María Corina, referente de la democracia.

*Paralaje /

/Liébano Sáenz /

El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado representa un gesto de profundo contenido político y ético. Más que un reconocimiento individual, constituye una apuesta decidida por la democracia como base indispensable para la convivencia. En un país donde las instituciones han sido desmanteladas y los derechos fundamentales vulnerados, este galardón valida el principio de que solo en contextos democráticos —con justicia, participación ciudadana y libertades garantizadas— puede construirse una auténtica cultura para la pluralidad.

La trayectoria de Machado, marcada por su compromiso con la vía pacífica y la defensa constante de los valores republicanos, encarna esa convicción. Al reconocerla, el Comité Nobel reafirma que la pluralidad es la presencia activa de derechos, legalidad y ciudadanía libre. Y también recuerda que, cuando se habla de democracia, no caben lecturas de blancos y negros, ni regateos tácticos o apasionamientos ideológicos: la defensa democrática exige congruencia, no cálculo.

El valor simbólico del Nobel es incuestionable. Reivindica el papel de la disidencia cívica y pacífica como herramienta de transformación. Además, constituye un mensaje para las generaciones jóvenes: la defensa de los principios republicanos no puede reducirse a declaraciones, sino que debe traducirse en acciones de acompañamiento político y ciudadano.

María Corina representa una forma de liderazgo que, lejos del populismo, apuesta por la integridad ética como fundamento del cambio estructural. Es también una referencia para una nueva generación de líderes que deben enfrentar desafíos en entornos donde las instituciones democráticas se encuentran amenazadas.

Jóvenes de México, este reconocimiento es un punto de inflexión. Una transformación verdadera comienza por reconocer y respaldar a quienes, como María Corina, han optado por el camino más exigente: la resistencia democrática sin violencia. Su trayectoria recuerda que la democracia no es una opción entre otras, sino un valor irreductible que sostiene la pluralidad, la justicia y la convivencia civilizada. Defenderla no solo es un deber político, sino un compromiso ético con el futuro, con la esperanza de un mundo verdaderamente libre y en armonía.