluir con las emociones, dejar que la medicina del alma haga su trabajo, aceptar las heridas como parte del camino. Y cuando el alma sana, llega el momento de mirar atrás y agradecer. Agradecer a quienes fueron medicina, a quienes ofrecieron sus alas cuando las tuyas no podían sostenerte.
La gratitud es el puente entre lo que fuimos y lo que somos. Es el reconocimiento de que todo lo que vivimos, incluso el dolor, tiene un propósito. Es saber que esas personas que llegaron en el momento justo estaban allí por algo. Que su presencia fue un regalo divino, un recordatorio de que nunca estamos solos.
Hoy, con gratitud y una sonrisa, devuelvo esas alas, listas para volar muy alto con las mías. Y aunque la vida nos da muchas vueltas, cada aprendizaje vale la pena. Porque en esa danza de emociones, lo que queda es la gratitud.
A mis amigos: Gracias por ser mi medicina, por estar como familia y sostenerme cuando más lo necesitaba. Gracias por prestarme sus alas y por permitirme redescubrir las mías.