Denise Dresser
En 2012 el regreso del PRI parecía impensable. Resultaba difícil creer que la población promovería la restauración del sistema de partido dominante que tanto daño le había hecho al país. Un mexicano votando por el PRI era como un alemán votando para reconstruir el muro de Berlín. Así de improbable: así de regresivo. Pero millones salieron a apoyar a Peña Nieto y después de haber sacado al priismo de Los Pinos, el votante mexicano lo regresó ahí, como si no hubiéramos aprendido las lecciones del pasado, o catado los costos que impone el PRI como forma de vida y repartición el botín. Así fue y así nos fue. Un sexenio del “nuevo PRI” tan parecido al viejo PRI en sus usos y costumbres. Una oferta de transformación que se volvió tapadera para la corrupción. Y en 2018 el voto por Andrés Manuel López Obrador parecía el antídoto adecuado; una forma de rescatar la democracia perdida.
Ahora, a dos años de distancia sorprende ver cómo muchos de sus seguidores, promotores y facilitadores han sido seducidos por una promesa de cambio que se distancia de las aspiraciones democráticas. El lopezobradorismo fomenta una plétora de ideas francamente xenofóbicas, visiblemente patrioteras y abiertamente autoritarias. Al inicio de su mandato esto no era evidente, porque durante la campaña presidencial AMLO se moderó, se domesticó. Pero en los últimos tiempos se ha radicalizado, y su ataque a los medios, su embestida a la Auditoría Superior y al INAI, su promoción de la Ley de la Industria Eléctrica, su defensa de Salgado Macedonio y su endiosamiento de las Fuerzas Armadas son sólo algunos botones de muestra. La 4T es cada vez más anti-institucional, anti-constitucional, anti-feminista, anti-globalista, anti-derechos y anti-democrática.
Fuera máscaras. El oficialismo se revela tal y como es. Su objetivo no es que el gobierno funcione mejor; la meta es que el gobierno sea más partidista, que la justicia sea más politizada, que la Suprema Corte sea más dócil, que los órganos autónomos sean más gubernamentales, y que los ciudadanos sean más dependientes del Presidente. Para justificar que rompen la ley o se saltan la Constitución o toman decisiones contraproducentes, AMLO y los amloístas crean enemigos existenciales. El PRIAN, los conservadores, los constructores privados, las energías renovables, las mujeres, Iberdrola, los acaparadores de vacunas, la prensa sicaria, la ONU. La división de México en bandos de puros e impuros hace difícil mantener la conversación con quienes antes eran aliados o interlocutores o compañeros de luchas cívicas. En cualquier momento, cualquier analista, escritor, periodista o activista es transformado en el artífice de una conspiración. ¿Qué está pasando?
Como sugiere Anne Applebaum en Twilight of Democracy: The Seductive Lure of Authoritarianism, dadas las condiciones adecuadas, cualquier sociedad puede voltearse en contra de la democracia, y más aún si era frágil o fallida. Ello requiere un líder proto-autoritario con un cortejo de escritores, intelectuales, propagandistas, moneros, YouTuberos, directores de medios y de comunicación social que moldean su imagen para el público. Los nuevos autoritarios necesitan personas que den voz a los agravios, manipulen el descontento, canalicen el enojo y planeen la panacea. Necesitan de aquellos que sacrificarán la búsqueda de la verdad en nombre de una lealtad tribal o una “pasión de clase”.
La proclividad autoritaria está viva hoy en la intelligentsia de la 4T, que es más conservadora, machista, robespieriana y bolchevique de lo que se cree. Son hombres y mujeres que quieren derrocar, saltar, minar o destruir instituciones existentes, en lugar de dedicar tiempo a su remodelación. Algunos han demostrado ser profundamente religiosos. O profundamente antigringos. O profundamente misóginos. Todos buscan redefinir a México conforme a sus cánones, quieren reescribir el contrato social para colocarse en la punta de la pirámide, rechazan la cacofonía del pluralismo, e intentan alterar las reglas de la democracia disfuncional para nunca perder el poder. Son los seducidos por el autoritarismo disfrazado como preocupación por los pobres y recuperación de la soberanía perdida. Muchos eran mis amigos, y ojalá algún día volvamos a encontrarnos -al final del lopezobradorismo- en un México compartido donde haya cabida para todos y no sólo para los seducidos.