/ Carlos Elizondo Mayer-Serra/
En el Consejo de Seguridad de la ONU, AMLO dio cátedra: “Sería hipócrita ignorar que el principal problema del planeta es la corrupción en todas sus dimensiones: la política, la moral, la económica, la legal, la fiscal y la financiera; sería insensato omitir que la corrupción es la causa principal de la desigualdad, de la pobreza, de la frustración, de la violencia, de la migración y de graves conflictos sociales”. En México ya la hicimos, anunció AMLO con modestia: “hemos aplicado la fórmula de desterrar la corrupción…”.
Lo de menos es que el foro no era el adecuado para discutir ese tema, el problema es resolver la siguiente incógnita: si en México se desterró ese flagelo, ¿por qué los problemas medibles que lo llevaron a la Presidencia, mediocre crecimiento, inseguridad, pobreza, baja calidad de los servicios públicos, siguen ahí, la mayoría peor, unos cuantos un poco mejor? O sigue habiendo corrupción en México, o el diagnóstico de AMLO está equivocado y no hay una llave maestra que resuelva todos los problemas del país y, ahora, del mundo.
AMLO cree que, si algo de lo heredado era corrupto, aun sin probarlo, debe ser destruido. Es un imperativo moral. Si él determina que las utilidades de los empresarios en un sector económico son injustas, hay que desterrarlas, como en el caso de la propuesta de reforma constitucional en materia eléctrica.
Por supuesto, si los humanos fuéramos ángeles no necesitaríamos gobiernos, pero no lo somos. Por eso hay que diseñar instituciones adecuadas que minimicen la oportunidad de la corrupción, buscando a la par la mayor eficiencia posible para que haya mayor bienestar y crecimiento. No basta con pregonar el esfuerzo de desterrar el mal, hay que tener las políticas públicas adecuadas.
Un ejemplo de lo fallido de la estrategia de este gobierno es la destrucción del sistema heredado de reparto de medicinas. Supuestamente era muy corrupto, aunque no haya habido pruebas de ello. Peor aún, dadas las muchas asignaciones directas, hoy debe haber mayor corrupción.
Lo que está fuera de duda es la falta de fármacos, no solo los oncológicos, los más visibles políticamente hablando. AMLO reconoció finalmente el problema: “yo no quiero escuchar de que faltan medicamentos, y no quiero excusas de ningún tipo. No podemos dormir tranquilos si no hay medicamentos para atender enfermos”.
Como lo analizó ayer Salomón Chertorivski en este diario, el problema no se va a resolver pronto. Desmantelaron una compleja maquinaria especializada que funcionaba bastante bien. Si las medicinas no se compran a tiempo, no estará preparada la industria para surtir los volúmenes requeridos. Si no hay empresas especializadas para distribuir los fármacos, los que sí compraron no llegarán a tiempo.
El tiempo irá mostrando el nivel de corrupción de esta administración, pero es corrupta cualquier decisión del gobierno que afecte el bienestar de la población o que empobrezca al propio sector público. La más costosa de éstas para el erario, y que es de todos los días, es su obsesión por refinar más petróleo. En septiembre de este año, Pemex produjo 272 mil barriles diarios de combustóleo, y apenas 249 mil de gasolina. El combustóleo es el desperdicio del proceso y vale menos que el crudo que se usó para producir esas gasolinas. En los primeros 9 meses del año, Pemex Transformación Industrial ha perdido más de 111 mil millones de pesos. ¿Nadie le explica a AMLO el costo de seguir con esa fijación? Esta quema de dinero público es, para el erario, idéntica a que si se lo hubieran robado.
Tiene toda la razón AMLO cuando afirma: en “el mundo actual la generosidad y el sentido de lo común están siendo desplazados por el egoísmo y la ambición privada”. Su gobierno es una muestra de ese egoísmo. Es capaz, por ejemplo, de litigar para que los niños amparados no puedan vacunarse. ¿Dónde está la generosidad?
