La continuidad de nuestra revuelta a un mes del 8M.
*Por Javiera Manzi A. y Alondra Carrillo V. – Coordinadora Feminista 8M
“Es evidente que no existe una respuesta fija a estas interrogantes. Para nosotras se trata de reconocer, en este escenario de incertidumbre, que las certezas que hoy tenemos pueden desprenderse de la memoria y la confianza en lo que hemos venido haciendo juntas”, dice la Coordinadora Feminista 8M en esta columna.
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Un mes ha pasado desde que nos levantamos en huelga general feminista. Fuimos dos millones desbordando la Alameda, las calles colindantes y el designio de una autoridad de gobierno a la que no volveríamos a pedirle permiso. Sabíamos que aquella jornada sería histórica, que seríamos muchas, en todas partes y al mismo tiempo alzando la voz contra el terrorismo de Estado, la precarización de nuestras vidas y las distintas violencias que atraviesan nuestros cuerpos. Lo fuimos. Esa mañana de domingo, fuimos tantas que no supieron contarnos, tantas que buscaron minimizarnos y ante esa respuesta opaca sostuvimos la certeza de que fuimos más y que la revuelta seguía su curso en la lucha feminista.
Tres semanas después, Piñera se fotografía en Plaza de la Dignidad y con ello, aparece no solo la irrupción del goce casi perverso del sujeto más odiado de Chile en el lugar icónico de la revuelta, sino también la ratificación de una transformación del escenario político: en medio de la pandemia, el gobierno busca volver a gobernar. Que para hacerlo hayan requerido de una crisis sanitaria mundial que coartó radicalmente nuestra reciente cotidianidad de protesta, no modifica esta circunstancia; pero sí da cuenta de la fragilidad constitutiva de su restaurada “autoridad”.
Cuesta, ante este cambio de tablero, evocar la intensidad de la cercanía que vivimos el 8 de marzo. ¿Qué pasó con ese aliento colectivo? ¿Dónde persiste ese impulso, esa confianza y ese deseo de transformación radical de nuestras vidas en medio de una pandemia global?
De la potencia y el roce contínuo de nuestros cuerpos en las calles hemos pasado a vivir este momento de manera fragmentada, en apariencia, divididas. La negativa del gobierno a una política general de cuarentena con condiciones mínimas de dignidad que la hicieran posible ha llevado a considerar esta medida como el privilegio de unos pocos. Pero no olvidamos que lo que hoy está en juego es la impugnación a la administración neoliberal de la crisis sanitaria que encarna este gobierno y los 30 años en que se ha naturalizado la ausencia de derechos.
Lo cierto es que, aunque a ratos nos parezca de ese modo, este no es un paréntesis. Las paredes de nuestro hogar o los tránsitos temerosos en el transporte público en una ciudad reducida al mínimo de su actividad no son la señal de una pausa en el tiempo. No todo se ha detenido. Mientras quienes nos gobiernan salen airosos a gozar lo que pareciera ser este (breve) momento de poder sin contrapeso, el proceso en el que nos encontrábamos subsiste subterráneamente en nuestras rabias, anhelos y preguntas; en nuestras redes y conspiraciones silenciosas.
Vivimos hoy la excepcionalidad de la pandemia del COVID19 en el contexto de la excepcionalidad que habitamos desde el 18 de octubre. Esta es la pandemia en medio de la revuelta y es también la pandemia en un contexto de terrorismo de Estado. La potencia del estallido resuena a lo lejos como un pasado que no quiere serlo, o quizás como un presente que es una tarea contra el olvido, contra la impunidad y contra el arrebato de imaginar otra vida y hacerla posible. Aparece entonces un deseo que es también una necesidad: la distancia física no puede ser condición de aislamiento y parálisis. Al contrario, nos hemos llamado a no soltarnos precisamente porque sabemos que vivimos esta crisis sanitaria con compañerxs que son presxs políticxs de la revuelta, en un contexto de total impunidad de las autoridades responsables de la violación sistemática de los Derechos Humanos cuyas primeras medidas ante la emergencia pandémica fue la restauración de la militarización mediante el toque de queda en las ciudades.
Puesto que esto no es un paréntesis, sino que el tiempo sigue, la vida y la política también, la pregunta hoy no es qué haremos luego de que esto pase. La pregunta quizás sea más bien, ¿Cómo configurar escenarios de salida que no refuercen los giros autoritarios, la pelea del penúltimo contra el último, la violencia patriarcal en escalada, la violencia racista que se intensifica? Sin duda, lo que hagamos hoy será determinante para los escenarios de alternativa a la crisis, pero lo que ya veníamos haciendo es igualmente clave. No partimos desde cero en la revuelta y mucho menos partimos desde cero ahora. Hemos levantado un programa para transformar radicalmente el modo en que se organiza la vida, la vida toda.
Con esa orientación es que hemos intentado actuar en este tiempo. Propusimos un Plan de Emergencia Feminista como respuesta y llamado a la acción colectiva tras la primera semana de declarada la emergencia sanitaria en el país. En el marco de esto, hemos levantado junto a otros movimientos “huelgas por la vida”, para exigir una cuarentena total con condiciones de dignidad para todxs y hemos constituido una Red de Apoyo Feminista para hacer frente a la agudización de la violencia patriarcal en el contexto de encierro. Desde las asambleas territoriales buscamos sostener redes de cuidado y apoyo mutuo. Estar organizadxs nos ha permitido constituir un cuerpo propio que pone de primera línea los cuidados y su lugar fundamental entre los trabajos que sostienen la vida.
Asimismo, vivir esta pandemia en medio de una revuelta abre preguntas y posibilidades que sin esa acción propia no tendrían lugar. ¿Cómo enfrentar de manera efectiva estas políticas de la masacre? ¿Cómo podemos instalar nuestras vidas y nuestro cuidado por sobre las ganancias de unos pocos? ¿Cómo organizar una respuesta a la vez situada y globalmente imbricada a partir de la potencia internacional de la huelga feminista? ¿Cómo, en fin, podemos poner en acción nuestra fuerza propia en estas circunstancias?
Es evidente que no existe una respuesta fija a estas interrogantes. Para nosotras se trata de reconocer, en este escenario de incertidumbre, que las certezas que hoy tenemos pueden desprenderse de la memoria y la confianza en lo que hemos venido haciendo juntas.
Estamos, como pocas veces en la historia reciente, ante una crisis mundial que nos hermana en una experiencia compartida. Así como lo vino haciendo el movimiento feminista con el estremecimiento global de los últimos 8 de marzo, así se abre también hoy la posibilidad, y la necesidad, de dar una respuesta común ante este vértice histórico. Y en esta clave, el movimiento feminista como potencia internacionalista ha de ser trinchera contra el radical avance de la precarización, la privatización de los bienes comunes, los fundamentalismos y las violencias en un contexto de debacle económica que hoy se presenta como un acontecimiento ineludible. Constituir alternativa.
El día en que Sebastián Piñera se fue a tomar un retrato en primer plano junto al monumento a Baquedano, la Plaza de la Dignidad se encontraba desierta. Ese viernes no había banderas negras, ni wenufoyes, ni pañuelos verdes, ni corpóreos, ni Primera Línea. Lo que nosotras vimos más allá de su gesto macabro, no fueron solo los rayados exigiendo su salida a su espalda, que él buscaba ostentar como un trofeo, son las letras pintadas a unos metros en las que aún se lee el recordatorio de eso que fuimos entonces y eso que somos cuando no nos soltamos. Históricas.
*Por Javiera Manzi A. y Alondra Carrillo V. – Coordinadora Feminista 8M