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/ Clara Scherer /
Sabemos cómo se origina, quiénes son los causantes y las terribles consecuencias que ocasiona, además de las incontables pérdidas económicas. Las mujeres han propuesto miles de soluciones. Hay alertas de género, hay protocolos, hay recomendaciones, muchas y pocas veces puestas en marcha, buenas prácticas, pero la violencia se incrementa, no disminuye.
A quien, venido de otro planeta, le contaran lo que sucede en este mundo, daría una respuesta simple y rápida: hay que educar a los hombres. Claro. ¿Cómo no se nos había ocurrido? Claro que se nos ha ocurrido y lo hemos intentado. Pero hay muchísimos obstáculos y hasta ahora parecen insalvables. Se han diseñado desde programas para educar en igualdad a la primera infancia hasta talleres para personas violentas. Rediseñar las masculinidades para dejar el machismo como forma de vivir y convivir.
Los sistemas educativos y sus burocracias han estado cooptados por hombres que de ninguna manera quieren perder sus privilegios, y los sindicatos, mucho menos. Aunque la Universidad Pedagógica ha generado propuestas ni las normales (profesorado de educación básica) ni las universidades (profesoras y profesores de educación media superior y licenciaturas) lo han hecho al ritmo y con la obligatoriedad necesaria.
Para colmo, la brecha digital y la violencia contra las mujeres en redes e internet también va al alza. Y si, como dicen, el ejemplo educa, lo que se hace desde la Presidencia no deja lugar a dudas. Dictarle a la candidata oficial hasta en qué minuto tiene autorización para respirar, muestra que aún una de las mujeres “más empoderadas” no puede hacer nada sin su tutor. Las mexicanas estamos viviendo un mal sketch de los estereotipos de género más tóxicos que hay en el muy amplio catálogo. Y si, es violencia política de género, que la sometida no denunciará.
La UNAM propone dos ejes de actuación: la transversalidad de la perspectiva de género en planes y programas, y la capacitación en prevención y erradicación de la violencia de género y políticas de igualdad dirigidas a la población estudiantil, académica y administrativa de la UNAM.
El primer eje supone una revisión puntual de cada plan de estudios y sus correspondientes programas. Implica detectar en cada uno, dónde se excluye a las mujeres, sus saberes, sus problemas, sus necesidades y modificar tanto la currícula como el programa que lo requiera. Ejemplificando, en medicina debemos cambiar el paradigma de que el cuerpo humano “ejemplar” es el masculino y se propone tener dos figuras “ejemplares”, el femenino y el masculino, aclarando la irrupción de la intersexualidad como una manifestación de la diversidad.
Sobre políticas de igualdad, se imparten “cursos y talleres en perspectiva de género, y prevención y erradicación de las múltiples violencias con el fin de construir una universidad igualitaria y libre de violencia para las mujeres, las minorías y el resto de comunidad”. Todo lo anterior supone presupuestos específicos.
En cuanto a la SEP, la fracción XII del artículo 45 de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, la obliga a incluir la perspectiva de género de manera transversal en planes y programas de estudio, y debe abordar el derecho de mujeres, niñas y adolescentes a una vida libre de violencia en los contenidos educativos. El primer obligado es el Presidente, pero ya sabemos y vemos que no acata ninguna ley.
Las mexicanas debemos acudir el próximo domingo a la marcha por nuestra democracia. Hemos visto y padecido durante cinco años, el maltrato prodigado a las mujeres y debemos detener la arbitrariedad, por nuestras hijas, hijos, nietas, nietos y por nosotras mismas. Inicia a las 11 de la mañana en el Monumento a la Revolución y concluye en el Zócalo, en la Ciudad de México. Y también habrá en más de 100 ciudades.