Mi encuentro con Manzanero

Sin tacto.

 Por Sergio González Levet.

 Yo tuve la suerte de conocer una vez personalmente a mi tocayo, el maestro Armando Manzanero (lo de tocayo es porque en el Registro Civil de Misantla, donde está asentada mi acta de nacimiento, mi nombre de pila aparece acompañado de un “Armando” que nunca uso, pero que sí me ha provocado problemas en papeleos oficiales por el hecho de que no aparezca en algún documento).

Bueno, pues mi tocayo el maestro Manzanero vino una vez a Xalapa a hacer un programa para el Canal 22 sobre nuestro grandioso Museo de Antropología. Eso fue hace unos 12 o 13 años, pero ese video lo han seguido pasando a lo largo de los años, y de repente alguien me haba y me dice: “Te vi con Armando Manzanero en la tele”.

La historia del tal programa es sencilla. Una tarde estaba tomando un café con unas personas cuando me llamó por teléfono un amigo y me preguntó a rajatabla:

—¿Sabes algo de Xalapa?

Así, de entrada, apenas alcancé a decirle que es una ciudad, ubicada al centro del estado y aproximadamente a 280 kilómetros al este de la Ciudad de México, y que colinda al norte con Banderilla, Jilotepec y Naolinco, al sur con Coatepec, al oeste con Tlalnelhuayocan y al este con Actopan y Emiliano Zapata.

Le dije también que, aunque es producto de debate, se considera que su origen se remonta a 1313, año en que fue fundada por grupos indígenas totonacas. Con la Conquista y gracias a su posición con respecto al Camino Real Veracruz-México, el pueblo comenzó a expandirse. En 1791, se le concedió el título de villa y un escudo de armas. En 1821, Santa Anna tomó la ciudad y, una vez consumada la Independencia, en 1824 se designó capital del recién creado Estado de Veracruz. En 1892 pasó a llamarse Xalapa de Enríquez, en honor a Juan de la Luz Enríquez.

Lo que le dije sirvió para convencerlo y me invitó a que acompañara al maestro Manzanero, quien necesitaba el apoyo de un conocedor para hacer su programa.

Y ahí fui disfrazado de historiador, lo que me permitió conocer a don Armando, una bellísima persona, todo amabilidad, con el que pude platicar una media hora sobre Xalapa y sobre el Museo de Antropología, y me pidió que leyera el hermoso texto que está en la entrada de las salas, firmado por Agustín Acosta Lagunes y escrito por Mauricio González de la Garza.

¿Qué otra cosa le pude decir al maestro? Pues que lo admiraba por sus canciones, que me parecía un músico excepcional y que me sentía agradecido de poderle estrechar la mano y darle un abrazo de admirador suyo desde mi adolescencia.

No, no es cierto que me cantó una canción ni que me prometió que iba a componer una pieza en mi honor, pero hubiera sido maravilloso. ¿Se imagina usted?

Hoy lloramos al compositor romántico más famoso del México contemporáneo, pero como han dicho todos, sus hermosas obras perdurarán mucho después de su ida.

Descanse en paz, maestro (y lástima que ya no le pude aclarar que yo no soy historiador).

 

sglevet@gmail.com