La violencia es un patrón relacional, no un acto aislado.

*Se socializa, aprende, reproduce y legitima.

*Se teje en las interacciones cotidianas que normalizan ese fenómeno y se socializa en los vínculos comunitarios y las dinámicas institucionales: Shantal Gámiz Vidiella.

05.12.2025. La violencia no debe entenderse como un conjunto de actos aislados o individuales, sino como una relación social dominante, un patrón relacional que se teje en las interacciones, en la vida cotidiana que se normaliza, se socializa en los vínculos comunitarios y las dinámicas institucionales. “No se puede abordar sólo pensando en las cifras estadísticas, es urgente modificar el paradigma con el que se analiza y atiende este fenómeno”, señaló Shantal Gámiz Vidiella, trabajadora social especialista en contextos de conflicto, durante la conferencia magistral “Mujeres adolescentes y jóvenes que no están donde debieran”, del Seminario Universitario Interdisciplinario sobre Violencia Escolar.

Durante la conferencia realizada en el auditorio 8 de marzo de 1857 en el marco de las actividades por el Día Internacional para Eliminar la Violencia contra las Mujeres y Niñas, la especialista consideró que centrar la discusión sólo en la violencia visible o explícita, aquella que se identifica fácilmente en actos de agresión, sometimiento o amenaza, limita la comprensión de un problema mucho más profundo. Se deja de lado la estructural, contextual e invisible, aquella que opera como una “gramática” que estructura las relaciones.

Las formas de vincularnos convergen en un espacio en contextos de violencias, relaciones que emanan de una descomposición del tejido social, de un estado de derecho débil y de una insuficiencia de la estructura formal para satisfacer las necesidades básicas.

La egresada de la Escuela Nacional de Trabajo Social apuntó que “pensar en la violencia implica pensar en la complejidad; no hay relaciones de causa y efecto, sino redes de interdependencia que, si están rotas, pueden exacerbar los vínculos de dominación”.

Explicó que la violencia se instala en el espacio donde deberían prevalecer relaciones de confianza, reciprocidad y acompañamiento; cuando esos vínculos se fracturan, se llenan de miedo, dominación y desconfianza. “No es un evento aislado; sino un patrón relacional que se teje en nuestras interacciones diarias y se normaliza en nuestra vida común”.

Añadió que la violencia se socializa, aprende, reproduce y legitima a través de instituciones, significados culturales y prácticas cotidianas. Esta socialización refuerza parámetros como la desigualdad, la impunidad, la corrupción y la inseguridad, que a su vez generan procesos de desintegración, exclusión y aislamiento. “La violencia nos lleva a la insensibilidad y nos desvincula del otro; mientras más diferente es el otro, menor es el vínculo”.

Propuso entender la violencia como un problema relacional y comunitario que involucra a toda la sociedad, perspectiva que permitirá devolver al conflicto su dimensión de diálogo.

Destacó la necesidad de crear nuevos paradigmas para afrontar la violencia. “Las personas con las que trabajamos son un nudo visible de las violencias sistémicas entrelazadas que las han atravesado durante su experiencia de vida. La violencia emerge en contextos marcados por desigualdades, exclusión, dominación y descomposición del tejido social. Sin embargo, también en estos entornos las personas desarrollan formas alternativas de supervivencia que permiten generar puntos de ruptura y reorganización comunitaria”. Aún en escenarios donde es extrema, las familias y comunidades tejen estrategias solidarias para garantizar la vida y la dignidad.

Agregó que al reconocer la violencia como una relación social, es posible identificar momentos en los que esa relación se fractura o debilita. Estos “puntos de ruptura” abren oportunidades para intervenir desde el Trabajo Social, permitiendo resignificar experiencias y reconstruir vínculos.

Planteó una estrategia de intervención basada en tres ejes: Reconceptualizar el problema, cambiando el paradigma desde el cual se entiende la violencia; Resignificar las relaciones para construir vínculos más equitativos y solidarios; Recrear los espacios sociales, de modo que las personas puedan pensarse como sujetos autónomos, interdependientes y responsables.

Además, propuso considerar tres fases para acompañar a personas que viven violencia grave:

  • La seguridad social como la condición mínima para iniciar cualquier proceso. Consiste en estabilizar a la persona, disminuir el estrés derivado de la relación violenta y crear un espacio seguro donde sobrevivir deje de ser la prioridad inmediata. Aquí se trabaja principalmente mediante escucha activa, confianza y acompañamiento cercano.
  • Incidencia e integración. Una vez garantizada la seguridad, el objetivo es transformar la forma en que la persona se relaciona con el mundo. En esta etapa se gestionan derechos, se reconstruyen redes de apoyo y se trabaja con instituciones para generar condiciones de permanencia y protección social. El Trabajo Social actúa aquí como puente entre lo individual y lo comunitario.
  • Autonomía y responsabilidad. La última fase tiene como meta fortalecer la capacidad de la persona para reconstruir su vida, establecer relaciones solidarias y ejercer su autonomía.