Paralaje.
Liébano Sáenz.
La relación entre los gobiernos de México y Estados Unidos, durante muchos años, ha representado un desafío. No siempre ha sido cordial y constructiva; tampoco ha sido de invariables desencuentros. Ambas naciones comparten mucho más que una extensa frontera. El TLC representó un logro mayor y es un punto de quiebre para la integración económica, social y cultural, con el agregado de que incorpora a Canadá. Es mucho más lo positivo que ha habido desde entonces, a pesar de la perniciosa presencia de la violencia asociada al tráfico ilegal de drogas, personas y armas.
El arribo del presidente Donald Trump planteaba un escenario desafiante. La retórica antimexicana del candidato y posteriormente presidente, invitaba a pensar en el inicio de un ciclo negativo en la relación bilateral; su nacionalismo radical en materia de migración y su compromiso de terminar con el acuerdo comercial presentaba un escenario complejo, al que se agregaría la incertidumbre por el arribo al poder de Andrés Manuel López Obrador y la nueva mayoría en el Congreso.
Sin embargo, México ha sabido encarar constructivamente las nuevas condiciones y el hecho de llegar a un nuevo acuerdo entre los tres gobiernos, todavía a ratificar por el Congreso norteamericano, convalida la tesis de que el cambio en los instrumentos y la persistencia de una política migratoria hostil al país no comprometerá en lo fundamental la colaboración y la integración económica regional.
El nuevo entendimiento ha significado costos para las autoridades mexicanas, en el sentido de que para muchos es difícil entender la necesidad de actuar con pragmatismo y con claridad frente al presidente Trump. El tema migratorio es un asunto de política interior de mucha sensibilidad en la sociedad norteamericana. No solo es un tema de retórica electoral, es un sentimiento que llega a muchos norteamericanos quienes se sienten extraños en su propia tierra. Los migrantes les han quitado trabajos y muchas empresas han tenido que mudarse a otros países para sobrevivir a la competencia de estos tiempos.
La afectación que ha tenido la industria y la economía norteamericana, así como su mercado laboral tiene muchas causas. Los efectos del TLC han sido en beneficio de las tres naciones, como lo demuestra el hecho de que el déficit comercial de Estados Unidos con México es significativamente menor que el que existe con China, aunque buena parte de las empresas exportadoras mexicanas son de origen norteamericano y mantienen una planta productiva en el país de origen gracias a la presencia productiva en la industria nacional.
El presidente López Obrador y su equipo han actuado con acierto ante la realidad y las condiciones que ésta impone. Incluso ahora, cuando por razones del desencuentro político de los demócratas con el presidente Trump ha contribuido para que las diferencias no obstruyan la ratificación del T-MEC. El que el presidente se involucre directamente en la atención a los representantes demócratas es un signo muy alentador y por lo mismo, es uno de los elementos para ir construyendo certeza económica y política, uno de los objetivos más importantes para el crecimiento y desarrollo del país.
También el gobierno del presidente Trump ha actuado con un sentido constructivo y con apertura. La designación de Christopher Landau como embajador es una señal muy positiva. Su mensaje de inicio genera expectativas de que el entendimiento habrá de fortalecerse y que los desafíos de la relación bilateral habrán de ser atendidos con sensibilidad y ánimo constructivo, lo que se corresponde con la actitud del presidente López Obrador y su equipo de gobierno.
Los problemas persisten, pero también la voluntad de superarlos y más que eso, como lo ha señalado a su arribo el embajador Landau, la prosperidad de ambas naciones es condición para el bienestar y el mejor entendimiento. Como tal, uno de los aspectos a atender es el del comercio ilegal de armas de Estados Unidos a territorio nacional, así como una atención al tema migratorio con apego a los derechos humanos y a un sentido de civilidad para que quienes son víctimas, no tengan la condición de delincuentes.
El presidente López Obrador hizo una corrección importante en la perspectiva migratoria. El mensaje de ahora es que el país no será espacio de libre tránsito para quien quiera llegar al territorio norteamericano. Es natural que, en el contexto electoral, las autoridades norteamericanas mantengan una postura estricta y demandante, pero las mexicanas han acreditado en los hechos su compromiso de contener los flujos migratorios ilegales.
La relación bilateral se fortalece en la medida en que los temas inmediatos son atendidos con perspectiva de largo plazo, como lo han hecho ambas autoridades en los temas migratorios y de comercio. Más que eso, cuando se comparte la convicción de que el bienestar no resulta a costa de sacrificar la prosperidad o la aspiración de mejor futuro del vecino, sino de un destino compartido que por igual atienda el plano económico, cultural y social de nuestras naciones.