Mujeres desechables, ¿libre elección de quién?
Jessica Lara
TribunaFeminista
Sobre lo que hay detrás del el mito de la “libre elección” de las mujeres en situación de prostitución.
Cuántas veces hemos escuchado hablar de la libre elección de las mujeres en situación de prostitución. Cuántas veces hemos asistido al discurso de la libertad de las mujeres que eligen ser compradas por hombres. Mujeres desechables, sexualizadas, cosificadas y deshumanizadas.
¿Qué tiene que ver esto con la libertad sexual? Nada. ¿Qué relación tiene con la estructura patriarcal? Toda. ¿Y con la óptica neoliberal dentro del sistema capitalista? Vaya, se va armando el argumentario. Cuando hablamos de prostitución es necesario incorporar el rigor a aquello que vamos a exponer. Todas y todos opinamos aunque no tengamos ni idea de lo que hablamos.
Por opinar, incluso podemos hacerlo sobre un libro que no hemos leído explicándoselo a la autora del mismo; que se lo digan a la escritora Rebecca Solnit, que vivió cómo un señor le quiso contar de qué iba su propio libro del que sólo había leído una reseña en el periódico. Con esto quiero decir que resulta pueril, además de cínico, atacar a las mujeres que se dedican a escudriñar la estructura del sistema prostitucional y a hacer un análisis profundo con el conocido argumento de “ellas eligen”.
La socióloga Kathleen Barry habla de explotación sexual para referirse a la prostitución y digamos que la define como “hombres comprando mujeres para usarlas sexualmente”. ¡Qué barbaridad!, dirán algunas que hablan de las bondades de la prostitución, de ese “trabajo sexual” que es tan empoderante que solo lo ejercen mujeres, para satisfacer a los hombres, tan necesitados de este “servicio”. Aquí nos encontramos con alguna problemática que viene de concepciones erróneas.
En primer lugar, hablar de la prostitución como una transacción comercial entre mujeres y hombres denota nuevamente no entender dónde estamos, y estamos ante un negocio ilícito en el que como escribe la periodista Kajsa Ekis Ekman, “la mayoría absoluta de las personas que ejercen la prostitución en el mundo son mujeres y niñas y la mayoría absoluta de los compradores son hombres”.
No obstante, a veces vemos escrito “los y las trabajadoras sexuales”; venga, vamos a darnos una vuelta por los pisos, por las calles, por los burdeles, por los macroburdeles, por los polígonos, por las “casas de citas”, para observar quiénes son penetradas por la boca, por la vagina y por el ano, siendo sometidas a las prácticas vejatorias de aquellos que pagan y que desde la pornografía, la construcción de la sexualidad y de su masculinidad han creído que tienen el derecho de acceder al cuerpo de las mujeres, integrando la violencia sexual en sus formas de vida en lo que Kathleen Barry llama sadismo cultural: “Conjunto de prácticas sociales que favorecen y propugnan la violencia sexual, incorporándola a la noción de lo que se define como comportamiento normal”.
Pongamos atención en este momento al fenómeno de expulsión del que nos habla la socióloga e investigadora Rosa Cobo, cuyas palabras extraídas de su libro La prostitución en el corazón del capitalismo cito a continuación: “Las mujeres son expulsadas de sus hogares, de sus entornos sociales y también de sus propias expectativas de vida. Sin embargo la expulsión tiene destino: clubs, pisos, macroburdeles, calles, barrios, polígonos a las afueras de las ciudades o zonas acotadas están preparadas para la comercialización de sus cuerpos.
La violencia de la expulsión se completa con otra violencia, aquella que vulnera el derecho de las mujeres a la soberanía de sus cuerpos”.
La violencia que vulnera el derecho de las mujeres a la soberanía de sus cuerpos, dice Rosa Cobo. Sí, la prostitución también tiene que ver con la libertad sexual; la libertad sexual coartada de las mujeres revestida de una supuesta libertad sexual que es la libertad de ellos de tener a las mujeres disponibles. El placer y la sexualidad están al servicio de los hombres.
La sexualidad de las mujeres no existe. Pero son nuestros cuerpos y hacemos lo que queramos con ellos; El lema es: “mi cuerpo es mío”. No obstante, como apunta la filósofa Amelia Valcárcel, “mi cuerpo es mío es un eslogan, afortunado por cierto, pero no es un fundamento de derecho”.
Aquí se inserta otra problemática, la apropiación del lenguaje. De nuevo Kathleen Barry en una entrevista para la revista Atlánticas[1], en su monográfico La prostitución: Entre viejos privilegios masculinos y nuevos imaginarios neoliberales, advierte de cómo nos han quitado el lenguaje y anota como ejemplo el término “prosex”, usado por aquellos que reducen el sexo a esa transacción de la que hablamos antes y que no es más que una compra de los hombres donde el objeto de esa compra somos las mujeres.
Siguiendo con Barry, la socióloga señala que queremos “reivindicar que el sexo es un aspecto fundamental de nuestra humanidad y que atraviesa la autodeterminación de las mujeres, es decir, reivindicar y apropiarnos de nuestra sexualidad: desde decidir si tener sexo o no; hacerlo como queramos; o probar cuál es la experiencia sexual más satisfactoria para cada una de nosotras”. Como veis, no se trata de ser puritanas ni mojigatas; este “argumento” también cae, tan rápido como se expone.
En el libro El ser y la mercancía de Kajsa Ekis Ekman queda bastante claro: “Cuando el dinero compra el consentimiento, se evidencia una desigualdad de deseo estructural, por eso la prostitución es el enemigo de la liberación sexual”.
En este apartado de la apropiación del lenguaje podemos seguir analizando estos lemas y términos que nos roban en el feminismo. Habéis leído bien, nos roban, ya que surgen en un momento determinado, junto a una reivindicación determinada o bajo un objetivo estratégico determinado y fuera de ahí implica que han sido descontextualizados y adaptados al discurso de ese lobby proxeneta que construye un nuevo relato para destacar que el sujeto “que elige” en toda esta telaraña de intereses somos las mujeres. Desechables, pero como capacidad de elegir. Siguiendo con la consigna “mi cuerpo es mío” voy a traer otro ejemplo estrechamente vinculado, “nosotras parimos, nosotras decidimos”.
Este lema apareció en tamaño mural en algunas fachadas de Madrid y Barcelona empapelando edificios y también mediante pantallas luminosas (con un fondo entre rosa y morado) como iniciativa de la Asociación Son Nuestros Hijos. Un eslogan que marca un momento importante en la lucha feminista cuya reivindicación sigue vigente en algunos países donde nuestras compañeras pelean por el derecho a decidir y por tanto por la despenalización del aborto (el Congreso de Oaxaca lo acaba de conseguir), manipulado en una campaña que beneficia a la mafia reproductiva, intentando normalizar esta prostitución uterina (tal como se refiere a la maternidad subrogada Ekis Ekman) comparándola con el aborto.
Como exponía la filósofa Alicia Miyares en una de sus ponencias, “defendemos el aborto porque estamos en contra de una maternidad impuesta y estamos en contra de los vientres de alquiler porque nos oponemos a una maternidad por contrato”. De nuevo la libertad de la que hacen gala los promotores de esta práctica no existe. Y como en la prostitución, se trata de controlar y explotar el cuerpo de las mujeres para satisfacer deseos.
Esto lo ilustra muy bien Adriana Guzmán, integrante del movimiento Feminismo Comunitario Antipatriarcal de Bolivia, cuando define el patriarcado: “El patriarcado es el sistema de todas las opresiones, todas las discriminaciones y todas las violencias que vive la humanidad y la naturaleza, construido históricamente sobre el cuerpo de las mujeres […] La humanidad aprende a explotar en el cuerpo de las mujeres”. Sigamos con los conceptos.
El más atractivo en cierto discurso es el de empoderamiento. ¿Qué es el empoderamiento? Según Naciones Unidas y la Plataforma de Acción de Beijing, el empoderamiento es el requisito sine qua non para alcanzar la igualdad de género y por ello forma parte del Objetivo 5: Lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y las niñas. ¿Qué significa exactamente? El empoderamiento está relacionado con el poder y con la participación de las mujeres en la toma de decisiones; el término fue adoptado en la Conferencia Mundial de las Mujeres de Beijing y es definido como “la toma de conciencia del poder que individual y colectivamente ostentan las mujeres y que tiene que ver con la recuperación de la propia dignidad de las mujeres como personas”.
Cuando hablamos de empoderamiento partimos en primer lugar de una desigualdad estructural que nos ha mantenido a las mujeres excluidas de muchos ámbitos de la vida, privadas del acceso a los recursos y alejadas de los organismos de decisión.
El empoderamiento como estrategia nace para revertir esta situación a través del desarrollo de capacidades, la adquisición de herramientas y una necesaria mirada crítica a este proceso histórico, dentro del patriarcado como sistema histórico tal como aduce Gerda Lerner en su libro La Creación del Patriarcado, que nos ha situado debajo y que además ha invisibilizado nuestras aportaciones.
Volviendo al tema, la prostitución no empodera; lo que empodera es ser dueñas de nuestra existencia, tener las mismas oportunidades que los varones y sobre todo, ser consideradas personas y no objetos porque los hombres que creen tener el derecho a acceder a nuestros cuerpos nos han deshumanizado.
El manipulado discurso sobre el empoderamiento tiene que ver con el relato que hace el lobby proxeneta de la prostitución, ¿quién, si no, iba a tergiversar el concepto? Lo cuenta Kajsa Ekis Ekman, antes la prostituta era considerada un desecho -mujeres desechables- personas inferiores que estaban ahí para cumplir con esas “necesidades” de los hombres. Ahora nace la trabajadora sexual, mujer libre, independiente y empoderada que elige que varios tíos la penetren cada día por donde a ellos les plazca. Parece que se trata de libre elección.
La libre elección de los hombres que manejan este negocio ilícito y de esos hombres que ven intacta su tóxica masculinidad. Para terminar y en vista de que hace poco -y cada 23 de septiembre- se celebró el Día Internacional contra la Explotación Sexual y la Trata de Personas, conviene dejar claro que prostitución y trata son dos realidades indisociables, que no se pueden separar ya que como dice la socióloga Silvia Chejter, “la trata no es otra cosa que una de las formas más frecuentes o generalizadas de reclutamiento de mujeres para ser prostituidas”. Quizá sirva para dormir por las noches pensar que hay una prostitución voluntaria y buena y otra terrible donde intervienen las mafias que es con la que debemos acabar. Pero no, malas noticias para ese placentero sueño.
Nos encontramos ante un sistema prostitucional que se traduce de esta manera: Hombres que compran a mujeres y otros que se benefician de ello, ante la complicidad de los Estados. Y esta realidad dantesca choca con los derechos humanos y con el feminismo. No se puede legitimar una práctica que nos convierte, a las mujeres, en mercancía.
Podéis seguir mirando hacia otro lado o dar un paso al frente para luchar contra la explotación sexual de mujeres y niñas poniendo el foco en los hombres que compran mujeres y en los que se benefician de este negocio ilícito que se sitúa en beneficios, dados por la economía criminal y como argumenta Rosa Cobo, junto al narcotráfico y a la industria armamentística. Nosotras, las feministas abolicionistas, seguiremos tomando de referencia el movimiento por la abolición de la esclavitud para acabar con esta esclavitud del siglo XXI.
Creemos que es posible un mundo sin prostituidores y lejos de ver el abolicionismo como una utopía inalcanzable trabajaremos para que la paz sea un hecho y una realidad para las mujeres.
Sabemos que el camino es arduo ya que estamos enfrentando al poder, al sistema prostitucional y en esta tarea, a la vez, desarticulamos todos los discursos que desde ahí se lanzan aunque se cuelen en el feminismo, un movimiento social y político que ha nacido para que todas alcancemos nuestra liberación.