Mamá es lectora .

/ Por Laura Flores /

Me gusta pensar que leer es un hábito adquirido por la curiosidad de mi infancia, aunque en realidad, si algunos lo recuerdan, les dije por este medio que, leí obligada por las circunstancias, por los adultos, la escuela y quizá por algún noviecillo, pero nunca por placer ni por genuinas ganas de saber.

¿Que si me avergüenza decirlo? Antes sí, bastante. Hoy quiero creer que mi caso ha sido el de muchos que, con el tiempo, supimos encontrar amor por los libros; de no haber sido así, éstos me habrían cobrado su factura en todas las tareas que tuve que hacer o en los trabajos que implicaron una dosis de lectura; si bien no tuve esos problemas, de lo único que creo no podré escapar es de la ligera presión que tendré cuando deba enseñarle a mi hijo a leer, y más difícil aún, que le guste leer.

No saber cómo incentivar este hábito en mi pequeño hijo, eso sí que es un temor. Un hombrecito moreno de ojos rasgados y nariz respingada que me ha motivado a no dejar de leer y, que espero, no sea tan rezongón como lo fui yo con mi madre, porque leer le va a servir, aunque de pequeña me negué a creerlo.

Eso lo supe hasta muy grandecita, cuando retomé un libro por ganas de hacerlo. Estaba triste, rota, medio que abría los libros para no sentirme sola; paradójicamente ahora los abro motivada por leer a otras mujeres que me regalen sus pócimas secretas y me compartan sus experiencias de la maternidad.

Y ustedes dirán, ¿maternidad? Pues sí, nunca es suficiente y, qué gusto que por ello, cada vez haya más literatura describiendo este hecho heroico que no alcanza su fin y no lo tiene cuando eres la mamá de un humanito frágil y dependiente de una, y resulta mejor si el papá está presente o se arropa del círculo familiar. Sí lectores, aquí estoy para decirles que la maternidad es mágica y asombrosa, pero también dolorosa física y mentalmente.

Así lo comparte Brenda Navarro en su libro Casas vacías: “Quince horas antes de que naciera Daniel empecé a sentir cómo su cuerpo se preparaba para desgajarme: una especie de vibración que iniciaba en la espalda baja para concentrarse en el hueso ilíaco. No hubo nada de romántico en ello. Daniel el epicentro y yo la consecuencia”.

Cuando leí una y otra vez ese párrafo, lloré. Lloré recordando que mi cuerpo igual se resquebrajó cuando le abrí camino a mi bebé. Un ser que, a pesar de regalarme felicidad, me rompió después de cinco horas de labor de parto.

A cerca de eso, Jazmina Barrera reflexiona en su libro Linea Nigra: “Nunca se me había ocurrido pensar en el parto como el momento de una partida: cuando alguien parte de ti. El momento de una partida y el momento de una partición. El momento de partirse en dos”.

Inevitablemente pensé en mi mamá y mi enorme hermano mayor que salió de su cuerpo sin anestesia, también lo hice en todas las mujeres que vieron nacer a sus hijos por medio de una cesárea. Les abren capas y capas de piel. Esos bebés toman una decisión aun sin saberlo, nacer.

Para ese hecho, la inmejorable Rosario Castellanos escribió:

“Su cuerpo me pidió nacer, cederle el paso, darle un sitio en el mundo, la provisión de tiempo necesaria a su historia”.

Cuántas mujeres serían inspiración si contaran cómo les va en este camino de crianza. Cuántas se reflejarían con otras, si les hablaran del sufrimiento que se siente. Cuántas sonreirían al leer del amor que se vive.

Historias hay muchas y libros también, pero nunca sobran y yo, aunque no lo he leído todo, estaría encantada de compartírselos en este espacio.

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