Las “provocadoras”

Las “provocadoras”

Nuestro enojo

Denise Dresser (*)

Sí, estamos enojadas. Sí, echamos diamantina. Sí, rompemos puertas y hacemos pintas. Porque todos los días alguien mata a una mujer, alguien viola a una mujer, alguien acosa a una mujer, alguien discrimina a una mujer. Marchamos y gritamos y denunciamos para que todos los gobiernos, a todos los niveles, entiendan que tenemos derecho constitucional a manifestar nuestro descontento con un país que trata a la mitad de su población a puntapiés. Nuestro enojo nace de la desesperación, del control de nuestra narrativa por los hombres o la política o el poder o los asesores de Claudia Sheinbaum que no entienden que no entienden. Nuestra rabia deviene de la desesperanza ante quienes ignoran lo que nos sucede en las casas y en las calles, en las patrullas y en las pantallas, en el Metro y en los medios. Ser mujer en México es vivir en peligro permanente. Ante eso no nos pidan decoro. Ante eso no nos exijan portarnos bien. Ante eso, reaccionen.

Ahí están los números, los datos, las estadísticas, las historias. Padecemos 270 feminicidios cada mes. 76% de mujeres sufre violencia en el noviazgo. Cada año se embarazan más de 11 mil niñas entre 10 y 14 años por abuso o violencia sexual. En seis años crecieron 310% las denuncias por abuso sexual a niñas entre 0-5 años. 33% de mujeres denuncian violación cuando son detenidas por la Marina, la Policía Municipal y la Policía Estatal. 72% de las mujeres entrevistadas en el estudio “Sobrevivir a la muerte” de Amnistía Internacional fueron manoseadas durante su detención, especialmente en pechos y genitales. 91% de ellas fueron amenazadas por fuerzas policiales. Ahí están las razones detrás de la rabia encauzada a quienes regañan en vez de resolver; a quienes nos degradan y nos disminuyen y nos insultan, a quienes nos estigmatizan como “provocadoras” en lugar de protegernos como ciudadanas.

Lamentable, Claudia Sheinbaum usando el mismo tono y el mismo mensaje que sus predecesores. Ese de “no caeremos en provocaciones” y le daremos prioridad a la política criminal contra manifestantes por encima de violadores. De ella esperábamos el reconocimiento de cómo las mujeres inconformes, insistentes y furiosas han moldeado la historia de México. De ella esperábamos empatía, no estigmatización. De ella esperábamos respuestas, no rencor. No la filtración del nombre de la víctima de la violación denunciada. No la diseminación de un vídeo sugiriendo que mentía. No los mismos sesgos masculinos y machistas que revictimizan a quien se atreve a denunciar. La jefa de Gobierno ya olvidó los tiempos cuando estaba del otro lado, con la banda, en la marcha, desobedeciendo, retando. Ya archivó esos momentos de marabunta femenina que han sido llevados a reformas legales como la despenalización del aborto. Ahí estuvimos, con una rabia que la izquierda consideraba legítima y transformadora, pero ahora desestima como ilegítima y desestabilizadora. Ahí seguimos, pero con una izquierda que se vuelve derecha al criminalizar la protesta y denigrar a las protestantes.

Una izquierda que monopoliza el derecho a decidir quiénes son las feministas “buenas” y quiénes las “malas”. Frente a estas posturas que descalifican el enojo femenino como irracional, peligroso o manipulado habrá que reivindicar sus causas; habrá que validar de dónde proviene y para qué sirve. Como lo explica Rebecca Traister en Buenas y enfadadas, el poder revolucionario de la ira de las mujeres, hay tipos loables de enojo. El enojo ante la injusticia; el enojo ante la desigualdad; el enojo que es expansivo y a la vez optimista porque busca el cambio. Enojo exuberante que es herramienta de comunicación, llamado a la acción, convocatoria a las compatriotas para que sean ruidosas y vocales. Sí, a veces se vuelve combustible explosivo, puede romper ventanas y maltratar puertas. Pero también abrirlas.

Como alertan tantas mujeres que marchan y exigen y denuncian y desean que México ya no sea un país mortal para nosotras: no perdamos el foco. La atención de las autoridades no debe estar en quienes pintarrajean sino en quienes violan; no debe centrarse en las enojadas sino en las asesinadas. Como lo explicaba sabia y furiosamente un cartel de las marchas: “Qué ganas de ser pared para que te indignes si me tocan sin permiso”. Y para fomentar una indignación incitadora de respuestas y responsabilidades, aquí seguiremos: provocando.— Ciudad de México.

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