Por: Mónica Mendoza Madrigal
Para Adela, Irene, Norma y Conchita.
Hace más de 20 años que milito en el activismo feminista.
No podría precisar con exactitud cómo se encendió en mí esa llama. Quizá haya sido la herencia de un matriarcado valiente, o de una educación intelectualizada, o tal vez la sensibilidad individual.
En cada una descubrir que habita en nosotras ese fuego que abraza la causa de género, ha sido un proceso único.
Lo que quiero contarles no es como yo decidí ser feminista, sino cómo era serlo en el puerto de Veracruz en los años 90, porque quizá le resulte parecido a los feminismos locales de su propia ciudad.
Otras mujeres, valientes amazonas que ya ejercían un activismo abierto, fueron mis guías para comenzar a socializar la semilla y con ellas formamos un grupo que si bien no fue numeroso, sí muy participativo y que sigue vivo en nosotras, más de dos décadas después.
Nuestro feminismo local se sumó a una coyuntura específica: los foros para la creación del Instituto Veracruzano de las Mujeres así como la ley en que se funda y luego, el Plan Veracruzano de Desarrollo que en aquel entonces y por primera vez, incluyó los “temas de mujeres” mediante un ejercicio participativo en el que aportamos ideas y propuestas.
Luego de ello vinieron otros momentos claves, como la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y más adelante, el impulso a la reforma al artículo 4º Constitucional, que como sabemos, no prosperó.
Ahí estábamos nosotras, impulsando acuerdos, presentando propuestas, haciendo presencia.
La participación activa y decidida de las feministas porteñas en cada etapa de los procesos públicos de debate o discusión de derechos se ha complementado con el trabajo que, desde lo local, cada una ha realizado para aportar a la comunidad un poco de la riqueza de sus saberes.
La hermandad feminista surgida entre quienes ya tenían un camino recorrido y las que nos fuimos sumando, ha sido un sólido vínculo que nos ha acompañado con el paso del tiempo, y al que se fueron sumando nuevas compañeras, algunas de ellas nuestras alumnas y otras, nuestras colegas.
Lamentablemente no eran demasiadas las nuevas. Las mismas mujeres a las marchas, a las ruedas de prensa, a las protestas, a los intentos por hacer que la sociedad porteña tomara conciencia de las problemáticas de las mujeres.
En nuestro caso, la ruta seguida era que cada una aportara la riqueza de los temas en los que es experta y cuando la causa así lo requería, entonces había que sumarnos para fortalecer el proyecto que hubiera que impulsar.
En todos esos años el dilema fue ¿cómo hacer crecer al grupo feminista?
Hay compañeras entre nosotras que muchas veces incluso enfermas, acudían a las concentraciones porque si no lo hacían, su ausencia mermaría la ya de por sí pequeña concentración alcanzada.
Lo increíble de estas guerreras, es que jamás las escuché dudar si quiera en ir a una marcha por el hecho de saber que estaría poco concurrida.
Estas mujeres no dudan, estas mujeres luchan.
Y entonces al fin llegó el momento que siempre deseamos.
La primera concentración convocada por las integrantes de las nuevas colectivas fue muy numerosa y festiva. Invitaron por redes, invitaron a sus amigas, invitaron a todas y todas acudimos.
Y así fue la segunda de sus convocatorias y la siguiente y las siguientes, y de pronto llegaron otras jóvenes, con sus estilos distintos, con sus planteamientos concretos.
Este rápido viaje al feminismo porteño en realidad podría ser el retrato del activismo feminista de cualquier parte. Mujeres guerreras que en solitario o en grupos pequeños abrazaron la causa para emprender acciones locales y atender las problemáticas de las mujeres de sus municipios, y que hoy conviven con nuevos grupos de jóvenes dispuestas a abrazar esta bandera en un proceso que se conoce como el feminismo de la cuarta ola, el de las chicas de hoy, algunas de las cuales no coinciden con todos los preceptos o plantean sus propios fundamentos.
Chicas que no piden permiso, pues nacieron en un tiempo donde las libertades les han sido arrebatadas por el monstruo de la violencia, pero que no quieren tener miedo o si lo tienen, este no las paraliza sino que las motiva a gritar fuerte, a protestar, a marchar, a pintar monumentos, a realizar acciones específicas para causas concretas, a hablarse de tú con la autoridad reclamándole y exigiéndole que haga su trabajo.
La presencia de las jóvenes feministas ha sido un viento nuevo para la causa que quedó pendiente de ser atendida durante 2 milenios.
El camino que otras primero y luego nosotras aramos a lo largo de tanto tiempo, muestra sus frutos maduros.
Es nuestro tiempo.
Las cifras crecientes de las muchas violencias que cada vez con más saña nos arrebatan la vida, son el escenario propicio para que el feminismo se fortalezca.
No hay mañana para resolver todo eso que ha quedado pendiente, lo que nos deben.
Recuperaremos nuestro derecho a vivir seguras, a no ser violentadas, a no morir a manos de verdugos que queden impunes.
Las niñas podrán volver a jugar libremente sin tener que detener el juego para convertirse en madres.
Esa es la revolución de las mujeres y ya no puede detenerse, porque como todos los cambios sociales profundos, ya inició.
Marchemos juntas, Paremos juntas, luchemos juntas.
La revolución de las mujeres es ahora.