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/Marcela Anzola*/
La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia de México ha sido celebrada por muchos sectores como un signo de progreso y de igualdad de género. Esto puede considerarse como un gran avance en un país que tradicionalmente se ha caracterizado por su cultura machista, tanto que en el 2006 un presidente se refirió a las mujeres como “lavadoras de dos patas”[1]. Sin embargo, para algunos grupos feministas[2] no es tan claro que la nueva presidenta esté dispuesta a impulsar agendas feministas y de defensa de los derechos humanos de las mujeres. Lo que puede ser preocupante en un país donde, de acuerdo con ONU Mujeres[3], cada día son asesinadas en promedio entre 9 y 10 mujeres.
Esta preocupación no es exclusiva de México, en otras regiones del mundo también se presentan situaciones similares. En efecto, a pesar de que, en los últimos años, hemos asistido a un aumento de la participación política de las mujeres en diferentes países y regiones, la presencia de mujeres en puestos de poder ya sea como presidentas, primeras ministras, ministras, juezas, diputadas o senadoras, no siempre se ha visto replicado en un avance de los derechos de las mujeres ni en la lucha contra el patriarcado.
Esto lleva a preguntarse, cuál es el verdadero impacto de las mujeres en puestos de poder político, y si efectivamente supone un desafío al patriarcado o un avance para los derechos de las mujeres. En lo que sigue intentaremos analizar y dar respuesta a estas preguntas.
Ante todo, es indiscutible que la llegada de una mujer a un alto cargo rompe el llamado “techo de cristal”, es decir, la barrera invisible que impide a las mujeres acceder a los puestos más altos de la jerarquía. Se supone que, al romper este obstáculo, las mujeres demuestran su capacidad y competencia para liderar y gobernar, y se convierten en referentes y modelos a seguir para otras mujeres y niñas.
Sin embargo, esto no implica necesariamente que desde allí las mujeres puedan o busquen influir en la toma de decisiones o promover cambios favorables para el resto de las mujeres.
En primer lugar, porque no todas las mujeres comparten los mismos intereses, valores, ideologías o visiones del mundo, ni todas las mujeres se sienten identificadas con el feminismo o con sus diferentes corrientes y expresiones. Por tanto, no podemos esperar que por el simple hecho de que una mujer acceda a un cargo de poder esto implique automáticamente un cambio positivo para las mujeres o para la causa feminista.
En segundo lugar, porque el poder no es neutro ni inocente, sino que está atravesado por relaciones de dominación, opresión y resistencia, que se expresan en diferentes ámbitos y niveles de la sociedad. Mas aún, el poder no es algo que se tenga o se posea, sino que se ejerce, se negocia, se disputa y se transforma constantemente en función de los intereses, los conflictos y las alianzas que se establecen entre los diferentes actores sociales. Y esto no es diferente para el caso de las mujeres en el poder
Así, podemos encontrar mujeres que desde sus cargos promueven, por ejemplo, políticas públicas que favorecen la igualdad de género y la erradicación de la violencia machista, pero también existen mujeres que desde sus cargos impulsan políticas públicas que refuerzan el sistema patriarcal, promueven la penalización del aborto, y legitiman la violencia machista.
Especialmente cuando llegan al poder promovidas por un agenda claramente patriarcal, como fue el caso de Eva Perón, Isabel Perón, Indira Ghandi, Cristina Kirchner, Imelda Marcos, Rosario Murillo, o Margareth Thatcher, por citar algunas.
En otras palabras, sin desconocer la importancia de la llegada de las mujeres al poder, si se quiere medir su impacto en términos de la causa feminista, no basta solo con contar cuántas mujeres hay en los espacios de poder, sino que además hay que tener en cuenta cómo ejercen éstas el poder, quienes son sus aliados, qué tipo de políticas públicas promueven, y cómo contribuyen a generar cambios estructurales para superar las desigualdades y las discriminaciones de género y de otros tipos. Es necesario, por tanto, analizar cada caso concreto, teniendo en cuenta el contexto histórico, social, cultural y políticos, así como las trayectorias, los discursos y las prácticas de cada mujer que ocupa un cargo.
En conclusión, no se trata solo de celebrar los logros alcanzados por algunas mujeres que han llegado a ocupar cargos de poder, sino también de cuestionar las estructuras y las dinámicas que limitan y condicionan el acceso y el ejercicio del poder por parte de las mujeres en general. Lo cual exige una mirada crítica y reflexiva, sin caer en simplificaciones, generalizaciones o idealizaciones, que nos impidan ver la complejidad y la diversidad de las situaciones y de las experiencias. Se trata, en definitiva, de cómo promover efectivamente un poder que no reproduzca ni perpetúe las lógicas del patriarcado, sino que las transforme desde una perspectiva crítica, ética y emancipadora para avanzar hacia una sociedad más justa, equitativa y democrática.
[1] https://www.proceso.com.mx/nacional/2020/2/26/del-viejerio-las-lavadoras-de-dos-patas-las-frases-misoginas-de-los-politicos-239057.html
[2] Ver, por ejemplo: https://volcanicas.com/claudia-sheinbaum-gana-las-elecciones-y-se-convierte-en-la-primera-presidenta-de-mexico/
[3] https://lac.unwomen.org/es/stories/noticia/2024/03/las-huellas-de-los-feminicidios-en-cdmx
*Publicado en Razón Pública.com
MARCELA ANZOLA
* Abogada de la Universidad Externado de Colombia, LL. M. de la Universidad de Heidelberg y de la Universidad de Miami, Lic. OEC. INT. de la Universidad de Konstanz, Ph. D en Estudios Políticos de la Universidad Externado de Colombia, consultora independiente.