Los progres y el patrimonio.

  • Magdalena Merbilháa.

 

En este último tiempo hemos visto grupos de activistas, poco pensantes, que atacan arte en nombre de cualquier causa. La falta de respeto hacia el arte y el patrimonio se ha dejado ver por aquellos que creen que el mundo nació con ellos. Se trata de una generación de la abundancia que, a falta de problemas reales, han empatizado con diversas causas promovidas por otros grupos ideológicos. Sí, se trata de jóvenes manipulados que “sienten”, pero piensan poco.

Se creen rupturistas por ir contra el mundo y el sistema, pero alimentan al sistema que repudian. Han creado el mercado de los “veganos” y “ambientalistas” que mueve millones de dólares. Critican y gritan desde redes sociales en sus smart phones de última generación y aborrecen la producción de energía, pero morirían sin ésta. Como supuestos rebeldes, están dispuestos a ofender a muchos para imponer sus ideas minoritarias. Son reales “fascistas”, aunque se declaren “antifascistas”. Han abrazado las ideas progresistas y, sin entender mucho de que se trata más que de una moda, no son más que “progres”, versión sin sustancia de las ideas del siglo XIX. Buenistas, que no entienden ni miden las reales consecuencias de las ideas que proponen. “Parar el mundo” en su producción o “decrecer”, como proponen algunos, tiene un impacto real en personas reales, no es sólo una idea inicua. Como los terroristas, cometen acciones para buscar prensa. No respetan a nadie ni a nada. No aceptan que otros piensen distinto y con tal de imponer, están dispuestos a acciones violentas vestidas de supuesta “desobediencia civil”.

Esta semana vimos a dos activistas atacar las ancestrales piedras de Stonehenge, el monumento megalítico más importante del mundo. Pero estas acciones se ven de modo recurrente, desde hace un tiempo, a nombre de supuestas causas nobles, todas secuestradas desde las izquierdas. El ataque al arte no sólo se ve en estas acciones, sino en el “feísmo” que se pretende imponer o en acciones como las que vimos en el Museo de Bellas Artes de Chile, donde retiraron los marcos de los cuadros por ser “muy apatronados”, es decir “muy burgueses”. Ideología pura y dura. El arte y las galerías les molestan per se, representan el mundo que pretenden dejar atrás. Como además son ignorantes, no respetan ni dimensionan que significa lo que en esos lugares se expone. El progresismo no mira hacia atrás, solo hacia delante. El pasado no les interesa.

En 2022, un hombre lanzó una torta a un cuadro de Leonardo da Vinci expuesto en el Louvre exigiendo acciones contra el cambio climático. Hubo ataques a “La Primavera” de Botticelli en la Galería de los Uffizi de Florencia y a la “Masacre de Corea” de Picasso expuesta en Melbourne, Australia. Hubo ataques a “El Sembrador” de Van Gogh, “Las Majas” de Goya en el Museo de El Prado. Activistas de “Just Stop Oil” lazaron sopa de tomate a “Los girasoles” de Van Gogh en la National Gallery de Londres. A las pocas semanas hubo una acción similar en el Museo Barberini en Alemania cuando lanzaron puré de papas sobre “Les Meules” de Monet. También sufrieron ataques “La Joven de la Perla” de Johannes Vermeer y “Muerte y Vida” de Gustav Klimt. En 2024 la Gioconda en el Louvre volvió a ser atacada ahora con sopa sobre el vidrio por el grupo “Riposte Alimentaire”, que denunciaba que en Francia se desechaba el 20% de los alimentos y que eso tenía implicancias sociales y de sustentabilidad.

Para ellos nada es sagrado. Buscan atentar contra el sistema, porque ven el mundo ideológicamente y las causas que abrazan son instrumentales para algo más. El mundo, por su parte, abrazó el buenismo y permitió el avance de esta estupidez. La pérdida de la autoridad fue parte del trabajo de la agenda ideológica imperante. De hecho, los castigos penales a los activistas ante estas acciones han sido mínimos. De hecho, la pena más alta fue la recibida por Shakeel Ryan Massey tras atacar y dañar un busto de Picasso en la Tate Modern de Londres. La condena fue de sólo 18 meses de prisión.

Ahora fue el turno del monumento megalítico más importante del mundo, patrimonio de la humanidad, Stonehenge. Circulo solar construido entre el 3100 y el 1600 a.C., lugar sagrado desde entonces y hasta hoy. El complejo, como todos los años en esta fecha, estaba abierto al público, sin perímetro de contención, por el solsticio de verano. Manifestantes ambientalistas, un joven estudiante de Oxford de 21 años y un hombre de Birmingham de 73 años, pertenecientes a movimiento “Just stop Oil” rociaron la estructura con pintura naranja. Cual terroristas los activistas publicaron en la red social X una exigencia al gobierno para firmar un tratado vinculante para eliminar gradualmente los combustibles fósiles para 2030. O sea, un grupo minoritario exige mediante la fuerza los cambios que ellos desean. De hecho, este grupo en el mes de mayo había roto el cristal de la Carta Magna en el Museo Británico.

Todas estas acciones no ayudan a ninguna de las causas a las que supuestamente estos grupos defienden, sino todo lo contrario. Hoy la opinión pública repudia las acciones y con esa misma emoción, termina odiando las causas que pretenden defender.

La tiranía de las minorías tiene cansada a las mayorías que tienen más que claro que “las piedras” y el arte no tiene nada que ver con el medio ambiente y otras causas. Sólo deja evidencia de gente poco inteligente, con incapacidad de libre pensamiento, manipulados y sin sentido de la realidad. En el mundo hay cosas sagradas y sí hubo hombres y mujeres antes que nosotros que deben ser respetados. No hay posible respeto al medio ambiente sin respeto a la tradición.