Metaversos colisionando .

** Rompe-cabezas .

/  Kymberly Armengol /

Nos dejan empantanados, atrapados en un mundo en el que se buscan respuestas con soluciones viejas.

Mi yo del pasado estudió, con mucha honra, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en la generación 1999-2003. Esa mujer festeja con emoción el patadón que le dieron al conservador, negacionista, analfabeta, elitista de Jair Bolsonaro.

Ese hombre representó mucho de lo que está mal en Brasil y, en general, en la política de América; jamás debió haber llegado al poder, su gestión dejó claro que era un hombre incapaz para el gobierno y para la vida.

Su discurso, populista y simplón, se convirtió en terribles acciones de gobierno que no lograron cambiar el rumbo de Brasil, sino que muchos de sus problemas se ahondaron. Bastaría señalar su criminal reacción ante la pandemia de covid-19 o su incapacidad de manejar bien la economía más grande de América Latina.

Podría dedicarme a poner el acento en sus gravísimos defectos; sin embargo, sería inútil seguir dando vueltas sobre un abismo económico, político y social que fue rechazado por los votantes del país sudamericano.

No lo haré, puesto que este fin de semana los brasileños ya decidieron, mediante las urnas, cambiar ese gobierno. Decidieron acabar con lo que en algún momento de pasión creyeron que sería la solución para todos sus problemas.

En el corazón de mi yo universitario hay una gran emoción porque terminó este periodo negro para Brasil. Se emociona rememorando las notas de León Gieco: sólo le pido a Dios que el futuro no me sea indiferente.

Sin embargo, este sentido de venganza social entra en colisión con mi yo del presente, que cumple cabalmente con sus obligaciones fiscales y desea tener una pensión adecuada para cuando terminen mis años productivos.

Cuando estudiaba la universidad en los atribulados años del CEU quería un futuro diferente, terminar con lo mucho malo que se había hecho no sólo en México, sino en toda América Latina, a la que solíamos llamar, ingenuamente, la Patria Grande.

Los votantes brasileños decidieron buscar un mejor futuro en el pasado reciente. Lula da Silva no representa la opción de futuro. Su gestión anterior estuvo marcada por una gran corrupción con casos icónicos como el de Odebrecht y otros mucho más que resultaría farragoso recapitular en este momento.

¿Por qué en América Latina se buscan respuestas al futuro en el pasado? Ni el socialismo del siglo XXI se convirtió en una versión correcta del que tienen Cuba o Nicaragua, con su caudal de pobreza y falta de respeto a las libertades mínimas del ser humano, ni la segunda versión de Lula será mejor que la primera.

El tiempo en prisión no le enseñó a gobernar, antes crecieron los rencores y los resentimientos; las políticas que no funcionaron no lo harán mágicamente porque regresó a la presidencia del país. Los problemas siguen ahí, inmutables.

Tan poca esperanza tienen, incluso los brasileños, que votaron por el cambio, pero casi uno de cada dos se quedó amarrado en la opción de Bolsonaro. El nuevo gobierno tendrá, entre otras cosas, que afrontar los mismos problemas políticos que su antecesor.

Preocupa que este choque de metaversos, que no es únicamente mío, sino de gran parte de las generaciones de esta región del mundo, nos está dejando empantanados, atrapados en un mundo en el que parecería que se buscan respuestas con soluciones viejas, de esas que ya probaron su ineficiencia e inutilidad.

A juzgar por los resultados electorales en Brasil no ganó la opción de la esperanza para crear un nuevo futuro, parecería que los electores discurren mucho más entre el odio y la venganza. Que no eligen quién es el mejor, sino quién les causa más odio.

Mi yo universitario y mi yo del presente colisionan ante un presente que, como diría la canción Patria y vida lleva “60 años trancado el dominó”.

POST SCRiPTUM ¡Qué vergüenza el debate en torno al horario de Dios!

 

 

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