Locura moral, el diagnóstico que el patriarcado le dio a las rebeldes de la domesticidad femenina.

*Escrito por Wendy Rayón Garay.

03.01.2025 /CimacNoticias.com / Ciudad de México.- Con la llegada de la psiquiatría a México y la construcción del Manicomio General ‘La Castañeda’, muchas mujeres que se revelaron a los roles de género fueron diagnosticadas con locura moral. Aunque esta valoración ya dejó de utilizarse, las narrativas sobre las enfermedades mentales de las mujeres han sido controladas desde una mirada patriarcal y machista, un problema que continúa en la actualidad.

De acuerdo con Erin Vargas Turienzo en ‘El sexismo en la salud mental desde la perspectiva feminista’, la institución sanitaria se rige por normas patriarcales que funcionan como dispositivos de control y poder al favorecer el cumplimiento de roles heteronormativos, marginando a las identidades disidentes. El modelo biomédico fue construido desde la mirada androcentrista y binaria, por ello, se ha invisibilizado a las mujeres y asimilando sus problemas con el de los hombres en cuanto a sus experiencias de salud física y mental.

En adherencia, para emitir diagnósticos se ha considerado la obediencia de las mujeres a las construcciones sociales que determinan la forma en que deben pensar, hablar, sentir, comportarse y vestir según su género. Como resultado, se vincularon ciertos patógenos y medicaciones con las mujeres llevándolas a ser catalogadas como “locas” o “histéricas”.

Esto se reflejó en las pacientes recluidas de la Castañeda, institución que prometía ser una terapia para los enfermos mentales en una época donde la psiquiatría estaba emergiendo. La locura moral como diagnóstico nació en 1835 gracias a James Prichard, la cual definió como “una forma de monomanía en el que la gente podía diferenciar el bien y el mal, pero carecía de fuerza de voluntad para resistirse a impulsos maquiavélicos”. Sin embargo, en 1910 se hallaron varios casos de locura moral en México.

De acuerdo con Cristina Rivera Garza en libro ‘La Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General México, 1910-1930’ la visión de la locura moral permitió que las valoraciones sobre las enfermedades mentales estuvieran vinculadas al “bien y el mal” haciendo uso de frases no médicas y a las ideologías de la época.

Las mujeres diagnosticadas con locura moral

Modesta B. es su nombre. No tiene apellidos o al menos permanecen privados en los archivos de la Castañeda. Como los 12 mil 305 pacientes que desfilaron aquí según la base general de la institución. Ella permaneció en aislamiento de la sociedad, era una mujer de 35 años de edad que, de acuerdo con su doctor, tenía uno “de los más claros ejemplos” de locura moral que la incapacitó para desistir de sus “impulsos sexuales”.

Esto ocurrió en 1921, el cómo llegó ahí es incierto. Los médicos de la época describieron que este tipo de pacientes creían su locura. No fue de extrañarse que entonces la versión del diario de Modesta B., donde unos soldados la habían llevado después de negarles “favores sexuales”, fuera desacreditada.

Otra historia es la de Consuelo quien a sus 22 años entró por primera vez a un manicomio. Su padre la internó en el Divino Salvador y estuvo encerrada por dos semanas como pensionista.  El doctor le expidió un certificado donde la diagnosticó de “excitación maníaca, caracterizada especialmente por ninphomania de origen histérico”. A las dos semanas fue dada de alta voluntaria y después de ocho meses, su hermana Guadalupe la llevó al Manicomio General.

Algunas observaciones que hizo su hermana fueron que Consuelo era “violenta y se impacientaba con cualquier cosa”, que había estado “abatida y contrariada por el género de vida que llevaba, quería frecuentemente la sociedad” y que se la pasaba en las “vulgares fiestas” del pueblo de Tacubaya donde vivía. Sin embargo, parecía que “su carácter marcadamente erótico” fue lo que le dio un lugar en la Castañeda donde por 31 años estuvo entrando y saliendo de esta institución.

Su hermana y el resto de su familia justificaba las sospechas de que Consuelo fuera maniática porque la encontraron escribiendo una carta amorosa “bastante cuerda pero demasiado vehemente” escrita a un antiguo novio, ahí manifestaba sus deseos y emociones sexuales, lo cual era considerado fuera de lo normal al romper el canon de conducta para las mujeres porfirianas de no privarse públicamente de sus deseos y escribirlos.

Solo bastaba una cosa para ganarse un pase directo al Palacio de la Locura: que el médico observará una “conducta sexual y rebelde en la paciente”. Este síntoma podría significar muchas cosas: una carta de amor hacía un amor prohibido, trabajar para mantener a sus hijas e hijos o una pelea con los jefes de familia. Esto era anormal comparado con el modelo de sumisión que debían seguir las mujeres de la época.

El pase directo se transformaba en un certificado que era expedido por médicos generales sin conocimientos psiquiátricos, su única guía era su juicio moral. En este documento se explicaba la necesidad de internar a la paciente, pero muchas veces había ingresos sin estos como se infiere en el diario de Modesta B.

El segundo paso era esperar en el Pabellón General de la Castañeda donde se observaban a las pacientes por 72 horas. Comenzaban con la identificación, que no era más que la investigación de datos personales como el nombre, edad, nacimiento, estado civil y ocupación. Después echaban un vistazo a los antecedentes de familiares que también eran determinantes para sus diagnósticos.

Procedían a describir la evolución de la enfermedad, desde las posibles causas hasta sus síntomas. Para ello tomaban en cuenta la percepción del paciente hacia su malestar y algunas citas eran incluidas en el expediente. La exploración mental y semántica también eran esenciales, por lo que se anexaron en la evaluación de la condición. Respecto a lo mental se analizaba la inteligencia, afectos y voluntad; mientras que en lo semántico revisaban la orientación, percepción, rango de atención, memoria, imaginación, ideación y juicio.

Más tarde, les realizaron exámenes físicos y pruebas de laboratorio checando la cabeza, cuello, pecho, abdomen y extremidades. Finalmente, la observación terminaba con un diagnóstico y tratamiento que podía incluir el internamiento inmediato de la paciente.

A partir de 1910 los médicos comenzaron a clasificar ciertas confesiones por parte de las pacientes como locura moral, y dejó de aparecer este padecimiento en los registros del hospital psiquiátrico en los años 30. El síntoma más importante siempre fue el deseo sexual, catalogado como una perversión femenina donde las trabajadoras sexuales, quienes eran las “más proclives” a desarrollar esta enfermedad junto a la sífilis, estaban conscientes de la diferencia entre el bien y el mal. A partir de este primer paso, los médicos tomaron en cuenta otros criterios.

Las prácticas sexuales denominadas desviadas eran la señal característica de que una mujer padecía locura moral; los doctores también utilizaban como campo de estudio las preferencias de las mujeres, es decir, la condición era distinta cuando ellas manifestaban deseo hacia otras, a estos casos los llamaban “locura de dos”.

Con Carmen S., otra paciente de la Castañeda, observaron no solo las primeras etapas de la enfermedad, sino también que las mujeres solteras y casadas podían desarrollarla. En el caso de Josefa B. destacaron “la falta de respeto” como uno de los principales síntomas, así como los temperamentos fuertes como el de Teresa O. y aunque no lo decían, la homosexualidad también estaba entre estas característicos como le sucedió a Loreto M., según las historias recuperadas por Cristina Rivera Garza.

La percepción de las mujeres sobre su enfermedad

Lo que les ofreció un mayor panorama fue la mirada de las propias internas. Ellas intentaban describir sus síntomas y causas que estaban ligados, más que una enfermedad física, a problemas sociales de los que eran víctimas. Las relaciones conflictivas entre madre-hija estaban presentes en casi todas las internas y terminaban por desarrollar odio hacia ellas porque estaban cansadas de los lineamientos morales y violaban las reglas tradicionales con su comportamiento.

Otro factor fue las relaciones abusivas con sus parejas donde hubo abuso sexual, abandono, infidelidad y violencia. Por eso muchas mujeres escaparon de sus casas en búsqueda de la justicia social que también era considerada parte del problema.  De esta forma, muchas mujeres fueron diagnosticadas con locura moral y no fue hasta 1930 que este diagnóstico dejó de aparecer en los expedientes de las internas.

Conforme a la percepción de Cristina Rivera Garza, al registrar sus experiencias en diarios como los de Modesta B., las internas reflejaban temas ignorados por los médicos. Con ello, “se convertían en autoras de sí mismas” porque al escribir sobre sus vidas, se colocaron en como agentes activos y en funcionamiento llegando a cuestionar las conclusiones médicas sobre sus enfermedades.

Por otro lado, algunas optaron por dibujar como Consuelo y otras por cambiar su historia para escapar de sus realidades. Es decir, que escribieron sobre los límites médicos y sociales de género o escribieron acerca de historias de vida con un final feliz. Después de varios años de confinamiento, Modesta B. inventó una historia sobre política nacional en donde ella era empleada de la Compañía de Teatro de Virginia Fábregas enviada a la cárcel por unos soldados, similar a como terminó internada en la Castañeda.

Modesta B. vivió sus últimos días desahuciada y haciendo terapia ocupacional en el taller de sarapes. Con el tiempo, su historia e identidad fueron olvidados hasta que la escritora mexicana, Cristina Rivera Garza, encontró uno de sus diarios en los expedientes del Manicomio General junto a los diagnósticos de sus doctores.

A partir de su vida, Cristina Rivera Garza creó el personaje de Matilda Burgos para contar las historias de mujeres invisibilizadas que enfrentaron diagnósticos psiquiátricos desde una mirada machista, en la novela de ficción ‘Nadie me verá llorar’.

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