MÉXICO CRUEL

/ Denise Dresser /

La tragedia de Chiapa de Corzo nos exhibe como país.

México racista. México trumpista. México convertido en el patio trasero de Estados Unidos y emulando su trato cruel a nuestros connacionales.

Aquí -como lo hacen los estadounidenses allá- maltratamos y perseguimos y orillamos a los desesperados a jugarse la vida o perderla.

Nos hemos convertido en un alambre de púas para defender el vecindario norteamericano de la amenaza centroamericana.

Los racistas y xenófobos al norte de la frontera ya no tendrán que preocuparse por construir y financiar su muro; México se ha erigido en él.

Somos, de facto, la barrera entre los inmigrantes y un presidente que los presenta como una amenaza al orden y a la seguridad nacional.

Hacemos con los hondureños, salvadoreños y guatemaltecos lo que Estados Unidos lleva años haciendo con nuestros migrantes: criminalizarlos y perseguirlos.

Y al aceptar este nuevo trato, hemos perdido humanidad y dignidad. Los 55 muertos son nuestros.

Atrás quedó la postura defendida en la campaña de AMLO y asumida en sus primeros meses de gobierno.

Atrás quedó una política migratoria centrada en los derechos humanos y la protección de los vulnerables.

Ya no se habla de ofrecer empleo y asilo y visas humanitarias a los miembros de las caravanas que transitan hacia la frontera norte.

Para ellas hay palo, Guardia Nacional y oprobio en vez de conmiseración.

Porque Estados Unidos continúa exigiendo y México continúa cediendo.

Deportamos más y acogemos menos. Perseguimos más y toleramos menos.

Y ante la oleada creciente de migrantes y el surgimiento de crisis humanitarias y de hacinamiento en la frontera, la opinión pública ya no se vuelca a favor de los migrantes sino en contra de ellos.

Por morenos, por pobres.

Las concesiones crecientes que Estados Unidos exige nos han llevado a hacerle el trabajo sucio a diario.

A aceptar la imposición de la política “Quédate en México”, que obliga a los centroamericanos a ser deportados a México y permanecer aquí mientras procesan sus peticiones de asilo allá.

Son botados en Tuxtla o en Tapachula donde se vuelven víctimas de autoridades corruptas o bandas criminales violentas.

Miles de seres humanos viviendo a la intemperie, por el endurecimiento de una la política migratoria inhumana que Estados Unidos impone y México emula; que copiamos en los hechos y en el discurso.

Llevábamos décadas denunciando el antimexicanismo estadounidense y ahora lo reproducimos contra otros:

Nos roban el trabajo, son criminales en potencia, desestabilizan al país, hay que ordenar la inmigración, aunque eso implique criminalizarla.

Y así justificamos los abusos de la Guardia Nacional en la frontera: los golpes, los macanazos, la violencia, lo que obliga a tantos a pagar para cruzar en un tráiler y morir en una carretera.

Hablamos de cuán “complejo” es el fenómeno migratorio, pero aceptamos las políticas estadounidenses de siempre: aprehender o deportar o hacinar o deshumanizar o brutalizar.

Por conveniencia mutua, Biden y AMLO han encontrado un acomodo pragmático que les es políticamente útil.

El estadounidense pide favores y el mexicano se los da.

El primero calla y el segundo se agandalla.

Con tal de que México cumpla su papel de muro y policía antimigrantes, Biden está dispuesto a guardar silencio sobre todos los otros temas problemáticos de la relación bilateral.

Con tal de que Estados Unidos no opine sobre la erosión democrática o el riesgo que entraña la reforma energética para el T-MEC, AMLO está dispuesto a ser selectivamente humanista.

El gobierno mexicano usa palabras como “dignidad” y “soberanía” mientras acepta condiciones que gobiernos anteriores consideraron inaceptables.

México aprehende, expulsa y maltrata a los centroamericanos de la misma manera que nuestros migrantes son aprehendidos, expulsados y maltratados en Estados Unidos.

México no encara las redes de corrupción que permiten traficar a seres humanos como si fueran mercancía.

La Guardia Nacional y el Instituto Nacional de Migración hoy son los encargados de limpiar el traspatio en el cual nos hemos convertido, con la anuencia del presidente.

Con la aprobación de un amplio sector de la población. Con argumentos racistas que revelan lo peor de nuestro carácter nacional: el país que tiende la alfombra roja a mujeres afganas, pero mata a migrantes centroamericanos.

México cruel, y negándolo.

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