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/ Guadalupe Loaeza /
En la obra del historiador, antropólogo y doctor por la Universidad de la Sorbona Christian Duverger, Hernán Cortés escribe en forma epistolar y ahora se dirige a su hijo Martín, hijo de Marina (la Malinche), el 8 de noviembre del año del Señor de 1543: “Mi muy querido Martín: Nunca fui niño. Así que trabajo me cuesta hablarte como un padre a su hijo. Durante esos años, no sé lo que hayas podido padecer, soportar y sufrir. Como crecí sin drama, he pensado que así mismo había sido para ti. Pero, en el fondo, no sé quién eres”.
La carta, escrita de una forma muy afectuosa y entrañable, es un relato al mismo tiempo de una de las epopeyas más importantes de la historia tanto de la vieja como de la Nueva España. Cuando el joven Hernán, hijo único, partió de Medellín a Salamanca tenía escasos 14 años, edad temprana para entrar a la Universidad, sin embargo, no tuvo ninguna dificultad para desarrollar su carrera en una de las universidades más prestigiadas de España. El joven hubiera preferido ser médico o astrónomo, aunque su padre eligió para su hijo la carrera de Derecho. “Las clases de aritmética me fascinaban porque planteaban una pregunta abismal: ¿por qué las cifras, sea cual sea su orden, siempre componen números mientras que las yuxtaposiciones no necesariamente forman palabras? Debí esperar durante varios años para resolver ese misterio y fue el mundo mexica el que me aportó la solución”. He allí uno de los tantos aspectos de aquella cultura que lo maravillaron durante toda su vida. No en balde se enamoró y se casó con una mexica, una mujer, además de bella, inteligente. De esta manera Hernán Cortés cumpliría con su mayor anhelo: formar el mestizaje entre dos mundos totalmente opuestos. He aquí de qué manera Cortés le narra a su hijo la primera vez que vio a Marina: “Fue entonces que vi a tu madre. Recuerdo la escena como si estuviera allí. El cacique tomó la palabra he hizo que un grupo de 20 jovenzuelas avanzaran. Iban vestidas con túnicas de algodón bordado, el cabello recogido sobre sus hombros. Y entre ellas había una que llamaba particularmente la atención de todos. Por su belleza, pero también, por su garbo, por su actitud reflejaba una sorprendente determinación”. La continuación del relato muestra la diferencia entre Marina y las demás jóvenes: “Mientras que todas las otras indígenas bajaban la mirada, de conformidad con los usos y costumbres, lo que revelaba una sumisión no exenta de tristeza, tu madre era la única en mirar de frente”. Hernán no tuvo dificultad de elegir, allí estaba su próxima esposa, Marina, la madre de Martín.
Memorias de Hernán es un libro extraordinario para los que estamos interesados en la vida de Hernán Cortés tan azarosa y tan llena de aventuras y encuentros tan inesperados. Además de sumamente ameno, está muy bien escrito, pero sobre todo, investigado. Por ejemplo, algo que me llamó la atención eran las tensiones y pleitos que se daban entre los mismos españoles causados por envidias, competencia y mucha ambición. A ellos sí que no les importaban las culturas indígenas sino el oro y la plata. En cambio, Cortés, un hombre leído, escritor, poeta, políglota y muy arrojado, entendía la importancia del mestizaje. Sus enemigos nunca fueron los del nuevo mundo, sino los del viejo; Diego Velázquez, Pánfilo de Narváez y el mismo rey de España Carlos V, quien lo odiaba, le tenía envidia y lo vivía como una amenaza. Quien también era uno de sus peores enemigos era ni más ni menos el primer virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza y Pacheco.
Qué maravilloso hubiera sido si efectivamente Martín Cortés, su hijo mayor, hubiera recibido la carta de su padre. Seguramente lo hubiera entendido mejor y se hubiera conmovido hasta las lágrimas de la forma en que describe a su madre. Ojalá que muchos padres que tienen dificultades para expresar sus sentimientos hacia sus hijos aprovechen el ejemplo de Cortés y este fin de año para escribirles una carta a sus hijos y contarles cómo se enamoraron de ella. La despedida del padre en la carta a su hijo de verdad nos llega hasta el fondo del corazón: “Ve. Confío en ti. En el calendario azteca naciste águila. Y estoy cierto: los dioses de Marina velan por tu signo”.
De verdad, vale la pena leer estas memorias de un personaje fundamental de la historia de México.
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