La rabia presidencial

/ FERNANDO RUIZ DEL CASTILLO /

El presidente López Obrador mostró este viernes una más de las muchas debilidades de su personalidad. La intolerancia. Y es que el inquilino de Palacio Nacional, donde por cierto no paga renta, intentó pero no pudo disimular la molestia que le provocaron las preguntas de la periodista de Animal Político, Nayeli Roldán. La insistencia de la comunicadora hizo “tronar” al jefe del Ejecutivo quien tuvo que reconocer que el interés de las “mañaneras” no es precisamente la de informar a los mexicanos con la verdad, sino de imponer, por sus “destos” la agenda nacional. Pero que, además, lo de su gobierno no es espionaje, sino “inteligencia”. ¡Ah chingao!

El presidente ya no puede disimular, a pesar de sus malos chistes, sus pésimas analogías y su nerviosa risita socarrona, que está muy molesto porque no todos sus caprichos se han cumplido. La reforma electoral, transformada en Plan B, comienza a recibir los primeros descalabros en el Poder Judicial, la ministra presidenta Norma Piña ni lo topa con sus insultos lo mismo que el casi expresidente del INE, Lorenzo Córdova, o el rector de la UNAM, Dr. Enrique Graue. Como al loquito del pueblo, lo dejan hablando solo.

El presidente no quiere aceptar, por eso su pública irritación, que el poder se le está escurriendo de entre las manos. Sus injurias, infamias y ofensas diseminadas desde el púlpito presidencial, un día sí y el otro también, durante más de cuatro años de gobierno, están dejando de surtir efecto. Sus acusaciones al aire, sin pruebas, sin acciones judiciales, denuncias ni demandas, sin presuntos delincuentes en la cárcel, pero linchados a diario desde el tribunal de la Santa Inquisición Vinotinta, ya no surten el efecto inicial.

Las redes sociales, antes dominadas por la presencia de seguidores, fanáticos y simpatizantes que replicaban los mensajes de odio lanzados por el presidente, ya son silenciados por opositores, sí, pero también por miles de usuarios que comienzan a expresar su irritación con el actuar del Ejecutivo y sus réplicas costosas y serviles en los gobiernos estatales, congresos y alcaldías.

El presidente está rabioso y está rabiando, porque sus amenazas contra quienes llama opositores a su gobierno y proyecto de transformación ya no generan temor. Actores políticos, empresarios, medios independientes, periodistas investigadores, comienzan a evidenciar, con documentos y pruebas, las corruptelas y la impunidad que prevalece y se ha multiplicado con los gobiernos de la llamada Cuarta Transformación.

La credibilidad en su persona y la confianza en su gobierno caen lenta e inexorablemente. La presión de Estados Unidos y de representantes republicanos, específicamente, con el tema de los cuatro norteamericanos secuestrados en Matamoros, dos de ellos asesinados, así como la exigencia para que México contribuya en serio en la lucha contra el fentanilo, han puesto a López Obrador y su gabinete de comunicación social y de seguridad, de cabeza.

Por eso el presidente no pudo evitar mostrar su ira cuando la periodista de Animal Político, insistente pero firme, sin perder la compostura en ningún momento y sin faltarle el respeto a la investidura presidencial, planteó y plantó en la agenda nacional un tema que fue motivo de condena, protesta y rechazo del entonces candidato a la Presidencia de la República, hoy primer mandatario de la nación: El espionaje militar y la compra y el uso del programa Pegasus.

Con documentos en mano que mostraban pruebas del espionaje a Raymundo Ramos, un defensor de derechos humanos de Tamaulipas, elementos que puso a disposición del equipo presidencial, Nayeli logró lo que pocos, tal vez ningún periodista había logrado: Hacer estallar al siempre dueño de la situación, acostumbrado a preguntas cómodas de periodistas a modo.

Pero la intolerancia de López Obrador y de sus huestes, que casi de inmediato brincaron a las redes sociales para denostar la valiente participación de la periodista e injuriar a directivos y personal de Animal Político, reveló además que los llamados ejercicios de comunicación circular, como justifican las “mañaneras” presidenciales, son en realidad acciones para imponer la agenda nacional.

El poderoso presidente de México comienza a perder la cabeza y la serenidad, si alguna vez la tuvo, se le fue a los pies. No hay argumentos ni razones, sólo insultos y descalificaciones. Y eso es muy peligroso para la tranquilidad social, económica y política de un país cuyo gobierno se ha puesto una vez más en la mira de Estados Unidos, envuelto en una crisis de inseguridad, de polarización y de desprestigio.

Todo por la rabia presidencial.

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