**De memoria.
/ Carlos Ferreyra /
La expresión se aplica indiscriminadamente a todo aquel que manifiesta un desacuerdo con don Peje, sus sirvientes y en general la administración pública, se trate o no de periodistas.
El Chayo, el Chayote o Embute, coima o botella en países hermanos, era privativo del sector mediático. Pretendía definir a ciertos entes, asalariados periodísticos que recibían gratificaciones de algún sector u oficina de gobierno.
Creo que sigue siendo válido el término pero en defensa de los antiguos y hoy satanizados informadores, cabe destacar que mientras los reporteros y los comentócratas pretenden ser exhibidos y lapidados en las aras de la moral popular, en la actualidad no se usa ese término para mostrar que desde esa perspectiva de compra de conciencias nada ha cambiado.
Razonemos: perfectamente sabido que los dueños de los medios reciben prebendas y contratos que les significan personalmente una gran fuente de recursos. Pero curiosamente a tal situación nadie se atrevería a condenarla y mucho menos vulgarizarla con la palabra tan en uso entre los defensores de YSQ.
Muestra actual del chayoterismo empresarial, el diario La Jornada que este año ha recibido alrededor de 230 millones de pesos dé apoyos oficiales.
Cifra insuficiente para cumplir con laudos laborales, pero adecuada para repletar de centenarios de oro los bolsillos de Carlos Payán, en dorado exilio diplomático en Barcelona; del sedicente soldado de la ETA que sumió en una etapa de terror a España, Josetxo Zaldúa y obviamente a su eterna directora, Carmen Lira y chicle que la acompaña.
No, eso no es chayote. Como nadie se siente obligado a rendir cuentas ante el pueblo, supondremos que es parte de enjuagues y negociados en los que, arrastrados por esa ignominiosa carreta, varios y muy dignos periodistas participan. Así sea pasivamente o por omisión.
Los reporteros, para información de los repetidores de mentiras y falacias de su amado líder, son, han sido, las principales víctimas de esta costumbre propiciada por los Don Dueños que así evadieron por decenas de años la mejora salarial de sus trabajadores.
Del Chayo empresarial, igualmente manifiesto en las planas de publicidad, en acto generoso los empresarios hacían una bolsa común y la repartían entre los laborantes que, otra vez victimizados, la agradecían como obsequio patronal.
También había medios que entregaban un porcentaje d la publicidad al reportero de la respectiva fuente. Allí se manejaban fortunas que quedaban en pocas manos, riqueza para titulares de, por ejemplo, Hacienda. Y de los afortunados de las fuentes políticas que cada tres años, por las campañas, recibían incontables beneficios.
Aquí va la sorpresa. Comprometidos como trabajadores y particularmente como profesionales de la información, los reporteros no tenían manera ni poder para condicionar las notas.
Recibían una orden de trabajo que debían cumplir cabalmente. Si desviaban el contenido o dejaban a otro medio “ganar la nota”, perdían la credencial, la chamba y quedaba marcado y no por chayotero, sino por incapaz, por mal elemento.
Aunque muchos jefes de Prensa consideraban que con dinero metían en un puño a los reporteros acreditados en su fuente, la única verdad es que el periodista cumplía con su medio, en cierta forma con los lectores y no había cifra suficiente para hacerlos cambiar.
Los embutes eran entregados en un rito casi clandestino y después de que el periodista ya tenía su escrito en la Mesa de Redacción, que actuaba no sólo como organizadora sino como fiscal y jurado de los contenidos.
Ilusiones, pues, de los tuiteros y feisbuqueros de Cuarta que no conocen los mecanismos de los que nadie habla por simple y justificado pudor.
Vean: los periódicos chicos entregaban la credencial y con ella la autorización para usarla como mejor redituará al poseedor. De allí nacieron las “rutas críticas” que ciertos listos elaboraban y vendían a los propios periodistas.
En el área sindical, se hacía la relación conteniendo los nombres de cada organización, la cantidad que destinaba a cada reportero y los días de entrega.
Los beneficiarios compraban la ruta y recuperaban su inversión en tres, cuatro visitas a distintos gremios. Como es claro, aquí no se consideraban aspectos como contenido informativo. Negocio de listos en el que no entraban los periódicos.
Entre los chayoteros de ayer y los embuteros de hoy, existe una enorme diferencia. Los antiguos intentaban a toda costa no ser identificados como receptores de dineros del erario. Son tiempos nuevos, hoy se exhiben exultantes, orgullosos de participar en las patochadas publicitarias del gobierno.
Los que tienen inútiles por clandestinos, programas en la televisión pública, de la que se han apoderado; los pergeñadores de textos ditirámbicos de los adoradores generalmente con inclusión de ofensas personales, familiares, contra los no partidarios del mandatario.
Para ellos se han abierto las páginas de opinión de los diarios que hoy, como nunca antes, hacen machincuepas para mediar entre los juicios críticos que permitan mostrar un rostro de informadores objetivos, equilibrados e imparciales, y el acercamiento a la fuente no tanto del poder sino de los doblones.
Sin vergüenza en absoluto, los nuevos chayoteros presumen su cercanía con el mandamás y gritan en las redes a los que no están de acuerdo ¡chayotero, chayotero!
La ilustración es de uso perpetuo, refleja la realidad de antes y ahora. Moral de Cuarta…
Carlos Ferreyra