La plaga de las patito .

EDUARDO ARVIZU

Era un viernes de hace unos cuatro años, cerca de las diez de la noche, cuando regresaba perfectamente relajado, después del estar en el cine de un Centro Comercial próximo.

Manejaba mi coche por Insurgentes Sur, muy cerca de la esquina con la entrada a Chimalistac, la calle de Río Chico.

Al arrancar del semáforo más cercano, apareció súbitamente un rostro en el parabrisas de mi coche, con una imagen que nunca había visto y que espero nunca se repita, en esas condiciones.

Una chica que presumiblemente salía de un bar de enfrente de esta esquina, casi corrió desde el camellón y cruzó hasta el carril central de Insurgentes. Apenas pude librarla con el frente del coche y no la impacté, pero la inercia hizo lo suyo y se deslizó por el cofre para dar con el rostro en el vidrio frontal.

No había levantado más de 30 o 40 kilómetros por hora, pero la oscuridad del lugar, lo súbito de su carrera y las luces en contrasentido de la propia Insurgentes, hicieron que todo fuera como una centella: veloz, inopinado, repentino, sorpresivo. Un rostro femenino joven en mi parabrisas. Inolvidable.

En la maniobra elusiva, choqué de costado con otro coche que circulaba en el carril paralelo.

La chica desmayó por el golpe, que pese a no ser de consideración grave, le causó inconsciencia y un sangrado profuso de un pómulo, sin contar con la confusión natural por el contacto en esas condiciones.

Detuve mi coche unos metros adelante y a pie regresé hasta el sitio del incidente. Mientras caminaba hacia allá, un tarjetero de un antrillo que me había visto bajar del auto, comenzó a gritar a voz completa:

“!Fue ese… Fue ese…!!” dirigiéndome a la cara la lámpara con la que convocan a sus potenciales clientes, sugiriendo que la policía me echara encima el guante.

Algo así como “!Al Ladrón, al ladrón…!!”

Un par de policías auxiliares que cuidaban en la banqueta de enfrente el acceso a un paradero de autobuses cruzaron corriendo y cayeron sobre mí, asiéndome a un solo tiempo por ambos brazos, como cumpliendo la orden fulminante de un jefe ausente.

Después de convencerlos con los argumentos reales de que no ofrecía resistencia, ante la vista del coche detenido sobre la banqueta y cuando percibieron que caminaba hacia el lugar para hacerme cargo de lo que fuese necesario, aflojaron las pinzas sobre mis brazos hasta que llegamos donde se encontraba la chica que prácticamente se lanzó sobre mi vehículo.

La verdad es que no sé cómo, no más de cinco minutos después llegó una ambulancia, que parecía de la Cruz Roja Mexicana. No puedo asegurarlo por el susto razonable de un momento así, la confusión, la oscuridad y el impacto emocional, que vaya que lo hay.

Y el primer embate.

Un personaje joven vestido más o menos de blanco, con una filipina que bien podía haber sido de un mecánico o de un matancero del rastro, que había bajado de la ambulancia con una camilla en ristre se acercó a atender a la chica zarandeada.

No habría estado más de un minuto con la chica, cuando se acercó a los policías que me cubrían los costados, y les dirigió:

“¿Quién es el detenido…?, preguntó con una familiaridad espeluznante.

Uno de los auxiliares hizo un gesto de ojos hacia mí con una inclinación de cabeza, lo que no dejó dudas sobre quién era el que traía el problema encima. Sin mediar absolutamente nada, ofreció con toda suficiencia:

Jefe -me dirigió con sorprendente costumbre rutinaria- tenemos el video, nada más que tengo que “reportarme con el Jefe”. Usté dice pero yo nomás le digo que se lo puede entregar al MP y así se aliviana más fácil…

De manera natural, pero por supuesto ingenua y ausente de conocimiento de los menesteres en circunstancias así, le pregunté:

¿Y con quién tengo que ver lo del video?, dije en medio de mi desconocimiento.

“!!Pues conmigo, ciudadano, yo se lo consigo ahorita, pero ya sabe…!!”

¿Y de cuánto estamos hablando?, pregunté.

Mire, dijo acercándoseme al oído, con cinco mil la libramos para que me lo manden y yo se lo paso a su ´guats´. Le va a llegar cuando esté con el MP y así seguro la libra. Nosotros somos serios y le cumplimos.

Lo primero que me sorprendió fue un ofrecimiento de un socorrista de una ambulancia cualquiera, pero junto a la sorpresa me quedé atónito ante el verdadero acontecimiento de la revelación que me hacía al decirme el grueso conjunto del “nosotros”.

La primera duda fue si todo esto que parecía venido de de una persona que se bajó de una ambulancia era una mera treta para hacerse de un dinero fácil, ante el infortunio que representa tener un incidente así en las calles.

Pero lo peor de todo, fue el “nosotros” porque eso supone una banda de la cual no he tenido más referencias de su existencia, por suerte.

No pasaron más de diez minutos en los que el grupo de paramédicos encamillaron a la muchacha y tomaron camino acompañados por el ulular de la sirena de la ambulancia.

Nos encontramos ante una nueva batida de las autoridades en contra de la prolongada existencia de las llamadas “ambulancias Patito”. No puedo precisar el origen de la que me trató de robar durante esta experiencia en la vida, traumática por donde se le vea.

La plaga de esa clase de ambulancias es una hidra que mueve sus cabezas de aliento ácido, como la acuática de la mitología Griega de la que Hércules dio cuenta.
Hay muchas familias que las tienen y las transitan por la ciudad, especialmente por las noches como vampiros que revolotean en busca de víctimas para chuparles la sangre, siempre con un accidente de por medio, a veces grave.

Habrá que ver los resultados de este nuevo pico de atención por parte de la autoridad contra este caballo bronco que no deja de asolar las calles, engañando y extorsionando a quienes tienen la mala suerte de participar en un accidente urbano.

Y luego de ese tema, algo que terminó siendo cómico.

Los policías auxiliares que se sentían responsables de conducirme ante el Ministerio Público estuvieron llamando por sus modestos teléfonos celulares para traer una patrulla que completara esa especie de detención sin orden judicial, pero por mera “flagrancia”, como dicen.

A la media hora, con una franqueza avasalladora, uno de ellos me dijo que los llevara en mi propio coche, conduciendo yo. O sea, el detenido conduciéndose por si mismo ante la autoridad que aún no me reclamaba, con la vigilancia policíaca en el asiento trasero.

Pero bueno. En lugar de esperar a una grúa que se llevara el vehículo a la agencia del MP y que los señores uniformados tuviesen el recurso móvil para llevarme ante la instancia investigadora, yo mismo subí a mi coche a un par de policías bancarios, que así cumplían la grave responsabilidad de detener a un infortunado conductor, pese a que su chamba es exclusivamente evitar que por la entrada de un paradero se introduzcan vehículos particulares.

Una vez en la oficina del Ministerio Público, es todo un tema el de la detención preventiva con motivos de investigación.

Hay que tener estómago y poco sensible el olfato para sobrellevar la estancia en un separo de agencia del MP.

En un espacio no mayor a unos cuatro metros cuadrados, con un WC roto y sin agua, las necesidades mingitorias y de alivio intestinal son atendidas dentro de un bote de pintura de 20 litros, con la ventilación posible a través de una ventana no mayor a 30 centímetros.

Fácilmente se puede adivinar lo que se percibe a los que están ahí por más de unas horas. A mí me tocó aplastar el asiento estrecho de cemento de los separos por casi dos noches completas. Desde el viernes a las 11 de la noche hasta la madrugada siguiente, cerca del amanecer del domingo.

Finalmente, el agente del MP se dio cuenta que por mi edad y con un seguro que garantizaba por la vía de la póliza el pago de los daños causados tanto a la persona como al vehículo que golpee, procedía mi liberación de aquel separo infame.

Eso sí, ser víctima de una ambulancia “patito” o sufrir las auténticas inclemencias de un separo que podría ser de condiciones similares a la cárcel del “Chipote” en Managua o alguna así, es toda una experiencia que no se le desea a nadie.

Ambas pueden ser antesalas de llegar a una cárcel en nuestro país.

Con esta entrega en la que pude hacerles la crónica urbana de un infortunio compartido por centenares, quizá miles, aviso a los lectores que he solicitado autorización a la dirección de El Universal para pausar la publicación dominical de estas columnas.

El motivo es que hace unos días asumí una responsabilidad institucional en la Cámara de Diputados que hace prudente abrir un espacio en el ejercicio de este periodismo de opinión. Doy las gracias a los lectores de estas entregas y estaré de nuevo aquí cuando las circunstancias lo hagan oportuno.

No dejo de desearles un gran Día de Sol.

 

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