*
/ Tania Alonso /
Si preguntásemos en una sala repleta de mujeres quién no ha vivido nunca un caso de mansplaining, muy pocas levantarían la mano. O incluso ninguna. Del mismo modo, si preguntásemos en una sala llena de hombres quién ha hecho alguna vez manterrupting a una mujer, puede que tampoco muchos alzasen la voz.
Lo cierto es que el mansplaining, el manspreading o el manterrupting son prácticas sociales que, durante muchos años, han pasado desapercibidas o han sido concebidas como algo normal. Ponerles nombre y señalar su impacto en la desigualdad estructural de la sociedad es fundamental para acabar con ellas.
Esta es una de las premisas del trabajo Men know, women listen: Mansplaining, manspreading and other malestream stories, de la catedrática Begonya Enguix, investigadora líder del grupo Medusa, Géneros en Transición: Masculinidades, Afectos y Cuerpos, de los Estudios de Artes y Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Trabajo que da forma a uno de los capítulos del libro Toxic masculinity: Men, meaning and digital media, editado por John Mercer y Mark McGlashan. La publicación reúne aportaciones de personal investigador de diferentes disciplinas que ayuda a explorar las formas en que se construye y representa la masculinidad tóxica en el mundo online y el discurso público.
Prácticas que sí importan
En el capítulo Men know, women listen: Mansplaining, manspreading and other malestream stories, Enguix explora cómo prácticas como el mansplaining, el manspreading o el gaslighting importan, y mucho.
Mansplaining: situación en la que un hombre explica a una mujer algo que ella en realidad ya entiende o conoce, de forma condescendiente y paternalista y presuponiendo de forma injustificada que la desconoce.
Manspreading: práctica de algunos hombres de sentarse con las piernas abiertas en el transporte público y otros lugares, ocupando más espacio del que les corresponde.
Gaslighting: técnica de manipulación que consiste en cuestionar la cordura de una persona y desacreditar sus percepciones y recuerdos para que esta dude de su propio juicio.
El trabajo se basa en un análisis visual y narrativo de ejemplos de medios de comunicación populares (como publicaciones en redes sociales y noticias de periódicos) desde el campo de los estudios feministas y de género. Estos han servido para visibilizar casos de prácticas que durante años gran parte de la sociedad no advirtió o denunció, así como para ponerles nombre. “Poner un nombre significa identificar y visibilizar. Identificar una práctica y visibilizarla permite pensarla y también poder desarrollar un pensamiento crítico sobre sus condiciones de existencia, de cambio y de transformación”, señala Enguix.
“Algunas personas podrán pensar que estas prácticas no tienen importancia, que siempre han existido y han pasado inadvertidas. No obstante, sí son importantes. En el caso del mansplaining, por ejemplo, se niega la autoridad femenina y la legitimidad para hablar con conocimiento sobre un tema, porque, como dice el título de mi capítulo, se considera que los hombres son quienes saben y las mujeres quienes escuchamos”, explica.
Como señala en su trabajo, las técnicas masculinas intimidatorias, como el mansplaining o el manspreading, afectan a mujeres de todas las clases, orígenes y tipos de educación. “Ser mujer se convierte en nuestro rasgo definitorio, en nuestra identidad esencial: cuando estos mecanismos están en funcionamiento, el peso, el grosor y la rigidez del género subsume todo lo que somos y hacemos”, explica en el capítulo.
Uno de los muchos ejemplos que Enguix analiza en su trabajo se dio durante el debate a la vicepresidencia de Estados Unidos, que tuvo lugar el 7 de octubre de 2020, y tiene como protagonistas a Kamala Harris, candidata demócrata, y Mike Pence, candidato republicano. Este interrumpió en varias ocasiones a Harris, quien respondió con una expresión rotunda: “¡Estoy hablando!”. Sus palabras, cuenta Enguix, llenaron Instagram y Twitter de memes y referencias al manterrupting y al mansplaining.
Orígenes y consecuencias
Tal y como explica Enguix, prácticas como esta colocan nuestros cuerpos en el centro de la discusión feminista sobre el poder y el privilegio. Entre las principales consecuencias están la opresión, la dominación y el silenciamiento de las mujeres y la devaluación de su papel en la sociedad.
Entre todos los efectos de estas prácticas, Enguix destaca sobre todo la pérdida de reconocimiento y de visibilidad, que determina de forma importante el papel de las mujeres. “La visibilidad es una condición para la acción política, pero el reconocimiento es igualmente importante, porque afecta la consideración de lo que se está visibilizando”, señala en su trabajo.
El mantenimiento de estas prácticas y el hecho de dominar el discurso y el espacio físico (con el mansplaining y el manspreading, respectivamente) son ejemplos del privilegio masculino normalizado y naturalizado. A los hombres se les supone el derecho a saber y a expresarse sin temor a ser cuestionados constantemente, y también se les invita a ocupar y dominar el espacio público.
Todo esto ha situado históricamente a los hombres como sujetos más cercanos a la razón, y a las mujeres como más cercanas a lo emocional, que en nuestra cultura está menos valorado que lo racional. Como numerosas teóricas feministas han destacado (Bordo y Gatens, por ejemplo), se ha construido una jerarquía social en que los rasgos asociados a lo femenino ocupan un lugar secundario y la mujer constituye, como Beauvoir sabiamente destacó, un segundo sexo.
“Lo racional, lo productivo y lo público (es decir, los ámbitos asociados culturalmente a lo masculino) se han construido como hegemónicos y han sido histórica y culturalmente más valorados que las esferas asociadas a lo femenino, como el cuidado, lo emocional, la reproducción o el ámbito privado”, explica Enguix.
En su trabajo, la investigadora de la UOC sitúa estas prácticas en la punta del iceberg que supone el machismo estructural. “Son expresiones de un machismo profundo que todavía circula por nuestra sociedad y que sitúa a las mujeres y otros sujetos conceptualizados como no dominantes, como seres inferiores”, señala.
El papel de los medios y la política
De acuerdo con Enguix, los medios han servido de altavoces para denunciar estas prácticas y generar debates públicos. “Una vez en la agenda pública, la circulación de las palabras ha sido rápida, lo que ha permitido a las personas reflexionar sobre sus propias experiencias y reconocer situaciones en las que fueron víctimas o perpetradoras de manspreading, mansplaining, bropriating, etcétera”, explica. “El primer paso para cambiar la dinámica desigual de las relaciones de género es verlas y reconocer su potencial para silenciar, invisibilizar o humillar: siendo tan comunes, casi todas las hemos sufrido o perpetrado”.
Los hashtags y las publicaciones de Twitter e Instagram, los memes y las campañas para reducir estos hábitos (por ejemplo, las utilizadas en redes de transporte público contra el mansplaining) han sido y son muy importantes para visibilizar, informar y concienciar. Sin embargo, las reflexiones académicas son mucho más escasas. “Por ejemplo, el 19 de octubre de 2021, solo había una página de artículos sobre manspreading a los que se hacía referencia en Google Scholar y tres páginas dedicadas a mansplaining”, señala Enguix.
De acuerdo con la académica, todos los medios, digitales o no, y todos los discursos políticos actualmente tienen una influencia importantísima en la toma de conciencia de las consecuencias que muchas prácticas socioculturales tienen para la igualdad o desigualdad de género.
“Aunque los gobiernos municipales y algunos grupos políticos han hecho campañas para corregir el manspreading, por ejemplo, las prácticas suelen retomarse una vez acabadas las campañas”, explica. “Sería importante incidir más en estas cuestiones, que sin duda redundan en un mayor bienestar de toda la población”.
Entender cómo se determinan las posiciones de poder alrededor de estas prácticas puede contribuir al cambio social y a lograr un futuro mejor. “Destacar cuán importantes son nuestros cuerpos y nuestras prácticas corporales para dar forma al mundo en que vivimos y desvelar los a veces sutiles caminos por los que discurre el privilegio masculino es importante”, concluye Enguix.
Libro relacionado
Mercer, J. y McGlashan, M. (eds.). (2023). Toxic masculinity: Men, meaning, and digital media (1.a ed.). Routledge. https://doi.org/10.4324/9781003263883
Fuente uoc.edu/es