Museo de Juan

Guadalupe Loaeza

Querido Juan:

En estos tiempos tan azarosos que vive nuestro país en el cual la política es cada vez más confusa y desagradable, se nos ocurrió como la típica pareja egoísta, clasemediera, escaparnos junto con nuestro amigo Marek (Keller), aunque fuera por un día, a Cuernavaca. Durante el camino platicamos mucho de tu juventud en Guadalajara, de tu nana María, quien te enseñó a esculpir animalitos con la masa de las tortillas; de tus cuatro hermanas, de cómo se conocieron tú y Marek en París, de tus exposiciones y de una barbaridad de anécdotas sumamente osadas como, por ejemplo, aquella en la que te atreviste a sacar a bailar, un poco borracho, al entonces ex presidente Lázaro Cárdenas. En esos momentos todo el mundo guardó silencio, temerosos de su reacción. “No, no me gusta la pieza”, te contestó el general con mucha diplomacia. Sí, “niño de los mil años”, como te bautizó tu gran amigo Octavio Paz, ríete a carcajadas, como siempre lo hiciste en vida con cada una de tus diabluras. En realidad siempre fuiste muy irreverente, odiabas cualquier tipo de protocolo y lo único que querías era divertirte y vivir el momento. “Yo no soy ni poeta ni pintor, soy libre”, dijiste en una de tus tantas entrevistas. Y así te queríamos, Juan: libre, divertido, dicharachero, pero sobre todo auténtico y sincero. No hay duda que esta libertad la plasmabas en tus esculturas, pinturas y retratos como el de Pita Amor: “…era vecina, daba mucha lata, me escribía en papel de baño décimas horrendas. La pinté como Safo y por el cuadro me dio a cambio un sillón verde”. Lo mismo advertimos en todos los que pintaste de Lupe Marín, con quien hiciste una enorme amistad: “… ya se había peleado con todo el mundo por sus retratos. Ya se había peleado conmigo por uno que le había hecho y había dicho: ‘Pues mira, como pintura no le pongo peros, pero la veo y no me veo a mí, veo a un maricón, es que tú odias a las mujeres’, y yo le contesté: ‘Pero si tú no eres mujer, eres maricón'”.

Después de librar un tráfico terrible, finalmente llegamos a la ciudad de la “Eterna Primavera”. Hacía un día espléndido. Yo me sentía de vacaciones, era nuestra primera salida de la ciudad al cabo de un año y medio de pandemia. De pronto, Marek paró el coche frente a un edificio pintado todo de blanco. Era imponente. Espléndido. Era como si hubiera emergido en medio de un paisaje paradisiaco. Te confieso, Juan, que no me lo esperaba. Por fin habíamos llegado al “Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano”. Cuando llegamos al vestíbulo de triple altura y nos topamos frente a la escalera de caracol, que bien podría ser una escultura imaginada por Oscar Niemeyer, vimos maravillados a través de una enorme ventana la vista de todo Cuernavaca con su torre de la catedral, el mercado de Mario Pani y el Palacio de Cortés. Créeme, Juan, que el paisaje era tan maravilloso que me quedé casi sin aire. Me sentía suspendida en el primer mundo. Claro, el espectáculo de arquitectura y los maravillosos espacios habían sido ideados por el multipremiado arquitecto Javier Sánchez y la arquitecta Aisha Ballesteros, quienes en 2014 ganaron, de entre siete equipos, un concurso para construir el museo. Has de saber que el edificio es tan único que obtuvo el oro en la IV Bienal de Arquitectura de la CDMX. Imagínate todo lo anterior rodeado por un extensísimo jardín que más bien parece un edén por la cantidad de plantas, árboles y palmeras en perfecto estado, en el cual aparecen las esculturas de tus pájaros, de tus palomas, incluyendo la luna y el sol.

Faltaba lo mejor, la gran sala donde se encuentra tu obra, tus esculturas, tus dibujos de los trajes de obras de teatro que diseñaste, y una magnífica colección de cartas de Octavio Paz. Nada más encontrarme en medio de todas tus obras de arte, puestas en valor con esa espléndida museografía, se me llenaron los ojos de lágrimas, y por extraño que te parezca te sentí muy cerquita, tanto que tuve deseos de abrazarte y decirte: “Felicidades, Juan, tu museo es como un milagro. Es digno de tu obra, de tu talento y de tu larga trayectoria”. Como estabas y no estabas allí presente, felicité a la directora, Carolina Ann Dubernard Smith. Créeme, Juan, que ella y su súper equipo han hecho de tu museo una verdadera obra maestra. No hay duda, todos los “aspiracionistas” tienen que venir a tu museo y olvidarse, aunque sea por un día, de la 4T.

Ahora te quiere, y te extraña aún más,
Guadalupe

!Integrate al comercio electrónico¡ Estrategias en la Nube
!Integrate al comercio electrónico¡ Estrategias en la Nube
!Integrate al comercio electrónico¡ Estrategias en la Nube
!Integrate al comercio electrónico¡ Estrategias en la Nube