Laura Castellanos* /The Washington Post.
Las jóvenes feministas han sacudido al gobierno del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), al manifestarse con beligerancia contra el aumento de los feminicidios y asesinatos de mujeres —que promedian 10 casos por día—, las desapariciones, las violencias machistas, y por colocar el tema en la agenda de los medios de comunicación.
Ellas han escalado una rebelión de mujeres inédita y variopinta contra la violencia patriarcal en México. Son la expresión más radical de la lucha y han sacudido al país al recurrir a la “acción directa”: formas de acción fuera de la institucionalidad o legalidad, algunas violentas, usadas por movimientos emancipadores —como el de las sufragistas británicas— para confrontar el orden social.
Las acciones directas de las jóvenes mexicanas han consistido en protestas, performances, cristalazos y pintas de monumentos icónicos, la toma de planteles educativos para exigir la expulsión de acosadores sexuales, la destrucción o incendio de oficinas públicas (como el Tribunal de Justicia en Sonora), y la obstrucción de calles, entre otras, por las que han sido acusadas de vándalas o de infiltradas de la derecha por el mismo presidente.
Su accionar se suma al de un emergente movimiento de mujeres, con posiciones encontradas ante las acciones directas violentas, que al visibilizar la violencia de género en el mapa de la inseguridad nacional han minado la popularidad del presidente que ha tenido el mayor apoyo popular en la historia democrática del país.
Su belicosidad es proporcional a la violencia a la que están expuestas, pues ellas han crecido en un país invadido por fotografías de rostros de mujeres desaparecidas que se difunden en los espacios públicos mediante anuncios de búsqueda, notas en los medios de comunicación y peticiones de ayuda en las redes sociales.
En México hay más de 15 mil casos de mujeres desaparecidas registrados de 2006 a la fecha. Cuatro de cada 10 casos tienen edades de entre 15 y 24 años, de acuerdo a las cifras oficiales.
A partir de mi reporteo, he constatado que muchas de las feministas radicales son menores de 25 años, provienen de clase media o popular, se mueven en transporte público y protestan en contingentes particularmente femeninos.
Pensé que ellas serían parte de una nueva generación de células anarquistas, como las insurreccionales que actuaron clandestinamente en los gobiernos de los expresidentes Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, con una presencia masculina mayoritaria, y que documenté en mi libro Crónica de un país embozado 1994-2018.
Entre estas células mayoritariamente masculinas, la excepción fue el Comando Femenino Informal de Acción Antiautoritaria, el único integrado por mujeres, que, de 2014 a 2017, colocó bombas artesanales en instalaciones gubernamentales y eclesiásticas en contra de la pederastia sacerdotal.
Pero al entrevistar a “morras”, como se llama coloquialmente a las jóvenes en México y como se autodefinen estas feministas radicales, constaté que, si bien algunas de ellas practican concepciones anarquistas como la horizontalidad, la autogestión ajena a instituciones y partidos políticos, usan el símbolo clásico de la A encerrada en un círculo, o se visten y embozan el rostro de negro, la mayoría no asume su filosofía ni tienen alguna ideología.
Desde octubre de 2019, decenas de ellas, entre las que están adolescentes de escuelas de nivel medio básico, han tomado por la fuerza —en algunos casos apoyadas por sus compañeros— 13 planteles de la Universidad Nacional Autónoma de México(UNAM), la universidad más grande de Latinoamérica, en demanda de más seguridad y sanciones contra acosadores sexuales.
En una charla colectiva que tuve con las morras que desde el 30 de enero tomaron, sin participación masculina, la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, corroboré que la mayoría rondaba los 20 años de edad y no había leído literatura anarquista ni feminista.
No son feministas teóricas sino vivenciales. Se apropiaron de un término históricamente estigmatizado y lo resignificaron y han hecho popular movidas por la rabia ante las violencias machistas, y por la sororidad (hermandad solidaria femenina) que a partir de la violencia han ido construyendo con las mujeres de su familia, su entorno y su país. Una pinta en un muro de la facultad revela la fuerza viva que las impulsa: “Nos quitaron tanto, que terminaron quitándonos el miedo”.
Su belicosidad comienza a trascender su terreno. Yesenia Zamudio, cuya hija, María de Jesús Jaime, es un caso de feminicidio impune, expresó tras las críticas a las encapuchadas por sus acciones directas violentas, que ella se asumía feminista: “¡Tengo todo el derecho a quemar y a romper! ¡No le voy a pedir permiso a nadie porque estoy rompiendo por mi hija! ¡Y la que quiera romper, que rompa! ¡Y la que quiera quemar, que queme! ¡Y la que no, que no nos estorbe!”.
La respuesta de AMLO ante el movimiento ha sido el desdén o las acusaciones de que fuerzas conservadoras están detrás, pero en su gobierno hay alarma.
Obtuve información de que Ricardo Peralta, subsecretario de Gobierno, entre otros funcionarios de primer nivel, ha tenido encuentros con directivos de empresas periodísticas para pedirles que disminuyan el número de notas sobre violencia hacia las mujeres, así como las críticas a la rifa del avión presidencial y a la construcción del Tren Maya en el sureste mexicano, bajo la promesa de que recibirán los contratos de publicidad oficial que fueron recortados en este gobierno por razones de austeridad.
Las protestas de las morras han ocupado diversos espacios informativos, especialmente cuando han realizado acciones directas contra el mandatario. Cuando AMLO dijo ante la prensa que no quería que el tema del feminicidio opacara haber recibido un cheque de la Fiscalía General que usará para pagar los premios de la rifa del avión presidencial, contingentes feministas le fueron a pintar, patear e intentaron incendiar la puerta de su casa: el Palacio Nacional.
En dicha mira feminista también está la prensa. Tras el feminicidio de Ingrid Escamilla, una joven de 25 años descuartizada y desollada por su pareja, las morras fueron a protestar por la publicación de las fotografías de su cadáver ante los periódicos Reforma y La Prensa, en donde incendiaron una camioneta.
En las últimas semanas he charlado con feministas académicas e institucionales y algunas de ellas rechazan que estas morras sean feministas genuinas o que aporten a la lucha de las mujeres.
Pero la realidad es que están resquebrajando la coraza institucional que ha protegido a los acosadores escolares y su lucha está teniendo, en estos días, una respuesta sin parangón. El rector de la UNAM, Enrique Graue, tuvo que crear la Coordinación de Igualdad de Género para atender los casos de violencia de género, entre otras medidas. Y recién separó de su cargo a un académico acusado de intento de violación.
Estas tomas escolares contra acosadores se extendieron también a cinco facultades de la Universidad Autónoma del Estado de México, lo que ya derivó en 10 suspensiones de profesores, una destitución, un despido y seis separaciones. En otras instituciones, como la Universidad Autónoma de Nuevo León, las jóvenes han recurrido al #MeToo en redes sociales logrando la creación de una Unidad de Género que acaba de expulsar a cuatro académicos y un estudiante.
Además, algunos medios de comunicación, de manera interna y discreta, están redefiniendo sus líneas editoriales y buscando asesoría para hacer un periodismo con perspectiva de género.
En una ponencia pública, la doctora en Antropología Marcela Lagarde, artífice del término feminicidio, dijo ante un auditorio femenino que el feminismo busca la igualdad incluyente entre mujeres y hombres, e instó a las participantes a escuchar y ponderar a estas morras. Les dijo: “Yo las convoco a que seamos voz, sustento, apoyo, certeza, para estas jóvenes que nos han arrebatado la estafeta”.
Habrá que ver si su convocatoria es atendida y hay reciprocidad. También si las feministas de la vieja y nueva guardia se nutren en común, y dan cauce al emergente y amplio movimiento de mujeres en el país. Habrá que ver si el presidente continúa menospreciando sus exigencias y atizando su rabia, y hasta dónde las morras siguen con la estafeta en su carrera abalanzada contra el orden patriarcal. “¡Se va a caer! ¡Lo vamos a tirar!”, advierte la consigna de lucha de la impetuosa cuarta ola feminista mexicana.
*Laura Castellanos es reportera feminista mexicana, escribe sobre movimientos subversivos y es autora del libro ‘Crónica de un país embozado 1994-2018’