Columna Fuera de Foco
Por Silvia Núñez Hernández
Conocí a Manuel Carvallo desde mi gloriosa juventud. Cuando ingresé a la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana. Jamás consideré ni por error que ese sujeto escandaloso y “sácale punta”, fuera convertirse en mi cuasi hermano con el pasar de los años.
De grupos culturales e intelectuales antagónicos, veía el esfuerzo del único miembro de la Mesa Directiva de la Facico, para intentar al menos tener un acercamiento con el grupo al que yo pertenecía y que le hacíamos la contra a esa organización estudiantil; que para nuestro gusto, no aportaban nada beneficioso a nuestro alma mater.
En el vaivén de las semanas culturales y elecciones de mesa directiva –a las cuales nosotros competíamos activamente en contra de quienes estaban-; Manuel Carvallo siempre mostró empatía con quienes éramos del grupo antagonista. Un buen ser. Así se expresaban de él, los del grupo cultural Movimiento de Comunicación Social, Taller Universitario, Acción y Trabajo o Mocos Tunait, como los conocíamos en aquellos ayeres, integrantes a los cuáles apoyé y participé en sus acciones.
A mí no me convencía su acercamiento, pero al final poco a poco fue demostrando su solidaridad, su grandeza que estaba cubierta por la imagen de un bravucón que siempre mostraba como personalidad inherente. Su actitud era pues, una coraza que él mismo se había creado para tal vez no mostrar vulnerabilidad ante los demás; pero su realidad, es que era absolutamente tierno, cariñoso, leal y que siempre sacaba su casta para defender a quienes consideraba realmente sus amigos.
Anécdotas tengo muchas con él. Pero siempre recuerdo con ternura una muy significativa en mi vida. Yo tenía aproximadamente 24 años, cuando en aquellos años sucedió un acontecimiento realmente desagradable. El hijo de un líder sindical, fue acusado por violar a una compañera que apenas se iniciaba como periodista. El sujeto la citó en sus oficinas para –pues él también era líder de un movimiento estudiantil priísta- otorgarle una entrevista, y ahí, aprovechando la oportunidad de que ella llegó sola, la atacó sexualmente y amenazó que le haría daño si hacía público esa cobarde acción.
La compañera valiente, interpuso una denuncia, que originó que el Ministerio Público ordenara su detención y encarcelamiento. Antiguamente, por sorprendente que parezca, la prensa en ese tiempo era muy unida, no como ahora, que muchos se han convertido en mercenarios de la información; los periodistas nos unimos en su apoyo.
En el careo que se tuvo que llevar a cabo derivado del proceso penal, toda la prensa nos dimos cita en el juzgado para dar cobertura del hecho y manifestarle nuestra solidaridad a la colega agredida. Al lugar, llegó su “poderoso” padre –en ese tiempo una servidora cumplía funciones como fotógrafa de información general del periódico Sur de Veracruz, hoy Imagen del Golfo- e inicié a tomarle fotografías del “magnate” líder sindical desde su llegada, hasta su partida del lugar. El hombre en el momento de retirarse, al verme dentro del grupo de reporteros gráficos –en aquel tiempo éramos escuetas cuatro mujeres fotógrafas en los medios de comunicación- me empezó a hostigar y violentarme verbalmente acusando que “por eso nos violaban, pues si vestíamos como una putitas”. Indignada seguí en mi tarea –mientras mis demás compañeros prefirieron apartarse de su cometido- y como no dejaba de fotografiarlo, me levantó su dedo medio como repudio a mi labor. Mi periódico no quiso publicarla. Una colega del periódico Notiver me advirtió que se la diera para que en su medio informativo la divulgaran.
Al otro día, el rotativo lució mi gráfica a ocho columnas, situación que originó que a los tres días, dos hombres me comenzaron a seguir sin que yo percibiera su presencia. Ese día, como parte de mis actividades, ingresé a la sala de prensa del ayuntamiento de Veracruz –en la época de Efrén López Meza- para revisar los periódicos y leerlos. Al lugar entraron los dos sujetos y desde la puerta me gritaron: “Hola putita, te venimos a dar un mensaje de nuestro jefe para que nunca más te vuelvas a meter con él y con su hijo”.
Los tipos comenzaron a caminar hacia donde yo estaba para agredirme, pero muy de la mano, quien entró de manera sorpresiva para todos, fue Manuel Carvallo, quien ingresó con la misma finalidad que yo –leer los periódicos-. Con desesperación le grité que esos hombres querían atacarme. La reacción del compañero fue brindarle unas cachetadas al que tenía más próximo, mientras que el otro, aprovechó la oportunidad de que estaba ocupado pegándole a su compañero malhechor, para salirse corriendo por la única puerta que existía en el lugar. Como pudo el otro hombre logró zafarse y salir de la sala prensa corriendo y Carvallo tras él. Le grité que lo dejara irse, pues no quería que ahora el lastimado fuera él, pues desconocíamos si estos trajeran un arma con ellos.
Desde ese hecho, Manuel Carvallo anduvo todo ese mes reporteando conmigo. No me dejaba nunca sola y ahí, comprobé en carne propia que esa actitud bravucona, no compaginaba mucho con lo que realmente era él. Un buen hombre y sobre todo, protector con quienes él decidía otorgarle su confianza y amistad.
Manuel Carvallo era tosco, escandaloso y que siempre llamaba las cosas por su nombre. En apariencia era un hombre rudo, pero que terminaba siendo técnico –como los luchadores- por el gran corazón que lo caracterizaba. Además, otro de los aspectos que siempre le reconocí de su persona, era su imperiosa forma de trabajar. Cuando deseaba trabajar en un medio, no soltaba hasta que lo conseguía. Se le metió en la cabeza trabajar en Proceso y por varios años lo hizo junto con Ricardo Ravelo. Era muy empeñoso y su terquedad, lo hacía tener excelentes posiciones en el ámbito periodístico.
Así como habíamos muchos –que ayer en su funeral lo constaté- que lo queríamos con sinceridad; también existían quienes les parecía antipático. A él no le importaba, pero algo yo tenía claro, es que a Manuel Carvallo se le podía querer, o como otros, repudiar; pero nunca ignorar.
Era un personaje tan emblemático, que desde que llegaba al café de Don Marce, destacaba su presencia. El día de ayer, como acto solemne por parte de Efraín, su mesero preferido del Café de La Parroquia; sirvió su café y apartó su lugar para que ningún comensal ocupara su silla. Como muestra de su sincero cariño. Efraín dijo, que ese vacío nadie podría llenarlo, pues Carvallo, siempre que llegaba al lugar, lo tundía de bromas y “carrilla” mientras ponía su café de su preferencia frente a él, sin que él lo pidiera.
Tuve oportunidad de platicar con muchos compañeros de carrera, con personajes de la política que no resistieron a irlo a despedir. Todos, tenían una anécdota chusca con Manuel Carvallo. Y para todos, ésta pérdida era muy representativa, muy profunda. En lo personal, sigo sin poder creerlo.
Su partida, me afectó mucho y desafortunadamente pude sentirme muy desconsolada por su muerte. Ahí me di cuenta, que Manuel Carvallo lo había convertido en la familia que uno forma con los amigos. Siempre estuvo cerca, siempre estrechamente vinculado a todo lo que yo realizaba profesionalmente. Solidario, empático y leal. Perdí a un gran hermano, el periodismo, perdió a un fabuloso ser humano.
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