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/Héctor Calderón Hallal/
Ahí, en un pequeño cubículo provisto de un teléfono inteligente, mi equipo de captura de última generación, escuchaba asombrado historias cortas y llamadas de auxilio, requiriendo ayuda de emergencia de los cuerpos especializados del gobierno mexicano para el rescate, la intervención policial, la intermediación con delincuentes, el traslado médico de urgencia, la asesoría jurídica a la población civil… y hasta uno que otro consejo espiritual o emocional, ¿porqué no?.
Fueron los días del suscrito como operador telefonista al servicio de lo que hoy es el servicio de atención telefónica 911, en una de las entidades del país.
Sin duda, una de las experiencias formativas más grandes de mi vida y que ha estado presente en cada acto laboral o profesional que desempeño, desde aquel momento en que renuncié a mi puesto, para irme a otra responsabilidad.
Y también está presente esa experiencia en muchas de las interpretaciones que he podido dar a muchos de los asuntos en materia familiar, penal y laboral que, como abogado postulante, he defendido en tribunales y juntas de conciliación.
Defendiendo el valor de cada una de las historias de mis clientes hasta mi último aliento, como si fueran mías, imaginando el dolor del agravio que mi representado o la víctima sintió o padeció. Y es que para todo profesional, trabajador especializado o artista de cualquier campo, el valor de la imaginación es incalculable cuando se trata de alcanzar la excelencia.
La imaginación no es sólo la capacidad humana de visualizar lo que no es real, sino para enfatizar con otros semejantes que padecen experiencias nunca vividas por nosotros, afortunada o desafortunadamente.
El trabajo de noche en el teléfono de la policía, me provocaba reniegos y frustración los primeros días, deseando ser agente del ministerio público o secretario de algún juzgado en ese momento, que estar contestando el teléfono en la madrugada y ser presa en más del noventa por ciento de las veces que levantaba el auricular para contestar, de bromas telefónicas, llamadas ofensivas y hasta ociosas.
Y aunque mi sueldo sólo me permitía pagar la renta de mi paupérrimo “penthouse”, ya fuera de la casa de mis padres, teniendo que litigar o llevar trámites menores en dependencias durante el día, llegué, como en una especie de ‘Síndrome de Estocolmo’, a apreciar profundamente el servicio que yo daba, con todas mis limitaciones, al público que lo necesitaba.
Y a cada llamada de emergencia efectiva, a cada servicio brindado por mis compañeros miembros de las diferentes adscritas al C4, procedía antes de conciliar el sueño, al fin de la jornada en el clásico repaso mental del día, a una muy genuina y emocionante celebración muy personal, en silencio… muy en el fondo de mi corazón.
Ese es el valor del servicio, sea en el área y al nivel jerárquico que fuere
Así he recordado por muchos años, también, las veces en que Dios o el ente superior sobrenatural –lleve el nombre que sea en cualquier rincón del mundo- se impuso a la poca eficiencia y voluntad coordinada que como humanos pudimos ofrecer en algunos casos, como sistema 066 de emergencia, hoy transformado en el multicitado y célebre 911 del Estado mexicano.
Recuerdo aquella madrugada en que la llamada de un hombre de la tercera edad me llamó con voz entrecortada, implorándome porque le enviara una ambulancia a ese sitio desde donde me hablaba, del cual sólo alcanzó a darme una referencia pública: frente al Tecnológico de Culiacán. Sin alcanzar la acompletar la frase y gracias a varios de años de experiencia, como a varios cursos de protocolo de emergencia, deduje el cruce de las calles y asumí también por el código del número del que hacía la llamada, que era el teléfono público (de caseta) frente al lugar de referencia; la llamada por lo menos, se hizo cubriendo el protocolo y en un tiempo más o menos aceptable (3 o 4 minutos), se pudo enviar la ambulancia a atender un “probable infarto al miocardio” del usuario, que desafortunadamente llegó al lugar –patrulla cercana primero y ambulancia después- para dar el razonamiento: “Persona sin signos vitales, desplomada junto al teléfono público”.
La anécdota me retumba en la conciencia. Me taladra de vez en cuando el corazón; sobre todo de un tiempo a la fecha, a partir de que mi padre murió de un mal cardíaco y luego de ser víctima de un par de infartos, en donde yo no me encontraba en casa… y como en el caso del usuario aquel, no pude hacer absolutamente nada contra la voluntad del creador… ni queriendo , ni cumpliendo quirúrgicamente con los protocolos.
Pero la historia que más me lastima y conmueve, también hasta las lágrimas, es el de un caso de violencia intrafamiliar, en que un sujeto notablemente perturbado, atacó con sevicia a golpes y con arma blanca a su madre, esposa y a un hijo discapacitado (con retraso mental), porque no le quisieron dar dinero para que se comprara la caguama y “la tostada” de cocaína, un domingo por la tarde, en una por demás peligrosa colonia popular de la localidad.
Esa llamada de emergencia era ya casi habitual, cada domingo cuando empezaba a “pardear” la tarde. Ya eran clientes del 911 pues.
Siempre había violencia intrafamiliar en ese domicilio. Era siempre la madre del sujeto, relativamente joven pero con serios problemas de adicción al alcaloide y a las drogas sintéticas.
De hecho, en medio de alguna semana de esas y en mi afán de dar un servicio extra a la comunidad, accedí con la santa mujer a acompañarla a la agencia especializada en delitos contra la familia y la mujer, para asesorarla a que interpusiera querella en contra del agresor que aunque su hijo, ya era un ser disfuncional para la convivencia al interior de la familia y hasta del barrio ese.
Con la querella fue consignado en cuestión de horas, pero gracias a uno de esos “multiinvocados y hasta prostituídos” beneficios constitucionales consagrados por el artículo quinto constitucional, pudo alcanzar la libertad bajo caución a las 72 horas.
El sujeto agresor nunca acudió a terapia o rehabilitación alguna y fue juzgado bajo el esquema del anterior sistema de justicia inquisitorio mixto, bajo los cánones dictados por una justicia de papel, de ‘secretarios’, porque a los jueces nunca los pudimos ver los litigantes en persona; justicia trastocada en una ´guerra epistolar o de escritos’, como era el anterior sistema… manco, paralítico, parcial y convenientemente ciego y sordo… pues había que llevar en coche decoroso al actuario o notificador a los domicilios… y eso sí, siempre ellos con mucho “apetito” para aceptar la birria mañanera o los tacos de camarón… y desde luego la propina final (el estímulo), como una hermosa promesa de una sentencia sapiente y gloriosamente apegada al derecho.
Meses después la noticia llegó a mis oídos. El tipo mató en un arranque celotipia a la esposa con arma de fuego y en presencia de su santa madre y su hijo minúsvalido. La madre murió casi en el acto de un infarto… y el hijo incapaz, empeoró su situación y en grado casi vegetativo, fue instalado en un centro de atención especial, mientras que el agresor, sin poder hacer nada por él ni por sí mismo, llora su condena recluído en uno de los penales más disfuncionales del país, donde la ley la impone adentro, el más “fuerte”.
Una triste noticia de violencia contra la mujer, en un hecho verificado en pleno siglo 21 y en un país que se ostenta como miembro de la OCDE y una de las quince “economías más grandes del mundo”.
La reivindicación de la mujer hoy día, es un tema no sólo inaplazable… sino urgente.
Hoy bien podría el género femenino, que constituye en promedio la mitad de la población del planeta, declararle la guerra el estado talibán de Afganistán, que amenaza con imponer un sistema de leyes que humilla y “cosifica” a la mujer de aquel país, bajo el argumento religioso.
Ejércitos completos de mujeres adiestradas para el asalto y el ataque, con armas de alta resolución en letalidad, con la tecnología, constituidos en la actualidad de pruos soldados del género femenino, existen en muchos países hoy día y podrían -fácilmente- vencer al famélico ejército de rebeldes pertenecientes a la filosofía ‘Mujaidín o Talibán’ en aquel país del indostán, recientemente abandonado a su suerte por el Gobierno de Estados Unidos, en un acto que más que obedecer a una postura de prudencia política o de racionalidad financiera “no intervencionista” del presidente Joe Biden, más bien responde a una estrategia mediática, como para demostrarle al mundo que sus funciones en el pasado reciente de “gendarme universal”… estaban por algo.
‘Se tira al suelo’ Estados Unidos pues, para que el mundo lo levante y lo más riesgoso, les deja en el acto a las potencias competidoras, (China y Rusia), endosado el costo de mantener a ese Afganistán improductivo, atrapado en los dogmas religiosos y peligroso como una bomba nuclear… a punto de estallar.
Un país en donde la mujer entre otras cosas, se enfrenta a estos por lo menos, quince obstáculos, según el doctor en derecho José Luis Martínez Bahena, catedrático de la UVM y Director Académico del Instituto de Ciencias Jurídicas y Filosóficas de México, (INCIJUF) :
1- Tienen total prohibición del trabajo femenino fuera de sus hogares. Solo unas pocas mujeres-médico y enfermeras tienen permitido trabajar en algunos hospitales en Kabul.
2- Hay completa prohibición de cualquier tipo de actividad de las mujeres fuera de casa; a no ser que sea acompañadas de su ‘mahram’ (pariente cercano masculino como padre, hermano o marido).
3- Prohibición a las mujeres de cerrar tratos con comerciantes masculinos.
4- Prohibición a las mujeres de ser tratadas por doctores masculinos.
5- Prohibición a las mujeres de estudiar en escuelas, universidades o cualquier otra institución educativa (los talibán han convertido las escuelas para chicas en seminarios religiosos).
6- Requerimiento para las mujeres de llevar un largo velo (burka), que las cubre de la cabeza a los pies.
7- Azotes, palizas y abusos verbales contra las mujeres que no vistan acorde con las reglas talibán o contra las mujeres que no vayan acompañadas de su mahram (su marido y guardián).
8- Azotes en público contra aquellas mujeres que no oculten sus tobillos.
9- Lapidación pública contra las mujeres acusadas de mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio (un gran número de amantes son lapidados hasta la muerte bajo esta regla).
10- Prohibición del uso de cosméticos (a muchas mujeres con las uñas pintadas les han sido amputados los dedos).
11- Prohibición de hablar o estrechar las manos a varones que no sean su ‘mahram’.
12- Prohibición de reír en voz alta (ningún extraño debe oír la voz de una mujer).
13- Se prohíbe a las mujeres llevar zapatos con tacones, que pueden producir sonido al caminar (un varón no puede oír los pasos de una mujer).
14- Prohibición de abordar un taxi sin su ‘mahram’.
15- Prohibición a las mujeres de tener presencia en la radio, la televisión o reuniones públicas de cualquier tipo.
Como se observa, por lo menos medio mundo debiese estar ya en contra del régimen talibán en Afganistán; la otra mitad, se apresta ya para sumarse al oprobioso régimen, estamos seguros.
La mitad del mundo, por lo menos, ya está contra el “talibán”.
Autor: Héctor Calderón Hallal
Twitter: @pequenialdo