Más Hannah Arendt, por favor

Tribuna Internacional.

Beatriz Becerra.

¿Es posible pensar en libertad en el siglo XXI? ¿Ha sido Hannah Arendt la pensadora política más influyente del siglo XX? ¿Era de izquierdas, liberal, conservadora? ¿Fue una filósofa, una activista, una analista de la actualidad? Yo siempre he creído que fue todo y nada de eso: Hannah era ‘über’. Una olímpica del pensamiento libre, una campeona de la reflexión humanística, desde la experiencia y sin adornos. Pero ¿por qué sigue tan de actualidad?

Había cavilado mucho sobre ello desde que supe que el Museo de Historia Alemana en Berlín había abierto la exposición ‘Hannah Arendt y el siglo XX’. Me parecía el trampolín magnífico, definitivo, para una inmersión que me permitiera comprender su huella. Y hace unos días, ya cerca de la fecha de su clausura, he tenido el privilegio de visitarla gracias a una retadora iniciativa de la embajada de Alemania: un viaje de conocimiento.

Las lecciones de Hannah Arendt sobre el trabajo en un mundo poscovid-19

Con la crisis sanitaria, hemos visto que una de las teorías de la pensadora alemana se hacía patente: la importancia de los cuidados y la salud como centro de la actividad humana
¿Por qué nos resulta tan fascinante, actual y atractiva hoy una mujer que nació en la Alemania de 1906, que pensó y escribió (para ella era indisociable) sobre todos los temas importantes del siglo XX, que aprendió, debatió y alternó con las mentes más brillantes de la filosofía de su época sin aceptar corrientes ni etiquetas? Una mujer que se doctoró con 22 años con una tesis sobre el amor en la obra de san Agustín tras estudiar filosofía, teología y filología, que fue perseguida por la Gestapo y apátrida durante 13 años, que solo se reconocía capaz de amar a sus amigos, no naciones ni colectivos. Que fue capaz de argumentar irrebatiblemente que el totalitarismo no era un fenómeno histórico, sino un sistema político: un sistema sobre el cual inexplicablemente no habíamos pensado no solo que podía ocurrir, sino repetirse si se dan las condiciones adecuadas.

¿Cómo pudo escribir tanto? Y tan hondo, tan preciso y transversalmente interesante a la vez. A máquina, con miles de anotaciones a mano. No hablamos solo de sus libros monumentales, bien conocidos: ‘Los orígenes del totalitarismo’, ‘La condición humana’, ‘Eichmann en Jerusalén’… No solo de sus magníficos ensayos. Hablamos de sus innumerables cartas y notas a amigos, conocidos, familiares: a menudo, prodigios de una página. Hablamos de sus reflexiones anotadas, como las más de 500 páginas inéditas en las que Hannah se pregunta cómo era posible que no se hubiera escrito para prevenir el totalitarismo. La edición crítica de sus obras completas, descodificada y aumentada, que está realizando la Universidad Libre de Berlín, es un empeño tan colosal como inteligente e innovador: editar en 12 años toda la obra de Hannah Arendt en papel y en digital, mostrando a través de su escritura (y de la lengua en que lo hace) cómo discurre su pensamiento.

Hannah Arendt, un elogio de la inteligencia

“Los mayores males del mundo son los males cometidos por don nadies”. Así, de forma tan concisa y clara como pudo, fue como la pensadora alemana
¿Y por qué es tan actual ese pensamiento hoy? Precisamente porque se sustenta en lo que más echamos en falta en nuestros días: libertad, verdad y responsabilidad. Porque, como decía antes, siguen vigentes todos los temas (el totalitarismo, el antisemitismo, la asimilación, el racismo, la emigración, los refugiados, la abolición de la individualidad, las mentiras de los políticos, la responsabilidad de los cómplices, la normalización, la supresión de las diferencias y el disenso) que abordó con profundidad y brillantez, desde la libertad más radical, desde el pensamiento más insobornable. Y lo hizo con la legitimidad y la viveza de quien lo ha experimentado sin convertirse en víctima.

¿Por qué Hannah Arendt nos parece tan auténtica e inspiradora un siglo después? Porque nos deslumbra que siempre dijese y escribiese lo que pensaba, en un mundo roto por el nazismo, colonizado por hombres mayores y embriagados de poder y afán de influencia. Porque sus textos son vibrantes, vívidos, apasionados: parecen temblar de amor por ser compartidos. Porque analizaba, teorizaba, hacía juicios de valor y tomaba posiciones políticas e históricas sobre todo, pero jamás sentó cátedra. No le interesaba liderar ni ser parte de ninguna corriente, no buscaba influencia ni reconocimiento. Solo buscaba comprender. No fue de unos ni de otros. Ni se clasificó ni nadie pudo clasificarla. Aunque ciertamente ese ‘ser única’ tuvo mucho de ‘ser paria’. Su identidad, su lengua y sus derechos iban con ella, pero sin ellos estuvo durante los 13 años como apátrida, desde que Alemania le retiró su ciudadanía en 1938 hasta que Estados Unidos se la concedió en 1951.

Se abanica con la mano y asegura que no está acostumbrada al calor de Madrid. Dice que es demasiado seco para su gusto, no demasiado abundante,
Si aún no lo han hecho, les recomiendo que vean la entrevista que le hizo en 1964 Günter Gaus: “¿Qué queda? Queda la lengua materna”. Es extraordinaria. Más de una hora de honestidad inmisericorde, en blanco y negro, entre humo de cigarrillos. El broche en su pecho, los movimientos de sus manos, sus gestos, sus gafas… ¿Saben qué? Lo crean o no, es un fenómeno en YouTube. “Diría que lo más importante para mí es entender. Escribir es parte integral del proceso de comprensión. Los hombres siempre quieren ser influyentes. ¿Me veo a mí misma como alguien influyente? No, yo quiero entender”.

Se conoce extensamente su conceptualización de la banalidad del mal, controvertida especialmente por su racional rechazo a cualquier intento de blanqueamiento del pasado, de dilución de la responsabilidad y la culpa individual. Cuando supo del horror en Auschwitz, no podía creerlo: “Todo lo demás podía asimilarse. Eso no”. El mal como hongo superficial que puede destruirlo todo. Pero a menudo se olvida la convicción que emerge de lo anterior: “Solo el bien tiene profundidad y puede ser radical”. Hannah, víctima y testigo del mal posible, siempre entendió y explicó el bien necesario. De hecho, tuvo como pilares de su vida al amor amplio, a la lealtad a sus amigos (hasta al oscuro Heidegger). “Nobleza, dignidad, constancia y cierto risueño coraje. Todo lo que constituye la grandeza sigue siendo esencialmente lo mismo a través de los siglos”.

No le interesaba ser parte de ninguna corriente, no buscaba influencia ni reconocimiento. Solo buscaba comprender. No fue de unos ni de otros

Hay una pieza que me conmovió especialmente de esta exposición: su solicitud de salida de EEUU para viajar de visita a Alemania en 1949, aún desde su condición de apátrida. Todo su ser, toda su vida, se reducía a una fina hoja de papel ‘in lieu’ de pasaporte: “Johanna Blucher, nee Arendt, also known as HANNAH ARENDT… a former citizen of Germany and at present stateless”.

Una mujer que a los 20 años alternó como una igual con Heidegger y Jaspers, que a los 30 se divorció y se volvió a casar, que con 40 llevaba casi una década como apátrida tras huir de Alemania, que con 50 era una respetada profesora universitaria en los Estados Unidos, que con 60 ganó dos demandas de compensación por daños y perjuicios al Gobierno alemán que crearon un precedente del que muchos se beneficiaron, y que antes de los 70 murió de un infarto convertida en un icono del pensamiento libre y la controversia… ¿es Hannah Arendt la esencia del siglo XX y el faro que nos puede iluminar en el XXI? Yo diría que sí.

Un faro atemporal de cinco pies y seis pulgadas y media.

*Beatriz Becerra Basterrechea es escritora y exvicepresidenta de la Subcomisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo.

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