*Escrito por Arlette Monserrath Valencia Ángeles.
02.08.2025. Ciudad de México.- En la costa de Yucatán, donde el turismo ha dejado sus huellas en la tierra y el agua, un grupo de 14 mujeres decidió restaurar aquello que parecía irrecuperable: el manglar de Chelem, ellas han logrado regenerar naturalmente más del 60 por ciento de la topografía y el 90 por ciento del flujo hídrico en la zona -antes desértica- dentro de la reserva de más de 100 hectáreas, donde trabajan y darle una nueva oportunidad a la flora y fauna del lugar.
El manglar no solo es una barrera natural de huracanes o cuna de especies marinas, también es memoria, alimento, refugio y territorio. Desde sus saberes comunitarios y una relación profunda con la tierra, estas mujeres encarnan una forma de resistencia que pone en el centro el cuidado, la autonomía y la justicia ambiental. Restaurar el manglar también es una forma de recuperar la agencia en un entorno históricamente negado a su liderazgo.
Las mujeres continúan produciendo hasta el 80 por ciento de los alimentos en los países más pobres, además, son las principales “guardianas de la biodiversidad y de las semillas de cultivo”, pese a ello, son las más afectadas por diversas políticas, acusa el texto “Ecofeminismos Rurales Mujeres por la Soberanía Alimentaria”, realizado por la investigadora Estefanía García Forés.
Chelem es un puerto pesquero del estado de Yucatán en México. Ubicado en el litoral norte de la Península de Yucatán, al poniente del puerto Progreso, que ha sido transformado en un lugar preponderantemente turístico gracias a sus playas, a su río y a la vecindad con Yucalpetén, el puerto de abrigo que sirve a las embarcaciones de los pescadores de la región.
Las chelemeras no sólo pusieron a disposición su tiempo y mano de obra, también se especializaron y con ello revivieron ecosistemas tan delicados como los manglares, surgió la necesidad en ellas de conocer las causas que provocaron que se secaran, es por eso que las 14 mujeres que forman el grupo aprendieron de ecología forense; esto les permitió identificar las causas de muerte de la biodiversidad.
Actualmente estas mujeres de Yucatán conocidas como las chelemeras, son expertas en reconocer qué tipos de manglares existían, de este modo pueden identificar sus necesidades para ayudar a que sobrevivan.
El rol de las chemeleras predomina en la creación de canales que permiten conectar el flujo hídrico, mismo que se ve afectado con la construcción de proyectos grandes como es “la carretera de seis vías, bastante amplia, que va de Mérida a Progreso y que interfirió el flujo hidrológico que existía en el manglar”, afirma Calina Zepeda, especialista en Riesgo Climático, Resiliencia y Restauración de The Nature Conservancy (TNC), organización que acompaña y apoya financieramente el proyecto.
“De los 14 años que tenemos, nos hemos dedicado aproximadamente diez a recuperar la hidrología de los lugares, haciendo canales”, explica Kenia Vázquez, coordinadora de las Chemelera. “Cuando se recupera la hidrología y llega la corriente de agua, también llegan las semillas de mangle negro y ellas solitas se depositan en donde quieren. Eso es regeneración natural. Ahí nosotras no sembramos. Pero en los últimos dos años, hemos estado ayudando con la reforestación de mangle rojo”.
Estas mujeres también construyeron sus propias herramientas, como es el Jamo, un palo con una red que permite escurrir el agua de la tierra. El jamo es sustituto efectivo de las palas, pues este no se oxida y tiene más durabilidad.
Vazquez, coordinadora de las Chemeleras, reconoció que “aún siendo mujeres de costa, no sabían para qué sirven los manglares”. Hoy conocen que “son barreras anticiclónicas y es también donde se incuban las crías de los camarones que generan producción. Ahora entendemos todo lo que nos benefician”, afirmó.
Cabe señalar que el proyecto en primera instancia durante el 2010 fue ofrecido a los hombres de la comunidad pero rechazaron la invitación pues señalaron que esa labor requería mucho esfuerzo físico y poca paga y no podía dejar sus labores de pesca.
En ese momento no eran evidentes las consecuencias que traería el desarrollo urbano de zonas como Chelem, pues el impacto se dimensionó tiempo después cuando los manglares se volvieron áridos tal como los encontraron las Chemeleras en 2010 durante su primer proyecto.
En contraparte las mujeres de la comunidad cuyas edades oscilaban entre los 30 hasta los 85 años vieron una oportunidad en esta iniciativa para sostener económicamente sus hogares y con el tiempo el conocimiento de la problemática las llevó a un mayor compromiso.
La relevancia de estas restauradoras de manglares también está en la ruptura de la brecha de género, en 2014, Ducks Unlimited de México (Dumac), una organización conservacionista pionera en la protección y manejo de humedales, registró la proporción de tenencia de tierra entre hombres y mujeres en Yucatán y documentó que el acceso para las mujeres es únicamente del 6.3 por ciento, mientras que para los hombres es de 93.7 por ciento.
Las mujeres han apostado por el mundo rural vivo. Ellas, con sus nuevas formas de liderazgo, buscan crear alternativas frente al modelo socioeconómico actual. Ellas comprenden y laboran en la agricultura, aún cuando las condiciones pueden no ser las mejores.
Por ejemplo, el informe «La situación de las mujeres en los sistemas agroalimentarios de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO)», publicado en 2023, puso sobre la mesa que, en 2019, a nivel mundial, el 36 por ciento de las mujeres y el 38 por ciento de los hombres que trabajaban lo hacían en sistemas agroalimentarios.
Pese a lo anterior, las mujeres tienden a desempeñar funciones que se consideran secundarias y a tener peores condiciones laborales que las de los hombres. El informe señala que las mujeres se encuentran inmersas en trabajos irregulares, informales, a tiempo parcial, que requieren un uso intensivo de mano de obra y tienen que trabajar con tecnologías diseñadas para hombres.
La investigadora Estefanía García Forés, destaca la importancia que desde la soberanía alimentaria y el ecofeminismo se construyan bases “de igualdad, eliminando cualquier discriminación hacia las mujeres”.
“Es importante integrar la perspectiva feminista en la propuesta de soberanía alimentaria, ir más allá del discurso, para mirarnos desde el corazón y ser conscientes que un cambio de modelo no puede seguir perpetuando desigualdades y sustentándose en el trabajo invisible y gratuito de la mitad de la población. La soberanía alimentaria debe integrar la ética del cuidado que supone darse cuenta que un modelo respetuoso con la naturaleza también engloba un modelo de convivencia y cuidado entre los seres humanos, que cuidar y ser cuidados es un derecho y una responsabilidad de toda la población, hombres y mujeres, así como una obligación del estado”.