Los delirios del poder

Alma Delia Murillo

Siempre me he preguntado por qué el poder erosiona la cordura. Por qué resulta tan difícil conservar el equilibrio mental cuando se tiene poder sobre otros.

Si repasamos los orígenes de nuestros gobernantes encontraremos algunas historias de dificultades y carencias; una narrativa que pareciera legitimar o garantizar al personaje porque, cuando llegue al poder, sabrá mandar sin olvidar su origen doloroso. Luego viene la decepción porque ya sentados en el trono, se convierten en verdaderos desequilibrados mentales.

Hay otros, en cambio, que han heredado apellidos probados y fortunas incontables, pero cuando llegan al poder resulta que pierden la cordura igual que los anteriores. O sea, la misma jodida cosa.

Unos y otros enloquecen. La soberbia llega a tal nivel patológico que los induce a inventarse un mundo con sus propias reglas y ay de aquél que las contradiga. Pienso en la segunda parte del Quijote, donde hay un pasaje que dice más o menos así: Si alguna vez lo pruebas, Sancho, te vas a comer las manos, por ser dulcísima cosa el mandar y el ser obedecido.

Yo imagino a nuestros personajes luego de probar la adrenalina de decidir sobre millones de dólares, asignar o quitar salud y vivienda, ser vitoreados en sus balcones, aplaudidos hasta el hartazgo y claro: los veo chupándose los dedos. ¿Cómo van a renunciar a tan dulcísima cosa si la realidad se aniquila y sólo su burbuja de poder los rodea?

Se dice que el emperador Calígula quiso nombrar cónsul a su caballo Incitatus, que le vestía con elegantes ropas y organizaba banquetes en su honor. Calígula era -según los historiadores- un tirano demencial, extravagante.

Resulta difícil comprender que Calígula actuó con la complicidad y aprobación del Senado para hacer cuanta locura quiso. ¿Por qué un grupo de personas cuerdas permitiría que se materializaran los delirios de un loco?

En psicología hay un mecanismo llamado “locura a dúo”, es un trastorno compartido en el que un individuo aparentemente sano se deja contagiar por otro desequilibrado, y dominados ambos por la psicosis, cometen actos delirantes, convirtiéndose cada uno en el síntoma de la enfermedad mental del otro.

Es incómodo pensarlo, pero tal vez es que nosotros también formamos parte del cuadro clínico.

Me sorprendo cuando escucho el discurso de Díaz Ordaz, con aquel “hemos sido tolerantes hasta excesos criticados”; cómo olvidar la declaración de Vicente Fox de haber sido el mejor Presidente de la historia: “me los llevo de calle a todos, incluido Benito Juárez”; imprescindible recordar a Peña Nieto que había llegado para “salvar a México”; y con López Obrador culminamos este rosario de desvaríos ahora que declaró que con su gobierno los feminicidios disminuyeron 30% y que somos uno de los países que mejor han manejado la crisis por la pandemia de Covid-19.

Pero vale la pena detenernos a mirar cuánta de nuestra locura colectiva está depositada, reflejada en esos personajes, sumando al impresentable Donald Trump a los que ya listé.

Lo he dicho otras veces y quiero repetirlo, hay algo sintomático en esto y ese síntoma nos incluye. Porque un poco desequilibrados somos todos desde que firmamos un contrato social en el que elegimos negar el instinto y fundar una sociedad bajo la peligrosa premisa de que somos seres exclusivamente racionales. Elegimos ignorar la salud emocional.

Otra señal es que montamos la comunicación oficial en las redes sociales, eso es parte de la locura que todos retroalimentamos. La pantalla de las redes es un espectáculo que enloquece al mundo entero: nos altera, nos sentimos urgidos a jugar el juego de la inmediatez y reaccionamos antes de haber comprendido lo que está ocurriendo. Somos público de la locura porque nos encanta, y hoy tiene audiencia como nunca.

Todos esos hombres espectáculo proliferan porque nos fascinan. Somos la civilización espectáculo, y el show digital es casi un alucinógeno que nos hace confiar más en lo virtual que en la realidad.

Si hacer política se ha convertido en un festival de reacción convulsa, de psicosis representada por señores desequilibrados elegidos “democráticamente”, algo estamos haciendo mal.

Tendríamos que empezar a poner límites mentales propios, recordar dónde está la realidad, dónde su representación y dónde la mera fantasía.

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