*Mis proyecciones en el espejo
/ Por: Paula Roca /
Un secreto, para mí, es algo valioso. No se entrega a la ligera.
Cuando lo comparto, es porque confío, porque creo que estará a salvo en las manos del otro.
¿Alguna vez te han traicionado al revelar uno?
A mí sí. Y no solo lo revelaron, lo distorsionaron… lo usaron en mi contra.
Me ha pasado, sobre todo en momentos de vulnerabilidad, en esas noches oscuras donde uno necesita un abrazo, no una daga.
Confiar en alguien y que esa persona utilice tu verdad para herirte, dice mucho más de ella que de ti.
A veces pienso que hay personas tan atrapadas en sus propios vacíos, que solo saben relacionarse desde el daño.
Es triste. Y sí, también es violento.
La traición de un secreto me ha dolido como pocas cosas.
Me ha dejado sin fuerzas, rota por dentro, como si algo se escapara del alma y no quisiera volver.
Conocí esa sensación: la del silencio que grita, la de la confianza hecha pedazos.
Pero también aprendí.
Aprendí que quien traiciona lo sagrado de otro habla desde su carencia, no desde su poder.
Y que su veneno, con el tiempo, se transforma en mi vacuna.
Me ha hecho más fuerte. Más cuidadosa. Más consciente.
Hoy sé que no está mal compartir un secreto.
Lo que importa es saber en quién confiar, dónde dejar aquello que es frágil pero real.
No todos tienen el alma dispuesta para cuidar lo íntimo.
Y eso no me hace débil. Me hace humana.
Aun con miedo, sigo creyendo que hay oídos que saben escuchar y corazones capaces de guardar lo que se les confía.
Y cuando encuentre esos espacios, ahí sabré que puedo volver a hablar… sin temor a romperme.