Margarita Borrero: “Siento curiosidad por las mujeres que se desafían a sí mismas”.

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*Por: Gustavo Tatis

Cartagena,10 diciembre (Notistarz).- Se adentra en el espejo interior de las mujeres con la sutileza magistral de quien descifra el universo secreto y complejo de las mujeres contemporáneas. En esa exploración existencial descubre las pulsiones de la soledad, del amor, del desamor, la pasión y la muerte. Hay en su rostro algo de la niña curiosa que al cruzar las estaciones, se pregunta por todo lo que ve y lo que observa, con la agudeza de quien desanuda los enigmas del silencio.

Es la cuentista y novelista colombiana Margarita Borrero (Barranquilla, 1969), es autora de la novela “El ataúd más hermoso del mundo”, primer premio del concurso de novela organizado por el ayuntamiento de Rincón de la Victoria en España, y ganadora del Premio Nacional de Cuento La Cueva, en 2023. Es autora del libro de cuentos “Rituales de apareamiento” (Tusquets Editores, 2024).

Borrero ha ganado ocho premios nacionales e internacionales en Colombia, España, Estados Unidos y Canadá. Es invitada al Festival Cartagena Sílaba de Agua 2024, Fiesta de la Palabra y las Artes.

¿Cómo fue tu iniciación en la literatura?

A la literatura entramos siempre como lectores. De niña me gustaban mucho los folletines por entregas como Kalimán y también unas fotonovelas que tomaba prestadas a escondidas de una de mis tías. La mayor parte de mis lecturas en aquel entonces las hacía en vacaciones, en Santa Marta. Leía en la penumbra de uno de los cuartos más frescos de la casa de mi abuela mientras el ventilador del techo se bamboleaba como si se fuera a caer. Más adelante, en los libros del colegio descubrí algunos relatos de Oscar Wilde, como “El gigante egoísta” y “El ruiseñor y la rosa”, que me enamoraron de forma fulminante.

La primera novela que leí fue un regalo de mi madre, Mujercitas, de Louisa May Alcott. Mi heroína eterna es su protagonista, Jo March, quien sueña con convertirse en escritora.

¿Cuáles son los libros y autores que te deslumbraron y que te siguen deslumbrando en el presente?

Gabriel García Márquez me dejó fascinada desde la primera vez que lo leí en el colegio, donde era lectura obligada Cien años de soledad. Fue un descreste absoluto. Como él y yo compartimos raíces caribeñas, a leer sobre la familia de los Buendía siempre tengo la impresión de que Gabo escribe sobre miembros de mi propia familia porque mi abuela era sabia y recursiva, como Úrsula Iguarán.

Es un autor al que releo con frecuencia y siempre le encuentro algo nuevo; constantemente me sorprende y enseña. Otros escritores que me han gustado desde que empecé a leer son Julio Verne y el ya mencionado Oscar Wilde. Si de niña me encantaban sus cuentos, de adulta lo que más he releído de él es su carta escrita desde la prisión, De profundis. Es un monumento de palabras a la resiliencia, el amor y el perdón.

¿Cómo fue la génesis de tu novela El ataúd más hermoso del mundo.

A principios de abril de 2005 estaba en Miami visitando a mi familia cuando murió el Papa Juan Pablo II. Fue el primer Papa de cuya muerte tuve conciencia y tal vez por eso, los detalles de su sepelio me llamaron tanto la atención. Me conmovió ver dentro de su cajón al Papa Wojtyla, sereno y blanco, como un anciano que dormía su último sueño pacífico.

Pero lo que más me impresionó fue la belleza y sencillez de su ataúd, un simple cajón rectangular hecho de madera de ciprés. Estaba, sin embargo, cargado de simbolismo, porque el ciprés es como un dedo que señala el cielo. Aquel féretro era mucho más grande que uno convencional y había sido hecho a mano. La preciosa caja fue atada con lazos rojos antes de ser introducida dentro de una caja de plomo, y esta, a su vez, dentro de una de nogal, como en un juego de muñecas rusas.

Mientras los medios de comunicación describían con primor aquellos y otros detalles pensé: ese debe ser el ataúd más hermoso del mundo. Recuerdo el viento voluble y recio que obligó a los cardenales a quitarse el capelo y levantó sus hábitos hasta dejarlos convertidos en enormes paraguas vueltos al revés. Las páginas del evangelio puesto sobre el féretro no dejaban de agitarse, como si quisieran volar, mientras un coro de sacerdotes rogaba por el descanso eterno de Karol Wojtyla.

Aquel viento parecía de verdad encaprichado con el difunto Papa. Atravesó varias veces la plaza de San Pedro con tal fuerza, que arrastró sombreros, deshizo peinados y puso a volar mi imaginación. Me pregunté qué pasaría si, en su furor arrebatado, decidiera llevarse consigo a semejante corte fúnebre. Cuánto hubiera cambiado el destino de los hombres si los más de doscientos reyes, presidentes y altos mandatarios del mundo entero allí reunidos se hubieran elevado por los aires y desaparecido para siempre.

La imagen del sepelio tenía la suficiente fuerza como para convertirse en el embrión de una historia, pero hizo falta otra, una de un huracán mortífero, para que la idea terminara de madurar en mi cabeza. A finales de agosto de 2005 volví de visita a Miami y tuve que aplazar mi regreso por culpa del huracán Katrina, cuyo coletazo se sintió en la península.

Sin electricidad en la zona e inmovilizados por causa de los árboles caídos que impedían la circulación vehicular, mi familia y yo pasamos las horas muertas tumbados de cualquier manera frente al televisor de pilas.

Durante varios días lo único que vimos fueron noticias e imágenes dantescas del huracán que arrasó con Nueva Orleans y habría de convertirse en uno de los más destructivos de la historia de Estados Unidos. El número de muertos se elevaba por horas hasta alcanzar cifras desorbitadas.

En medio del alud de noticias hubo una que me llamó la atención; un periodista dijo que era necesario hacer un recuento porque a su paso el huracán había arrasado los cementerios, arrancado de cuajo los ataúdes de sus tumbas y de sus nichos, y disparado de forma falsa el número de víctimas. Las imágenes que ilustraban esa noticia acompañarán mis pesadillas mientras viva: docenas de cajas mortuorias se habían convertido en astillas de un paisaje náufrago, en las balsas de las que los vivos se agarraban para mantenerse a flote y sobrevivir. Surcaban las aguas infestadas de cadáveres nuevos y viejos y terminaban estrellándose contra los techos rotos de las viviendas sumergidas.

Los ataúdes que el huracán Katrina puso a navegar entre los cuerpos y el delicado ataúd del Papa rodeado de su corte de hombres blancos, a quienes el viento daba una cierta ingravidez, se fundieron en mi cabeza hasta formar una única imagen; la de un precioso ataúd que viajaba cargado de fatalidad.

El título no podía ser otro: El ataúd más hermoso del mundo. La historia comienza con la llegada de un hombre misterioso y su acompañante a un pueblo del Caribe. En su camión lleva para vender el que asegura que es el ataúd más hermoso del mundo y eso basta para desatar una lucha campal entre los habitantes.

¿Cuáles han sido tus obsesiones tutelares y cuáles tus rupturas.

Siempre me han apasionado temas como el amor, el destino y lo que nos hace humanos o lo que nos deshumaniza. Me gustan los personajes que buscan y que encuentran, aunque no necesariamente lo que andan buscando. Siento admiración y curiosidad por las mujeres que se desafían a sí mismas, que toman decisiones y riesgos, que no dejan que el caballo de la vida las arrase sino que se montan en él y hacen lo que pueden para domarlo.

En Rituales de apareamiento ¿Cuál es tu mirada sobre los conflictos amorosos, sobre la forma como las mujeres de hoy perciben la vida en pareja?

Las mujeres hemos conquistado derechos que para nuestras bisabuelas parecían inalcanzables, pero ha sucedido en una época llena de incertidumbres y al borde del colapso climático. Hay miedo, confusión e incertidumbre y eso se refleja en las relaciones de pareja y de familia, en los tipos de conflictos que afrontamos y en la manera como lo hacemos. En Rituales de apareamiento uno de los temas que toco es cómo el impulso sexual nos mete en trampas de las que luego no sabemos cómo salir. También exploro cómo el hecho de apostar por un amor eterno en una época de placeres instantáneos y de relaciones que se deshacen al primer soplo de adversidad parece ir en contra del espíritu de nuestro tiempo. Varias de las mujeres de mis relatos son sorprendidas por un súbito desamor, por la noticia de que su pareja se marcha de la casa para irse con otra. Es como si les echaran un baldado de agua fría cuando esperan una caja de bombones y un ramo de rosas.

¿En qué tipo de ambientes te gusta trabajar?

Me gusta trabajar rodeada de vegetación, de flores que crecen en macetas coloridas y emanan aromas diferentes, con el escritorio cerca de una enorme ventana con vistas al mar de Cartagena. Pero la realidad es que trabajo en una sala sin plantas, porque todas las que llegan a mi casa les da por morirse, y lo que veo es la pared en la que tengo clavado mi corcho de trabajo y parte de mi biblioteca. La verdad es que me basta con tener un buen escritorio, una silla cómoda, una pantalla grande y luz natural.

¿Cómo profesora de escritura creativa, ¿cómo crees que se fomenta una vocación?

En primer lugar, fomentando la lectura. Un escritor necesita los libros tanto como el campo el abono para crecer. Luego está el deseo de escribir y de aprender las distintas técnicas narrativas que permitan desarrollar las ideas, hay que desatar la curiosidad.

A mí me gusta desbaratar las historias para ver cómo están armadas. Hay relatos que, nada más terminar de leerlos, los he releído varias veces porque quiero saber cómo están hechos, por ejemplo, “Bala en el cerebro”, de Tobías Wolff, o “Algo había sucedido”, de Dino Buzzati. Si he de resumir en pocas palabras cómo fomentar la vocación sería: constancia en la lectura, en el aprendizaje y en la escritura. Y sobre todo pasión. En las artes, si no tienes pasión, estás en el lugar equivocado.

Frente al espejo, ¿cómo es Margarita Borrero? ¿Cómo te defines?

Como una mujer que envejece sonriendo. La persona que veo en el espejo me cae bien porque trabaja con tesón en lo que cree, es divertida, genuina y resiliente. No es que yo tenga todo resuelto ni que haya llegado a un punto de equilibrio, es solo que pongo mi energía en lo que soy capaz de hacer, en lo que me produce gozo y abre nuevas perspectivas y posibilidades para mí y para otros.

Se dice que las mujeres tendemos a ser flores tardías en el sentido de que demoramos más tiempo en producir nuestro trabajo artístico. Ese es, sin duda, mi caso. Hay una ranchera que dice que no hay que llegar primero, sino que saber llegar, y es lo que creo que está pasando conmigo. Me veo a mí misma como una margarita tardía que, sin embargo, florece.