Rodrigo Bustos.
Si los medios siguen reproduciendo imágenes de las mujeres como objeto de dominación masculina, están contribuyendo a generar esa cultura machista que provoca violencia y femicidios. Es de vital importancia que asuman su rol de contribuir a desnaturalizar esta violencia contra las mujeres y eviten reforzar las discriminaciones. Los medios –ya sean públicos o de propiedad privada– no son ajenos a la obligación de no discriminación, especialmente por la función pública que cumplen y, cuando no lo hacen, el Estado tiene el deber de investigar, reparar y generar acciones para que dichas vulneraciones no vuelvan a ocurrir.
Esta semana el Comité de Expertas del Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará (MESECVI) expresó su preocupación por el tratamiento periodístico de algunos medios de comunicación en Chile, al difundir casos de mujeres víctimas y sobrevivientes de violencia o femicidio. Dicha convención es el tratado a nivel interamericano que busca erradicar la violencia contra las mujeres en todas sus formas y fue ratificado por el Estado de Chile, asumiendo diversas obligaciones.
El comité se refirió a la publicación “El escándalo amoroso que tiene en las cuerdas a Boris Johnson”, en alusión a un posible caso de violencia contra una mujer por parte del candidato a primer ministro en el Reino Unido, publicado por La Segunda el 25 de junio y, en segundo lugar, citó el reportaje “¿Qué tanto conocemos de la personalidad de Fernanda Maciel?”, de TVN.
Los femicidios constituyen el acto más extremo de la violencia contra la mujer, que en sus diversas formas sigue estando muy presente en nuestra sociedad: hasta el 7 de julio en Chile se han registrado 24 consumados y 54 frustrados.
Lo anterior, nos lleva a que haya que explicar nuevamente que el amor no mata. Tampoco lo hacen los celos y las infidelidades. Cuando hay un femicidio, quien mata a una mujer es un hombre y lo hace, la mayoría de las veces, porque está impregnado por valores de una sociedad patriarcal que lo llevan a pensar y actuar como si una mujer fuera de su pertenencia. La violencia contra las mujeres no se produce porque estas provoquen a sus agresores. La víctima no es la culpable y no puede ser tratada como tal. Eso, simplemente, es revictimizarla y perpetúa justificaciones absurdas de la violencia.
¿Las publicaciones antes mencionadas y otras que vemos con cierta frecuencia tienen algo que ver con esas cifras? Sin duda que sí. Los medios de comunicación –ya sean públicos o de propiedad privada– no son ajenos a la obligación de no discriminación, especialmente por la función pública que cumplen. Y cuando se incumple esa obligación, el Estado tiene el deber de investigar, reparar y generar acciones para que dichas vulneraciones no vuelvan a ocurrir.
Más aún, considerando que la citada Convención de Belem do Pará establece que los estados deben adoptar medidas específicas para “alentar a los medios de comunicación a elaborar directrices adecuadas de difusión, que contribuyan a erradicar la violencia contra la mujer en todas sus formas y a realzar el respeto a la dignidad de la mujer”.
Pese a los avances de los movimientos en incidir en el discurso público respecto a los actos violentos que se cometen contra las mujeres, persiste una cultura machista que impide su erradicación. Ello, pues se trata de un problema multicausal, que debe ser comprendido en un marco relacional y abordado con políticas integrales.
En ese contexto, la banalización de la violencia contra la mujer por parte de los medios de comunicación solo contribuye a naturalizar y legitimar estas conductas aprendidas.
Recordemos cuando Nabila Rifo, quien era víctima de un homicidio frustrado, le preguntó durante una audiencia judicial al abogado defensor del imputado “¿qué tiene que ver eso con lo que me pasó?”, después que le hiciera una serie de preguntas, en las que se indagaba acerca de su vida sexual y hasta su rol como madre.
Esa fue una más de las veces que hemos tenido que escuchar, en nuestra sociedad y en los medios de comunicación, que en casos de violencia contra la mujer es relevante saber de su vida sexual, de su forma de vestir, si toma alcohol, si cuida o no a sus hijos(as). Eso vuelve a suceder hoy con los últimos reportajes sobre casos de víctimas de violencia machista, en especial respecto de Fernanda Maciel.
Lo anterior, nos lleva a que haya que explicar nuevamente que el amor no mata. Tampoco lo hacen los celos y las infidelidades. Cuando hay un femicidio, quien mata a una mujer es un hombre y lo hace, la mayoría de las veces, porque está impregnado por valores de una sociedad patriarcal que lo llevan a pensar y actuar como si una mujer fuera de su pertenencia. La violencia contra las mujeres no se produce porque estas provoquen a sus agresores. La víctima no es la culpable y no puede ser tratada como tal. Eso, simplemente, es revictimizarla y perpetúa justificaciones absurdas de la violencia.
Si queremos erradicar la violencia contra las mujeres, debemos entender el rol que juegan los medios de comunicación. Estos aportan en su erradicación cuando la visibilizan y la problematizan, pero la refuerzan cuando contribuyen a la perpetuación de la discriminación y de los estereotipos de género. En el caso de la violencia contra las mujeres, construyen significado a través de las formas en las que dan a conocer los femicidios y de las explicaciones implícitas o explícitas sobre las causas de los hechos.
Si los medios siguen reproduciendo imágenes de las mujeres como objeto de dominación masculina, están contribuyendo a generar esa cultura machista que provoca violencia y femicidios. Es de vital importancia que asuman su rol de contribuir a desnaturalizar esta violencia y eviten reforzar las discriminaciones.