Por: Zaira Rosas
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Alguien me preguntó si donde vivía era una ciudad segura, de inmediato contesté, pues no es muy recomendable salir tan tarde, aunque también ocurren secuestros con frecuencia en el día, no es una ciudad con alto índice de asaltos, pero sí hay en ocasiones balaceras o enfrentamientos. De inmediato me preguntó, ¿hay muchos narcos?, a lo que respondí que antes los hubo, ahora es más la inseguridad aprendida o quizás el aprendizaje de vivir con ella.
Lo anterior me hizo cuestionarme cómo es la inseguridad en el resto de México, con certeza las estadísticas demuestran que no ha disminuido pero quizás aprendimos a vivir con ella, nos acostumbramos a limitar nuestros horarios, a ser más precavidos en los movimientos y desconfiados del entorno, comenzamos a considerar normarles las llamadas de extorsión, las noticias de asaltos o secuestros, entendimos que ese era el México en el que nos tocaba vivir.
El tema de la seguridad es una responsabilidad del Estado, es decir del gobierno, sin embargo con el paso de los años este problema no ha disminuido. Han cambiado los partidos al mando, se han implementado múltiples estrategias y seguimos igual. El narcotráfico es uno de los principales puntos relacionados con la violencia y temas delictivos en nuestro país, existen figuras líderes que a lo largo de la historia se han vuelto el blanco en cada sexenio, como si al capturarles se debilitaran los demás problemas, quizás porque eso quisimos aprender de otros países.
En México con o sin líderes del narcotráfico la situación permanece, porque con la captura de uno nace otro y las actividades ilícitas siguen siendo una alternativa principalmente para jóvenes o personas en zonas de marginación. La reciente noticia de cadena perpetua a “El Chapo” solo sirve para difundirse como un logro binacional en medios de comunicación, pero no representa un golpe real contra organizaciones criminales.
El crimen sigue teniendo el control, porque mientras el gobierno piensa en programas asistenciales como solución, los grupos criminales trabajan bajo dos vertientes, la verdadera asistencia y resolución de problemas en sus comunidades o la intimidación constante, ambas más poderosas que el sistema actual. En zonas marginadas desde temprana edad se les recluta para tareas que parecen sencillas pero al crecer evolucionan en actos violentos y atentados contra otros.
Los programas gubernamentales pueden ser un acierto, pero están atacando muy por encima los sucesos, la seguridad actual que se implementa en nuestro país no es preventiva y los elementos encargados de ejecutarla no cuentan con elementos suficientes para no ser víctimas de extorsión o convencimiento por parte del crimen organizado.
Para atacar de raíz este problema se debe pensar en políticas económicas y no sólo asistenciales, aprender del ejemplo de países que ya hayan superado estas etapas, en dónde la seguridad se garantizó gracias al trabajo arduo entre generaciones, gracias a la normatividad sobre los ilícitos y a la legalización de sustancias. En vez de preocuparnos mediáticamente es necesario que lo hagamos desde la raíz, desde los derechos humanos, la educación y el empleo.
Si las necesidades básicas de nuestros elementos están cubiertas, no habrá necesidad de buscar oportunidades de desarrollo en las filas del mal, pero tomemos en cuenta que en la ecuación no sólo figuran los jóvenes, sino también los niños, sus familias e incluso los elementos de seguridad. Las garantías deberán ser para todos para que en verdad podamos notar un cambio.