/ Por Marisol Escárcega /
Luchona, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, es una persona tenaz, que se esfuerza para salir adelante ante cualquier situación, sin embargo, si le agregamos el sustantivo “mamá”, entonces cobra otro significado y se convierte en un insulto.
El concepto de mamá luchona es un término discriminatorio por donde se le vea, es sexista y machista porque, de ninguna manera trata de reivindicar el trabajo que realiza una madre, sino más bien burlarse de su maternidad que ejerce sola “por pendeja”, “porque no supo ‘retener’ al marido”, “por tonta y creer en el amor”, “por no cerrar las piernas”, etcétera, pero nunca porque es capaz de sacar adelante a sus hij@s y a ella misma.
Adriana tiene poco más de un año separada. Ella es una mamá luchona, se enteró por una vecina. No importa que tenga dos licenciaturas, estudios de posgrado, que hable tres idiomas o que sea jefa en la empresa donde trabaja.
Es una mamá luchona, dice su vecina, porque la “convirtieron” en madre sola. Es una mamá luchona porque, de la noche a la mañana, fue el único sostén económico y moral, no sólo de sus niñas, sino también de sus padres.
Es mamá luchona, además, porque trabaja más de ocho horas diarias y cuida de sus hijas, sus padres le ayudan en lo que pueden, pero al final, la responsabilidad recae en ella. Es mamá luchona, porque da asesorías por fuera y, encima, vende productos de belleza, porque los gastos en casa son muchos y su expareja alegó ante un juez que no tenía trabajo formal, así que no se hace responsable económicamente de la manutención de sus hijas, y muy pocas veces las visita.
Adriana es mamá luchona, porque hace ejercicio, acomodó de tal manera sus horarios para dedicarle una hora y media al día. Dice: “No me puedo dar el lujo de enfermarme, porque soy todo lo que tiene mi familia”.
Es mamá luchona, porque, a veces, sale con sus amigas de la universidad y, por supuesto, ésa fue la gota que derramó el vaso para que sus vecinos se llenaran la boca calificándola como mamá luchona.
A sus ojos, no importa todo lo que Adriana hace para sostener a su familia. No, eso no importa, no tiene ningún interés. Lo importante es que es madre soltera, como Rosita, su otra vecina quien fue mamá a los 15 años, luego de que un tipo la sedujo y la dejó sola y embarazada.
Ellas, con base en cifras del Inegi, son parte de los 8.2 millones de madres solteras que lideran un hogar en México, nueve de cada 10 adolescentes solteras con al menos un hijo nacido vivo son hijas de la jefa o jefe del hogar, 73 de cada 100 no asisten a la escuela… y así nos podemos seguir.
Las mamás luchonas, como las llaman, se enfrentan no sólo al estigma social de criar solas a sus hij@s, sino además a que muchas posponen o dejan sus estudios, cambian de trabajo por empleos con mejor horario (sobre todo para pasar tiempo de calidad con sus hij@s), pero muy mal pagados o, por el contrario, trabajan más de 16 horas al día para poder sostener económicamente a sus familias.
“Si de por sí las mujeres tienen menores oportunidades para escalar profesionalmente, mucho menos aquellas que somos madres solteras”, comenta Adriana, quien se postuló para un curso internacional, pero sus jefes le arguyeron que necesitaban a alguien que no tuviera peros (hij@s).
Al parecer la maternidad sólo es bien vista si es llevada a cabo dentro de un matrimonio casado –heterosexual, por supuesto–, de otra manera es vista como castigo, vergüenza y una oportunidad para burlarse de las madres que están solas.
Ante esto, cabe preguntarnos, ¿cuántos padres solteros conocen?, de ésos ¿cuántos ejercen su paternidad solos, es decir, sin que la educación, cuidado del hogar y de sus hij@s recaiga en una mujer, como la mamá, hermanas, tías, sobrinas, etcétera?, le apuesto a que le sobran dedos de una sola mano… Así de abismal es la desigualdad.
marisol.escarcega@gimm.com.mx