Mtra. Alma Delia Hernández Sánchez.
El amor es una enfermedad en un mundo en el que lo único natural es el odio”.
José Emilio Pacheco.
El pasado jueves se conmemoraron treinta y cuatro años del sismo ocurrido el 19 de septiembre de 1985, que marcó un antes y un después en las políticas nacionales de protección civil ante este tipo de desastres; una versión oficial de casi siete mil personas fallecidas y cuantiosas pérdidas materiales nos recordaban lo frágil que es nuestra vida ante la naturaleza, lo efímero que son nuestros planes ante el universo y lo inevitable de nuestro destino mortal.
32 años después, primero el 7 de septiembre y después, como si se tratara de una broma macabra, el 19 de septiembre de 2017, dos sismos sacudían nuevamente al país, ya no sólo en la capital, sino en otras partes de la República siendo Chiapas, Oaxaca, Morelos y Puebla de los estados más afectados.
En medio de esa conmoción, de la lenta reacción de las autoridades en turno y del temor a las réplicas que se presentaban repentina y brutalmente, surgió entre los mexicanos ese espíritu que lo hace grande ante las adversidades, que lo hace fuerte ante los retos y que lo hace sentir casi invencible ante cualquier peligro que amenace a su país y a sus connacionales.
Ese México, el que apareció en la tarde del 19 de septiembre de 2017 y en la mañana del 19 de septiembre de 1985, es totalmente diferente al México cotidiano que nos causa escozor y hasta un poco de vergüenza.
Ese día habían hombres y mujeres con una pala en las manos removiendo los escombros y cargando pesadas cubetas llenas con todo tipo de material, pero con la firme convicción y esperanza de encontrar a alguien con vida de entre los escombros.
Ese día era el México en el que taxistas, transportistas y cualquier persona que tuviera un vehículo lo ponía a disposición de quien lo necesitara ya fuera para transportar personas heridas, o no, o para transportar víveres.
Ese día no había clases sociales entre quienes se aglutinaban en los centros de acopio para poder organizar víveres y ropa que llegaban de los rincones más inimaginables del país.
Ese día no había molestia por esperar un poco para pedir informes, es más ese día había un superávit de voluntarios que querían sumarse a las labores de las fuerzas armadas, de los bomberos o de la cruz roja.
Ese día muchas y muchos mexicanos hicieron lo que pudieron y todo lo que estuvo a su alcance para ayudar.
Había quienes regalaban cortes de cabello, comida, masajes, conectaban extensiones eléctricas desde sus casas para que la gente pudiera cargar sus teléfonos y hasta liberaban la clave del WiFi para que todo mundo pudiera comunicarse.
La ayuda y las buenas intenciones simplemente se desbordaron.
Ese día no había priistas, panistas, morenistas, americanistas, chivistas, católicos, cristianos o cualquier distinción que Usted se imagine, ese día todos éramos México y México éramos nosotros.
Era un día totalmente diferente a los que habitualmente nos cuentan los noticieros, las redes sociales o algún conocido.
Ese día no había mentadas de madre en las calles pese a que el tráfico era un caos; nadie se metía a las filas pese a que eran largas y había que esperar mucho para poder recibir informes; ese día, simplemente el “gandallismo” despareció.
Tristemente esa versión de México duró muy poco para la gran mayoría.
Volvimos a los que se saltan la fila, a los que toman lo que no es suyo, a los que le meten el pie a otros para que no avancen, a los de los intereses mezquinos que socavan día con día a nuestras instituciones y a nuestra sociedad.
Pronto dejamos de ser aquél México que nos une y nos impulsa a dar lo mejor de nosotros, para volver al México de todos los días.
Resulta triste darnos cuenta que un México mejor es posible y que en el momento más difícil para el país, la mejor versión de nosotros no nos la dio un candidato, un partido político, un gobernante o una política social; la mejor versión de México la dimos nosotros mismos, porque en nosotros siempre ha radicado esa solidaridad que nos caracteriza a nivel mundial, esa que vive arrumbada y empolvada debajo de envidias, frustraciones, apatía, agandalles y quien sabe que tanta fanfarronería que día con día nos sujetan y nos sumen en el descontento y en el “valemadrismo”.
El otro día en una calle sobre la avenida Américas, de Xalapa, estaba cerrada una sola cuadra del tramo que va de la Avenida Xalapa a Lázaro Cárdenas; los automovilistas – ciudadanos – por iniciativa propia habilitaron el carril contrario en dos sentidos permitiendo que la circulación vehicular fluyera sin problemas, eran las ocho de la mañana a la hora que entran los niños al colegio; no había ningún oficial de tránsito que dirigiera el tráfico, no había ni un solo señalamiento. La ciudadanía, por sí sola, fue capaz de enfrentar y de resolver un problema, sin esperar a que alguna autoridad le dijera que hacer.
Todas y todos podemos poner ese granito de arena de nuestra parte. Podemos iniciar con cosas tan simples como dar los buenos días, llegar temprano al trabajo, hacer la parte que nos toca y no ponerle el pie a otros; debemos iniciar con nosotros mismos.
No podemos aspirar a construir el país que todos queremos, el de las oportunidades equitativas, el que reduzca la brecha entre ricos y pobres o el que le garantice un futuro a nuestros hijos, si no comenzamos a desempolvar al México solidario y participativo que vive en el fondo de nosotros.
Si no comenzamos por nosotros, no habrá gobierno que nos logre cambiar, por muy buenas intenciones que este tenga.
Si no comenzamos por nosotros, ¿tendremos que esperar a que llegue una nueva tragedia para volver a saludar a ese México que tanto anhelamos?
Es pregunta, pero pudiera ser afirmación también.
Mtra. Alma Delia Hernández Sánchez
Integrante del Comité de Participación Ciudadana del Sistema Estatal Anticorrupción de Veracruz de Ignacio de la Llave.