Milka

DE PRIMERA MANO

Por Omar Zúñiga

 

Quisiera saber

qué sería ser tú

y saber qué ves

cuándo me miras

 

Es la última columna del año, y entre las cosas importantes y trascendentes que vale la pena comentar, y luego de mucho meditarlo, estimado lector me decidí por la trascendente y ofrezco a usted una disculpa de antemano, pues no es costumbre de quien esto escribe ni el objetivo de una columna política.

Cosas importantes estaban por ejemplo lo destacable del Primer Informe de Trabajo del alcalde de Xalapa,  Ricardo Ahued, que abordaré en otra entrega.

El pasado miércoles 28 de diciembre, Día de los Inocentes, parecía un día como cualquier otro, incluso habría por ahí (sin proponérmelo), quien pensara que la había jugado una inocentada.

Llegó la noche, Milka mi perra pitbull, sentada como de costumbre a mi lado o echada en donde yo estuviera; sonó el timbre de la puerta de entrada, como de costumbre ella a mi lado, sentada, esperaba a que se le diera luz verde para salir en estampida a recibir a quien sea que tocara la puerta y una vez cerrada la puerta brincar sobre quien entrara a manera de bienvenida, sin embargo, esta vez no hubo aviso previo, nada, simplemente salió en estampida, zafándose de mi lado corriendo hasta la calle.

La carrera que pegué en ese momento, digna de Ben Johnson (por el tamaño) en su mejor momento, no resultó y no llegué a tiempo.

Un golpe seco de los que nunca se olvidan… y luego el silencio.

Más allá de lo anecdótico y ciertamente muy triste para mí, así pasan las cosas, en un instante estamos y al siguiente ya no.

El momento de redactar estas letras se torna un poco más complicado por las microscópicas partículas de Milka que se me meten en los ojos y nublan mi vista de vez en vez, supongo que es normal, al recordar incluso cómo pedía su rascada de panza con la frialdad de su nariz sobre mis manos, sin importarle lo que pasara en el mundo exterior.

¡Sólo le faltaba hablar!

Y precisamente por todos ellos, los que no tienen voz, pero que son seres capaces de transmitir y dar absolutamente todo sin pedir nada a cambio, más que una caricia, un juego, agua y comida obvio (aunque un maestro en la Uni decía que no había nada obvio en la vida), por todos ellos que lo único que hacen es  amar incondicionalmente, es que debemos aprender de esa gran capacidad que tienen.

No se trata de pontificar, sino de poder hacer una reflexión, en estos momentos en que termina un año y empieza otro, para que esa capacidad de ellos que lo único que no hacen es hablar, podamos proyectarla nosotros como raza humana, seguramente otro gallo nos cantaría.

En lugar de eso, nos llevamos rencores, odios mal entendidos y enarbolamos banderas hasta el grado de luchar por ellas sin importar si en el camino lastimamos a alguien más y generamos ese sentimiento en contra nuestra.

De Milka me llevo todo, lo bueno y por supuesto lo malo, era una desmadrosa, pero con una capacidad de amar gigantesca, sin esperar nada a cambio.

Es pues la reflexión de Milka que dejo para este día último y que la hagamos propia, aprendamos a perdonar y a amar en la misma proporción, vivamos, que no se quede nada en el tintero, díganle el “te quiero” a quien tengan que decírselo, no se guarden el abrazo o el beso, o ese juguete o ropa especial pónganselo cuando se les hinche la gana; frases trilladas y prototípicas, quizá…, pero que hoy más que nunca me cobran sentido.

Les reitero la disculpa por el tema en este espacio, creo que hoy lo importante es lo trascendente.

Hasta siempre, preciosa. Vendrán tiempos mejores.

 

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