*Casos históricos, literarios y mitológicos.
/ Por Adela Ramírez /
A lo largo de la historia, la lujuria ha sido una de las pasiones humanas más vigiladas, temidas… y castigadas. Aunque tanto hombres como mujeres la experimentan, ha sido la mujer, especialmente en las sociedades occidentales tradicionales, la que ha cargado con las consecuencias más duras por mostrar deseo o libertad sexual. En ciertos contextos históricos, ser vista como una mujer lujuriosa era motivo suficiente para ser humillada, marginada, y en muchos casos, ejecutada.
En la teología cristiana, la lujuria fue clasificada como uno de los siete pecados capitales. Aunque en teoría se aplicaba a todos, el control del deseo femenino era visto como un asunto urgente y socialmente prioritario. El miedo no era solo al sexo, sino a la autonomía de la mujer sobre su cuerpo y sus decisiones.
Casos históricos, literarios y mitológicos
Eva – El origen del pecado (Biblia)
La historia bíblica de Eva marca el inicio del relato en que la mujer es la primera en desobedecer a Dios. Aunque su pecado es curiosidad y no sexualidad directa, la tradición cristiana terminó asociándola con la tentación carnal, influyendo profundamente en la forma en que se percibía a la mujer lujuriosa durante siglos.
Salomé – La seductora peligrosa (Biblia / tradición judeocristiana)
Famosa por su “danza de los siete velos”, Salomé pidió la cabeza de Juan el Bautista. En el arte y la literatura, fue transformada en símbolo de la mujer que usa su sexualidad para manipular, corromper y destruir.
Salomé, de Oscar Wilde, se convierte en la imagen de la femme fatale del siglo XIX. El escritor, dota a Salomé de una complejidad psicológica y una ambición desmedida, alejándola de la imagen tradicional de la mujer sumisa y convirtiéndola en un símbolo de peligro y deseo.
Lilith – La primera rebelde (mitología mesopotámica y judaica)
Antes que Eva, Lilith fue, según algunas versiones, la primera esposa de Adán. Fue expulsada del Edén por negarse a obedecerlo. En realidad, era un símbolo de independencia femenina intolerable para las culturas patriarcales.
En textos cuneiformes de Sumeria, Asiria y Babilonia, Lilith aparece como un demonio femenino asociado a las tormentas, la desgracia, la enfermedad y la muerte.
Hester Prynne – La letra escarlata (Nathaniel Hawthorne, 1850)
En esta novela ambientada en la América puritana del siglo XVII, Hester es obligada a llevar una letra “A” (de adúltera) bordada en el pecho por haber tenido una hija fuera del matrimonio. Su castigo público refleja cómo la mujer lujuriosa era marcada y marginada socialmente, mientras el hombre implicado (un sacerdote) quedaba libre de culpa.
Madame Bovary – La condena del deseo (Gustave Flaubert, 1857)
Emma Bovary, harta de la rutina matrimonial, busca amor y pasión en sus amantes. La novela muestra su deseo frustrado por una vida más intensa y romántica, pero la sociedad la castiga por su transgresión, llevándola a la ruina emocional y social.
Anna Karénina – Amor fuera de los límites (León Tolstói, 1877)
Anna deja a su esposo por amor verdadero. Pero por seguir su deseo, es condenada por la alta sociedad rusa, rechazada incluso por otras mujeres, y llevada finalmente al suicidio. Tolstói retrata con brutal realismo cómo la mujer deseante es aplastada por la hipocresía social.
Juana de Arco – Mística, no lujuriosa… pero aún peligrosa (Francia, siglo XV)
Aunque Juana no fue acusada de lujuria, su sola existencia como mujer joven, poderosa y fuera del control masculino la volvió sospechosa. Fue acusada de herejía y brujería, y quemada viva. Su caso refleja cómo cualquier forma de libertad femenina —espiritual, física o sexual— era vista como una amenaza.
La bruja en los cuentos y juicios (Europa y América, siglos XV–XVII)
En los juicios de brujería, muchas mujeres fueron ejecutadas simplemente por ser consideradas demasiado libres, seductoras o sabias.
Durante los siglos XVI y XVII, en Europa, la Inquisición no solo persiguió herejes. También dirigió su mirada a mujeres consideradas “pecadoras sexuales”, entre ellas sexoservidoras, adúlteras, parteras y especialmente, aquellas acusadas de brujería. ¿La razón? Se creía que las brujas mantenían relaciones sexuales con el Diablo, lo cual se veía como una forma de lujuria demoníaca.
Las mujeres acusadas de ser “demasiado sexuales” podían ser torturadas, marcadas como impuras, y en casos extremos, quemadas vivas o ahorcadas. No era la lujuria como emoción lo que se castigaba, sino la idea de una mujer con deseo propio y autonomía sobre su cuerpo, algo que se consideraba profundamente amenazante para el orden social. La lujuria era la puerta de entrada al pacto con el mal.
Doble moral y castigos legales
Desde la lapidación por adulterio en la ley mosaica, hasta los crímenes de honor actuales en regiones de Medio Oriente o Sudamérica, los castigos por deseo o libertad sexual siguen siendo más duros para las mujeres. Incluso en sociedades más liberales, las mujeres sexualmente activas siguen siendo objeto de insultos, en cambio los hombres reciben elogios por lo mismo.
Mientras que los hombres podían tener amantes, visitar burdeles o incluso presumir de conquistas, las mujeres eran educadas para ser castas, obedientes y sumisas. La virginidad femenina era un símbolo de honor familiar, y perderla antes del matrimonio podía significar el desprecio público o la pérdida de derechos.
En muchos códigos legales antiguos, como el fuero eclesiástico medieval o las leyes de ciertos reinos islámicos, las mujeres adúlteras o “de conducta inmoral” podían ser lapidadas, azotadas, encarceladas o ejecutadas. En algunas regiones del mundo, esas prácticas aún persisten.
¿Por qué tanto miedo a la lujuria femenina?
Porque controlar el cuerpo de la mujer era también controlar la herencia, la familia, la sociedad. Una mujer libre sexualmente era vista como impredecible, incontrolable… y, por tanto, peligrosa. La cultura patriarcal necesitaba asegurar la obediencia femenina, y criminalizar su deseo era una de las herramientas más efectivas.
Durante siglos, la lujuria femenina fue silenciada, castigada y deformada para encajar en una narrativa patriarcal que necesitaba controlar el cuerpo y la libertad de las mujeres. Se les enseñó que desear era pecado, que el placer era peligroso y que su cuerpo pertenecía a otros: al padre, al esposo, al Estado o a Dios.
Pero en pleno siglo XXI, hablar de lujuria femenina no es solo una cuestión histórica: es un acto político. Releer estas historias desde una mirada feminista es reconocer cómo el deseo ha sido usado como herramienta de control, y también como semilla de rebelión. Porque cuando una mujer se reconoce dueña de su deseo, está desafiando siglos de culpa, castigo y sumisión.
Hoy, millones de mujeres están recuperando su derecho a sentir, a disfrutar, a decidir. Reconocer el placer sexual como parte natural del ser humano no es caer en el exceso, sino reclamarlo como espacio de autonomía, salud y poder.
La verdadera transgresión nunca fue el deseo en sí, sino la osadía de una mujer que decide vivirlo en libertad.
Pero en los últimos siglos, esa narrativa ha comenzado a cambiar. La literatura, el arte y los movimientos feministas han dado voz a aquellas que fueron silenciadas. Y lo que antes se veía como una amenaza, hoy empieza a reconocerse como una forma de libertad.
X: @delyramrez