Angélica Cristiani Mantilla
Con el arribo de la adultez a mi vida, llegó el terror a sentirme desamparada, a perderlo todo, ¿y si un día me quedo sin casa? ¿y si un día no tengo para comer? ¿y si un día me quedo sin familia y sin amigos? y entonces antes de que ese día llegara, llegó Dario.
Recién me había mudado, todas las tardes al regresar a mi casa me lo encontraba, -¿Diario? -no gracias señor. -Que tenga buena tarde, señorita. Después de unos días, saludarlo y sonreírle se volvió un hábito.
A partir de las cinco de la tarde donde inicia la subida de la calle Alfaro, se sentaba Dario para vender su periódico. Al principio encontrarlo me daba curiosidad, ¿cuanta constancia y voluntad se necesita para que cada día sin pretexto después de caminar varios kilómetros el arribara cojeando a su punto de venta? Con la llegada de las lluvias y los fríos comencé a sentir mucha preocupación por su situación.
Mis mejores amigos han llegado compartiendo los peores hábitos, y el no fue la excepción. Su afirmación a mi ofrecimiento de un cigarro fue la antesala de muchas pláticas y carcajadas. Así fue como su cotidianidad se convirtió en la compañera de mi soledad y entonces las respuestas a mis terroríficas preguntas fueron reveladas a través de su conversación y de su experiencia.
Darío no tenía más de 55 años, no tenía familia, muchas veces a la semana no tenía que comer, no tenía fecha de cumpleaños, tampoco tenía una casa, ni muchas cobijas, ni impermeable, Dario no tenía muchas cosas. Pasaba la noche en el ruinoso Hotel California y todas sus pertenencias las traía en una mochila vieja y roída, ahí también guardaba los periódicos que si tenía suerte vendería en el día y gran parte de la noche.
Cuando llovía se envolvía en bolsas para protegerse él y sus cosas, ni con el más rudo aguacero el dejaba de trabajar.
A Darío le hacían falta muchas cosas básicas, sin embargo también es cierto que las cosas que tenía eran extraordinarias, Dario tenía valores e ideales, tenía una historia, fue hijo de un padre trabajador que le heredó el amor por la prensa, en específico por el Diario de Xalapa, ahí tuvo su primer empleo, era el niño que hacía mandados, significaba la primera vez que se sintió útil, desde entonces aprendió a ser guardián de lo más delicado y sublime que un ser puede tener, la confianza.
Dario de Jesús Ferman Palaceta también tenía una carrera profesional, era abogado, pero no se tituló, soñaba con pronto hacerlo, mientras tanto seguía defendiendo las causas y los ideales de los estudiantes de derecho, así como el de los voceadores de la ciudad. También soñaba con que el Diario de Xalapa le diera un uniforme nuevo; la playera y gorra que tenía ya eran muy viejas, había una lavandería que gratis le lavaba su ropa, él sentía mucha gratitud por eso.
Pero Dario también sentía nostalgia, de sus libros que fueron quemados, de la casa que alguna vez tuvo, decía que extrañaba mucho cuando lo dejaban entrar a Palacio Municipal a vender su periódico, bueno en realidad extrañaba que había alguien que le convidaba café y así aseguraba tener algo en el estómago ese día, con la última administración le fue negado el acceso, así que por las mañanas comenzaba su venta a las afueras del palacio.
Dario sabía qué pasaba, diario leía el diario, el consuelo que tenía cuando no había ventas era devorar las noticias de los periódicos que no vendía, de una u otra forma el periódico le dio de comer.
Y es que Dario tenía tantos y tan importantes sueños que terminaron siendo los míos también, recuerdo que a pesar de que mis posibilidades eran bastantes limitadas pasé varias horas ingeniando soluciones para él.
Su más grande sueño era rentar un cuartito de 700 pesos que estaba unas cuadras más arriba para que ahí pudiera dejar sus cosas y no tener que andarlas cargando. En ese entonces yo misma no podía pagar mi renta, menos la de Dario, así que le ofrecí vender cigarros, seguramente ganaría más dinero que vendiendo periódico, es que en verdad cuando me enteré cuanto ganaba por cada periódico que vendía sentí odio, porque si bien le iba vendía 10 al día, con eso no podía ni pagar una comida corrida.
Hice cuentas y junté un dinerito, compré un flip-top de cigarros y con muchísima ilusión se lo llevé, fue profunda mi sorpresa cuando me lo rechazó, -“lo siento Angélica, pero yo no vendo otra cosa que no sea periódico, llevo toda mi vida ofreciendo el Diario de Xalapa y otra cosa no puedo ni quiero vender y los cigarros aunque me gustan son muy malos, eso no ayuda a la gente, y ya que estamos en confianza, te quiero pedir algo, aunque mi nombre es Dario, prefiero que me llamen Diario”.
Quienes no crecimos en la cuna de una familia amorosa, funcional y pachoncita a veces pensamos que nos fue vedada la posibilidad de ser inspirados e impulsados a forjar una mejor versión del mundo y de nosotros mismos, pero esa es una gran mentira, porque precisamente son las carencias y debilidades de otros que se pueden convertir en inspiración pura para cambiar la devastadora realidad. Y parte de esa inspiración lo fue Dario para mí.
Cuando fui candidata a diputada he de confesar que varias veces soñé que ganaba y que tendría la oportunidad de darle un empleo que le cambiara la vida. En las noches cuando regresaba a mi departamento y lo veía hasta muy tarde aun en la calle intentando vender, me gustaba fantasear con la idea del momento en que llegaría a pedirle que fuera parte de mi equipo. Darío fue parte de las cosas que más me dolieron en mi fracaso político.
La vida seguiría siendo igual, pasaron varios meses para que me volviera a sentar con él, primero tuve que vencer ese extraño sentimiento de haberle fallado. Aun recuerdo la emoción tan grande que sentí cuando me entregó todos los recortes en donde salí en el periódico. -“Seguí toda tu campaña, lo hiciste muy bien”. Ese día Darío conoció mis lágrimas.
Poco tiempo después me mudé y Dario dejó de ser parte de mi diario vivir. De vez en vez pasaba a propósito por ahí, pero aquel hábito de saludarle y sonreír a su lado quedó en desuso.
Lo que permaneció fue mi cariño y admiración por él, aunque a veces prefería evitarlo porque ver su cara de desesperación me daba impotencia, jamás se quejó. Con la pandemia me volví un tanto egoísta, me llené de miedo, ahora mismo me siento ridícula porque reconozco que mis prioridades se volvieron miopes. Y es que si bien era importante y un acto de responsabilidad aislarse físicamente, el miedo y la incertidumbre me hicieron aislarme emocionalmente de la gente que me importa. Dejé de pensar en Dario, por ejemplo.
Antier pasé por la calle de Alfaro y confirmé la noticia de que Dario murió, en su punto de venta había una cruz con su nombre y el día de su muerte, una veladora, flores y una paleta de chilito de las que tanto le gustaban, aun no sé en qué condiciones falleció y eso me duele profundamente, porque me olvidé que ya se me había ocurrido una forma de poder ayudarle, porque jamás le di las gracias por que dio respuesta a las preguntas más atormentadoras de mi vida, porque jamás le dije que me hubiera gustado ser de su familia.
La última gran enseñanza que me dejó es que los actos de amor no se deben postergar.