VIDA Y LECTURA
Marcela Eternod Arámburu
SemMéxico, .- María Elena Chapa Hernández, “La Chapa”, “Chapita” falleció en su natal Nuevo León el 9 de agosto y, desde mi perspectiva, deja un espacio en el feminismo mexicano imposible de llenar. Dicen que nadie es indispensable, lo cual parece cierto e ingenioso, pero es evidentemente falso, sabemos que en lo personal hay pérdidas irreparables y que con frecuencia algunas de las personas que se mueren, por simple y claro que sea esto, dejan hondos vacíos y nunca basta la resignación para dejar de percibirlos.
La Chapa, menudita, inteligente, comprometida, irónica, trabajadora, disciplinada y sabia, fue mucho más que una activista de la igualdad reconocida y respetada. Fue en primer lugar, una maestra de maestras: generosa con sus múltiples saberes, estudiosa seria del feminismo, crítica con lo que hacía, analítica y sintética en el terreno político.
Su formación básica como profesora normalista le permitió vivir en el aula las grandes diferencias en las circunstancias específicas de niñas y niños (en aquellos años cuando todavía los padres de familia pensaban que las niñas nada más tenían que saber lo más básico porque su destino era cuidar de los demás como esposas y madres, y quién necesitaba estudiar para eso) conoció de frente las tragedias que vivía el alumnado en sus propias casas y que todavía no se conceptualizaba como violencia doméstica, mucho menos como violencia contra las mujeres; y guardó un impresionante conjunto de experiencias sobre discriminación, inequidad, desigualdad y exclusión contra niñas, adolescentes, mujeres jóvenes o mujeres viejas, con el que mostraba que la situación de las mujeres no solo era injusta por asimétrica y desigual, sino que era un problema social que debía solucionarse en el ámbito de las políticas públicas, cuestión que hasta hoy pocos entienden.
Ingresó al Partido Revolucionario Institucional en 1969 con la clara idea de participar en todo aquello que permitiera mejor la vida de las personas en sus propios entornos. Ya se que hay una condena generalizada -profunda y perversa- contra el PRI, y que a pesar de la evidencia de todo lo que hicieron bien, de los datos, de los hechos, la consigna es satanizarlos. Sin embargo, hay que reconocer que entre sus filas ayer y aún hoy, hay personas muy preparadas, honestas, integras y comprometidas. María Elena Chapa fue una de ellas y dejo un legado para Nuevo León y para todo el país.
Después de casi 20 años de militancia política le llegó su turno como legisladora y entre el Congreso Local, la cámara baja y el senado pasó quince años impulsando una agenda legislativa en favor de la inclusión y los derechos sociales, civiles y políticos, esos años los acompañó con una intensa actividad para empezar a reconfigurar la agenda feminista en México.
Conocí a María Elena Chapa en 1995, en Pekín durante la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, ella era parte de la Delegación Mexicana y a mí me habían invitado dos años antes -Clara Jusidman y Gloria Brasdefer- a participar en la elaboración de los trabajos preparatorios, aportando, desde el INEGI, las estadísticas disponibles. Fue gracias a Brígida García, en ese entonces presidenta de la Sociedad Mexicana de Demografía, que tuve el privilegio de asistir a esa conferencia que, por cierto, hasta la fecha es la última.
La Chapa destacaba por muchas cosas, pero en mi recuerdo sobresalen su inteligencia, su capacidad de trabajo, su intensa atención a todo lo que se decía, su compañerismo y generosidad, y su finísimo sentido del humor. Esa Conferencia redefiniría muchas cosas en el país, y fue el cimiento para que se creará primero el Programa Nacional de las Mujeres, comandado por Dulce María Sauri y en cuyo Consejo participó activamente Chapita; y más tarde el Instituto Nacional de las Mujeres, con quien la maestra Chapa tuvo una permanente colaboración para impulsar la agenda de la igualdad.
En estos días me han preguntado en qué destacó más La Chapita, una pregunta concreta fue ¿qué fue lo más destacado que hizo? No sé qué cara puse, pero la respuesta estándar para estas cuestiones es: EN TODO.
No obstante, creo que un inmenso, perseverante e impecable trabajo fue el que desempeñó como Presidenta del Instituto Estatal de las Mujeres en Nuevo León de 2003 a 2016, de lo hecho por ella y su equipo no solo hay constancia y resultados, hay reconocimiento, hay un profundo agradecimiento, y hay una escuela de cómo ser una servidora pública de amplísimo espectro: integra, escrupulosa y comprometida; de cómo ser una feminista preparada y estudiosa, activa y participativa; y de cómo tenemos la obligación de pasar la estafeta a otras mujeres para alcanzar un estadio de igualdad plena.
María Elena Chapa, estoy convencida de que finalmente vendrán muchas más jóvenes feministas y con ellas las valientes generaciones de reemplazo que tanto te preocupaban, las que exige el feminismo de hoy, incluyente, demandante, políticamente sólido y participativo. Gracias a ti y a tu equipo, hoy tenemos muchos más recursos para enfrentar la desigualdad y al patriarcado.
En mí vive una certeza desde ese impactante 1995, una certeza racional y emocional, que hoy comparto con muchas personas ante tu partida: fuiste, eres y serás una mujer excepcional, inolvidable e irremplazable.