*Paralaje.
Liébano Sáenz
«¡Fascismo nunca mais!». Otelo Saraiva de Carvalho
Se conmemora y festeja la caída de la dictadura en Portugal hace cincuenta años, un momento emblemático para la democracia después de una larga espera, de casi medio siglo. Los setenta nos remiten a un cambio para bien en muchas partes del mundo. A nuestra manera, en México, en 1976, inició el largo proceso de reformas democráticas a partir de la inclusión de la pluralidad en el Congreso y años después, con instituciones que dieran certeza al sufragio en el marco de elecciones justas y sin interferencia de las autoridades que le restaran legitimidad. Construimos así un proceso ejemplar por su civilidad, sin rupturas y sin sangre de por medio.
Recordar es obligado porque en el balance de la situación actual, ha perdido impulso el avance democrático. Su enemigo mayor ya no es la dictadura, casi siempre con expresión militar. Ahora el acecho a la democracia viene de los gobiernos electos por el voto libre y en elecciones justas, dispuestos a eliminar las coordenadas básicas de la competencia democrática a través de las cuales llegaron al poder. Es un fenómeno global, México no es la excepción y a pesar de ello concurre un ensordecedor y cómplice silencio.
La crisis del paradigma democrático merece atención. Quizás el mismo proceso de liberalización que le acompaña incubó las condiciones para el descontento por lo que no hizo o no pudo resolver el arreglo político, lo que generó, fundamentalmente, la exclusión social, la venalidad en la política y la incapacidad para generar mayor bienestar para la población. Nuevamente, México es una buena radiografía de lo que ocurrió en muchas partes del mundo.
Aquí, es preciso distinguir entre el legítimo reclamo social y su perverso aprovechamiento por parte de los demagogos. También es necesario deconstruir la arenga populista fundada en el descontento social. Es preciso reconocer lo que no salió bien a quienes con mayor claridad en su momento plantearon la opción democrática. Dejar en claro que no es necesario transitar otra vez por una etapa de autoritarismo para reencontrar que la mejor opción, la más civilizada y a la altura de la dignidad de personas y comunidades es, como bien se descubrió hace cincuenta años, la democracia.