Llegamos todas… menos las incómodas .

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/ Leslie Idalia Jiménez Urzúa /

Nos quieren calladas. Nos quieren fuera de la conversación pública, reducidas a un insulto, a un apodo, a un chisme. Pero seguimos aquí. Y aunque la violencia contra las mujeres que opinamos, citamos y cuestionamos el poder no es nueva, hoy parece más selectiva que nunca: si no tienes militancia, padrinazgos o capital político, no importan las violencias que vivas.

En la política y en el feminismo, la sororidad también tiene fronteras. Cuando no hay militancia ni capital político, las violencias que vivimos no importan.

Desde mi primer texto público no me dirigía directamente a ti, lectora. Ya pasó poco más de un año y, antes que nada, te agradezco por alguna de tus lecturas. Este tiempo ha sido como una aplanadora: la aprobación e implementación de la reforma judicial con elección popular de jueces (que ha generado tensiones políticas, incertidumbre económica y reacciones internacionales), casos jurídicos emblemáticos y avances en derechos humanos, como el reconocimiento del cuidado como derecho autónomo. Y, en paralelo, una violencia que no cede.

No sé si sea algo generacional, pero hemos normalizado las malas noticias y la violencia. El caso de la diputada [dato protegido] abrió discusiones, entre ellas, la posibilidad de que sea víctima de violencia digital. Desde que comenzamos a hablar de este tipo de violencia advertimos que no es imaginaria: sus daños son reales y trascienden lo virtual. Desde que empecé a escribir aquí he recibido ataques; no he sido la única. Varias compañeras que iniciaron al mismo tiempo que yo han vivido lo mismo, sobre todo quienes no militamos en ningún partido.

Comparto este espacio con compañeros, incluso abogados, que nunca reciben insultos por decir lo mismo, o con más dureza, que yo sobre el actuar del Estado. No les llaman “pluma rancia”, no se burlan de su cuerpo, no investigan dónde trabajan, no inventan cosas sobre ellos ni los acosan.

A pesar de los espacios para mujeres y de la legislación vigente, seguimos siendo violentadas. Lo más grave es que esa violencia también viene de nosotras mismas. El caso de la diputada dato protegido lo dejó claro: no todas recibimos el mismo apoyo ni contamos con los mismos recursos. La violencia contra mujeres y disidencias es cruenta y letal, pero la conversación se ha diluido entre la violencia y la “censura”.

El caso reciente de un “comunicador” “marxista” y fue despedido de un medio público lo confirma: muchas señalamos que su violencia solo se tomó en serio cuando se dirigió contra mujeres de su misma militancia. Los misóginos no son exclusivos de un partido.

Poner sobrenombres, llamarnos “feminazis” “fakefeministas”, cuestionar nuestras capacidades o acecharnos no es crítica política: es violencia. Ya lo advertía Catharine MacKinnon en su crítica al marxismo: esta teoría ha ignorado históricamente la opresión de las mujeres, especialmente en lo relacionado con la sexualidad y la violencia de género.

Los impactos del caso de la diputada dato protegido serán devastadores para las mujeres que denuncien violencia contra el Estado. Y es que, para quienes no tenemos cuotas, padrinazgos ni respaldo, la historia siempre se repite: resistir solas.

Hay que asumirlo: nos toca cuidarnos y defendernos solas. Otra vez.

El panorama es desolador para quienes resistimos desde distintos frentes. Pero quiero apelar a lo que dijo la presidenta: llegamos todas. Así debería ser, incluso para protegernos de la violencia misógina.

Por eso hago un llamado a todas las mujeres que han sido violentadas por dar su opinión, por citar, por cuestionar el poder: estamos aquí y seguiremos, aunque nos toque resistir solas. Porque nuestra voz, incluso en soledad, seguirá siendo resistencia.