La sopa de pescado

/ Jesús Silva-Herzog Márquez

Vale la pena detenerse en una de las encuestas que se han publicado recientemente, ahora que hemos cruzado la línea de los tres primeros años del sexenio. Ya estamos más cerca del final que del principio. Me refiero al retrato que se publicó en estas páginas el 2 de diciembre sobre las preferencias de la gente hacia el 2024. La radiografía me parece interesante porque revela las aristas de la interrogante sucesoria. Hay, desde luego, mucho por delante y una encuesta tan temprana debe tomarse con muchas reservas. Dos años antes de la elección del 18 esas mediciones no anticipaban el terremoto que vendría. Morena seguía en el tercer lugar y Margarita Zavala parecía pisarle los talones a Andrés Manuel López Obrador. Pero algo se deja ver en la encuesta que comento, sobre todo, en el campo de las oposiciones.

No pinta ninguna figura asociada a los partidos tradicionales. Si tomamos esta encuesta como referencia, no parece probable que surja una candidatura competitiva de las filas del PAN, del PRI o del PRD. Sólo uno de cada diez encuestados estaría dispuesto a votar por Alfredo del Mazo, el gobernador del estado más poblado del país, ese legendario bastión priista. Por cada persona que tiene una buena opinión de él hay cuatro que tienen una mala impresión. En el PAN las cosas no pintan mejor. Al gobernador panista más popular del país lo conoce apenas el 24% de los mexicanos. Por eso no es extraño que apenas un 5% de los entrevistados dice estar dispuesto a votar por él. El gobernador panista de Yucatán es el gobernador mejor evaluado, pero es también casi un desconocido fuera de su estado. Y el político con peor imagen es el excandidato presidencial, Ricardo Anaya.

Insisto en que estas percepciones no son de piedra y que pueden cambiar con gran velocidad. Pero algo dicen. A mi entender, muestran un sistema de partidos en ruinas. Los electores castigaron a las opciones tradicionales y ninguna de ellas ha hecho revisión de su responsabilidad en el desastre. En ninguno de esos partidos han surgido liderazgos que hagan el intento de comprender y así proponer algo distinto. La derrota puede ser estímulo para partidos que mantienen órganos saludables. Genera debates, alienta la renovación. Las derrotas pueden terminar siendo refrescantes. En el caso de los partidos tradicionales no hemos visto nada de ello. Si el voto del 18 fue severísimo, no fue mortal. Ha sido el pasmo de los partidos lo que parece liquidarlos. Leo la encuesta del 2 de diciembre como una muestra de la incapacidad de esas organizaciones de cumplir sus funciones esenciales: presentar diagnósticos y propuestas; ofrecer liderazgos.

No digo que estén muertos ni que sean irrelevantes. Los partidos tradicionales sobreviven. El 20% votaría hoy por el PAN. El 19 por el PRI. No son porcentajes despreciables, es cierto. Pero, ¿pueden, en el futuro inmediato, recuperar protagonismo si no han tocado piso y carecen de cabezas? Los partidos tradicionales han sobrevivido por la necesidad de dar una salida electoral a la discrepancia. En el país hay, no solamente espacio, sino urgencia de un canal opositor. Pero en ausencia de figuras visibles y de relatos convincentes, el vehículo terminará siendo otro. Por eso resulta tan revelador que un político que apenas se hace cargo de un gobierno municipal arañe en popularidad a los punteros del oficialismo. La oposición que puede crecer es aquella que no remite a la nostalgia de los últimos dieciocho años. Tiene que ser, a mi juicio, una oposición que haga crítica de los efectos ruinosos de la demagogia del régimen actual sin pretender regresar el reloj a noviembre del 2018.

Me vuelve a la cabeza aquel chiste ruso sobre el fin del comunismo. Se puede hacer una sopa de pescado con un acuario, pero es imposible convertir una sopa de pescado en pecera. ¿Puede reconfigurarse el sistema de partidos con esos trozos de pescado cocido? Mi impresión es que no. Imaginar que los peces hervidos volverán a nadar porque se les ata con una cuerda parece, por decirlo amablemente, aventurado. Pensar que la alternativa opositora consiste en la soldadura de los tres partidos tradicionales parte, por ello, de un error de diagnóstico. Esas siglas con las que nos habituamos a pensar la política, esos logotipos con los que terminamos el siglo XX serán cada vez menos relevantes para orientarnos electoralmente…

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