La oposición debe ser oposición

ALMA GRANDE.

Por Ángel Álvaro Peña.

La oposición que se apaga progresivamente hubiera querido que la aprobación del Tratado de Comercio con Estados Unidos y Canadá nunca sucediera. Les sorprendió no sólo la rapidez con la que el Congreso del vecino país del norte actuó sino el consenso que tuvo.
Desde que las modificaciones al Tratado se firmaron en México, y en el Palacio Nacional, la oposición se dio cuenta que se trataba de un fuerte apoyo al presidente Andrés Manuel López Obrador, pero también, en esa medida que ahora tiene la oposición de ver cada triunfo del Presidente como una derrota partidista o personal, se vio marginada dicha acción y alzó la voz para decir que aprobar las modificaciones no era ningún logro y que habría que esperar hasta el próximo año para que el Tratado empezara a debatirse en Estados Unidos, y, en este sentido, la mitad del camino está recorrido, no sólo en territorio nacional sino también en los vecinos y socios del norte.
Ante la fiereza de combatir a Andrés Manuel López Obrador, los líderes del PAN y del PRI han olvidado su nacionalismo, han dejado atrás frases que ellos mismos acuñaron a través de los medios que les fueron incondicionales, como la que afirma que “Si le va bien al Presidente, le va bien a México”.
Frases que ahora no sólo niegan sino contradicen. Prefieren el desgaste del Presidente, a quien ven como su enemigo, que ser congruentes con su propio discurso.
Los detractores han dejado de pensar en México, cegados por una sed de venganza por estar ahora donde antes nunca imaginaron. Pero han olvidado también practicar la democracia, y ser fieles a sus principios partidistas de justicia social. Han dejado atrás todo, como cuando las víboras cambian de piel, para dedicarse única y exclusivamente a no permitir que Morena gobierne.
Esto, lejos de atraer mexicanos a su causa, los rechaza. Los hace vulnerables incluso dentro de sus propias filas. Lograr el acuerdo del Tratado en tan poco tiempo, sin duda es un logro para la actual administración, sobre todo porque esta firma se convierte en un aval que respaldan los tres países.
Ese es el punto de vista político de la firma del Tratado, su personalidad de certeza, la confiabilidad con la que pueden hacerse negocios con México al tener como socios comerciales a dos potencias del planeta, pero esto no quieren verlo los detractores simplemente ven lo que quieren ver ante los ojos de todos, lo cual los convierte en unos verdaderos débiles visuales.
La inversión pública y privada, nacional y extranjera, tiene en la firma del Tratado un fiador de calidad económico y político y esto deben tenerlo muy en cuenta los líderes de la oposición, a quienes nunca se les ocurrió pensar que este tipo de Tratados también fortalecieran a las figuras políticas, a no ser que sean de su partido.
Ante el embate de medios nacionales y extranjeros que insistían en que había recesión, la firma del Tratado lo desmiente. Se sabe que el crecimiento es prácticamente nulo, pero también se sabe que no puede pagarse deuda con otra deuda como lo acostumbraban a hacer los regímenes anteriores que finalmente terminaban por perder autonomía, soberanía y respeto ante propios y extraños.
El Tratado de Comercio con Estados Unidos y Canadá se convierte en un hecho importante más político que económico y si sus reformas se firmaron en suelo mexicano, con el evidente beneplácito de los representantes de los países socios, se vuelve aún más importante su convenio internacional, aunque los disidentes sigan diciendo que hay errores, que la letra chica se esconde a los mexicanos, que hay acuerdos secretos, y toda una serie de situaciones que no pueden existir en un acuerdo comercial entre países, donde todo debe ser transparente y sobre todo, congruente.
La oposición debe empezar a pensar más en México que en la venganza. Su lugar en la historia todavía no está definido y su fuerza todavía no se apaga. La única manera de recuperar terreno ante los electores radica en volver a sus raíces. Deben cuestionar, pero con argumentos sólidos; dejar el sarcasmo como arma política que sólo los desgasta, y abandonar las posturas de hacer creer que tienen la verdad en un puño y nadie puede tener alternativas más que ellos.
La campaña terminó y hay errores y aciertos en la administración pública, como en todas las del mundo, a ellos corresponde cuestionar con seriedad y precisión, señalar los errores, pero, sobre todo, dar soluciones viables y no sólo ver el presente con ojos del pasado porque pueden perder no sólo la brújula sino las elecciones y hasta el registro.
El presente cuando es adverso sus afectados suelen verlo como parte del pasado y no como consecuencia, de ahí que todavía no hayan aprendido a comportarse como una oposición responsable. PEGA Y CORRE. – Una muestra clara de que la disidencia dispersa sin cabeza ni líderes vive en el pasado fue la desesperada búsqueda de reflectores de quienes al ver al Presidente le gritan que debió dejar construirse el aeropuerto de Texcoco, a pesar de todo lo que eso implicaba. Es decir, la discusión está superada, la realidad presente corresponde a otro espacio, pero la nostalgia de lo que pudo haber sido y no fue sigue con la herida abierta, sin más argumentos que un grito en medio del silencio… Esta columna se publica los lunes, miércoles y viernes.

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