Mujeres y representación política

Sin pudor, hay mujeres que hacen política sobre la sangre y los muertos que deja la guerra.

Por: Elizabeth Castillo /

Así como ser homosexual no logra, en automático, que una persona deje de ser misógina o deje de excluir a otros porque son distintos, tampoco ser mujer, per se, constituye una garantía de que esa mujer proteja, promueva o impulse los derechos de las mujeres.

Para la muestra, basta mirar a la Vicepresidencia de Colombia o a la recientemente elegida presidenta de la Cámara de Representantes en el Congreso. Mujeres ampliamente cuestionadas en sus orígenes y trayectorias políticas, con múltiples relaciones con gente investigada y hasta condenada.

No faltará quién señale que los ‘delitos de sangre’ no existen, y no le falta razón. Pero no deja de ser muy cuestionable que la mitad de la ínfima cantidad de mujeres hoy en el Congreso de Colombia (18 por ciento), a pesar de una ley de paridad de género que aspira a un simbólico 30 por ciento (¡en un país donde las mujeres representan el 51 por ciento de la población!), tengan cuestionamientos tan graves.

La mitad de las mujeres que están hoy reconocidas como congresistas está relacionada, vinculada, o bendecida y afortunada –según quien lo mire–, por los votos de un hombre muy cercano. Usualmente un familiar (hermano, esposo, padre, amante), que está condenado o evadido o investigado por homicidio, paramilitarismo, narcotráfico o masacres. Eso es impresentable.

Las feministas lo hemos dicho siempre, pero no sobra recordarlo: las mujeres no parimos hijos para la guerra. No pasamos por lo que implica un embarazo, el riesgo para la vida, el compromiso de nuestro bienestar y autonomía para que nuestros hijos sean usados luego como carne de cañón. O como máquinas de guerra, si hay que ajustarse a la narrativa imperante. No invertimos nuestra energía vital por nueve meses y por el resto de la vida para que haya quienes desempeñen el papel de soldaditos de plomo, descartables, poco valiosos. Y, claro, se aplica también para hijos e hijas adoptados.

Las mujeres, no todas, obviamente, pero la gran mayoría, conocemos bien lo que significa la Vida y lo que implica la guerra. Hemos conocido las violencias, el acoso sexual, el abuso de familiares cercanos, la ausencia de empatía por nuestros reclamos cuando nos hemos sentido atacadas o maltratadas en el trabajo o en la universidad, en el sistema educativo en general; hemos aprendido a la fuerza lo que implica ser Mujer.
Porque, aunque le cueste entenderlo a mucha gente, eso de ser mujer no es una identidad que nace con los ovarios. Se puede ser mujer y no tener ninguna vinculación o compromiso con los derechos de las mujeres. Por eso, sin pudor, hay mujeres que hacen política sobre la sangre y los muertos que deja la guerra. Ese es, justamente, el tipo de mujeres que no me representan. Y que no representan a las mujeres.
El machismo estructural es una realidad que debemos afrontar, ese machismo enquistado en todos los espacios de la cultura, la sociedad y las representaciones del poder. Afrontarlo convoca a las mujeres y a los hombres. Hay hombres y mujeres machistas, porque la que es machista es la cultura. Y las mujeres y los hombres están llamados a superar esos vacíos, esas brechas profundas que se naturalizan y se presentan como ‘normales’, cuando en el fondo no lo son.

Que haya una Vicepresidenta y una presidenta de la Cámara de Representantes no es ningún avance para las mujeres. Cuando las feministas decimos que “la revolución será con las mujeres, o no será” estamos hablando de mujeres que creen en los derechos de las mujeres, que defienden los derechos de las mujeres y que entienden, por encima de todo, que las mujeres estamos en una situación de desventaja.
De manera que valernos de la guerra y lo que implica, para acceder al poder, no representa ningún cambio. A lo sumo, nos deja en el lugar que siempre han detentado: ¡los hombres de masculinidad tóxica!

ELIZABETH CASTILLO VARGAS
@ecastillova