*El sepulcro de Angela Cortes fue descubierta en 1966 durante la restauración del inmueble donde se encontraba, en el que ahora es el Museo Recinto de Reforma.
31.10.2025 Veracruz.- En el centro histórico de Veracruz, entre los muros del Museo Recinto de Reforma, yace una figura casi borrada de la memoria oficial, Ángela Cortés de Arellano, bisnieta de Hernán Cortés y de La Malinche.
Su sepulcro, descubierta en 1966 durante trabajos de restauración del inmueble, guarda no solo los restos de una mujer noble del siglo XVII, sino también una línea genealógica que conecta directamente con el origen mestizo de México.
La lápida, de piedra tallada y discreta, lleva una inscripción que fue clave para identificarla: “Aquí yace la muy noble señora Doña Ángela Cortés de Arellano”. El hallazgo ocurrió en el edificio que hoy alberga el Museo Recinto de Reforma, antes convento y luego sede de actos políticos liberales. El descubrimiento fue silencioso, sin ceremonia ni difusión oficial, como si la historia misma dudara de cómo nombrar a esta descendiente de dos figuras fundacionales y conflictivas: el conquistador español y la mujer indígena que fue su intérprete, aliada y madre de su primer hijo.
Una genealogía que atraviesa el mestizaje
Ángela Cortés de Arellano nació en el siglo XVII, en una época en que el linaje de los Cortés aún tenía peso simbólico, pero ya no poder político. Su ascendencia se remonta a Martín Cortés, hijo de Hernán Cortés y Malintzin (La Malinche), nacido en 1523. De Martín nació Ana María Cortés, quien se casó con Juan Bautista de Hermosillo. Su hijo, Jerónimo Cortés de Hermosillo, contrajo matrimonio con Magdalena del Castillo, y de esa unión nació Ángela.
Este árbol genealógico revela una continuidad mestiza que desafía los relatos oficiales. Ángela no fue una noble española ni una indígena sin nombre, fue ambas cosas a la vez, heredera de una historia cruzada por la conquista, la traducción, el poder y la exclusión. Su tumba, en ese sentido, es un testimonio físico de la complejidad identitaria que define a México.
Pese a la relevancia histórica del hallazgo, la tumba de Ángela Cortés de Arellano no ha sido integrada a los recorridos oficiales del museo ni a las narrativas turísticas del centro de Veracruz. No hay placas explicativas ni guías que mencionen su nombre. El silencio que rodea su figura parece reflejar una incomodidad persistente con el legado de La Malinche y con la descendencia mestiza de Hernán Cortés.
Historiadores locales han señalado que el hallazgo de 1966 fue documentado por arqueólogos del INAH, pero nunca se promovió como parte del patrimonio histórico de la ciudad. En cambio, el Museo Recinto de Reforma privilegia su papel como sede de los debates liberales del siglo XIX, dejando en segundo plano su historia virreinal y conventual.
En un país que sigue debatiendo el significado de la conquista, el papel de La Malinche y la figura de Hernán Cortés, la tumba de Ángela Cortés de Arellano ofrece una oportunidad para repensar el mestizaje desde lo íntimo, lo femenino y lo territorial. No fue una figura pública ni una protagonista de grandes gestas, pero su existencia encarna la continuidad de una historia que no terminó con la caída de Tenochtitlán.
Su presencia en Veracruz, ciudad portuaria y punto de entrada de la conquista, añade una capa simbólica, Ángela yace en el mismo territorio donde su bisabuelo desembarcó en 1519, y donde su bisabuela fue arrancada de su mundo indígena para convertirse en mediadora entre dos civilizaciones.
Hacia una memoria más plural.
Recuperar la historia de Ángela Cortés de Arellano no implica glorificar a Cortés ni idealizar a La Malinche. Implica reconocer que la historia de México está hecha también de silencios, de mujeres borradas, de genealogías que no encajan en los relatos oficiales. Su tumba, olvidada pero intacta, es una invitación a mirar el pasado con más matices, más preguntas y más dignidad.
Quizá sea tiempo de que el Museo Recinto de Reforma incorpore esta historia en sus recorridos, y que Veracruz la nombre como parte de su memoria viva. Porque en esa lápida, tallada hace más de tres siglos, yace no solo una mujer noble, sino una clave para entender lo que somos.
Descubrimiento: La lápida se encontró durante trabajos de restauración del edificio en 1966, y sus restos fueron identificados por la inscripción que dice: “Aquí yace la muy noble señora Doña Ángela Cortés de Arellano”.













